Pilar Adón es licenciada en Derecho por la Universidad Complutense de Madrid y ha publicado los libros de relatos El mes más cruel (Impedimenta, 2010) y Viajes inocentes (Páginas de Espuma, 2005), además de las novelas Las efímeras (Galaxia Gutenberg, 2015) y Las hijas de Sara (Alianza, 2003). Fue incluida en distintos volúmenes de relatos: Cuento español actual (Cátedra, 2014), Mar de pirañas (Menoscuarto, 2012), Siglo XXI (Menoscuarto, 2010) y Pequeñas Resistencias 5 (Páginas de Espuma, 2010). Ahora publica La vida sumergida.

-¿Sus personajes sienten la necesidad de poner en práctica una utopía?

-Mis personajes buscan la tranquilidad, que les dejen en paz. La libertad de pensar y actuar, aunque finalmente decidan no pensar ni actuar en absoluto. También buscan esa libertad para no hacerlo. Desean leer, pasear, contemplar los árboles, estar con las pocas personas a las que quieren... A veces todo esto suena a utopía, efectivamente.

-¿Los lectores debemos ser algo irracionales para leer sus cuentos?

-Los lectores han de ser participativos, activos en la historia. El lector no puede quedarse indiferente. No puede ser que nada haya cambiado en él tras haber leído un libro. Nuestras vidas están compuestas de las historias que vamos leyendo porque esas historias trazan nuestra manera de ver el mundo y de comportarnos en él. Y el lector participa en ellas dándoles cuerpo con su imaginación.

-El mundo creado en ‘El mes más cruel’ subyace en ‘La vida sumergida’. ¿Seguimos instalados en la perversidad?

-No me interesa la perversidad como cualidad. Ninguno de mis personajes actúa maliciosamente por el placer de hacerlo. No causan daño de manera intencionada. Obedecen a un estímulo que creen justo o coherente con sus aspiraciones. Lo que ocurre es que querer vivir de una manera vinculada a lo más básico o lo más esencial puede parecer perverso. También que busquen la tranquilidad o que no acepten situaciones que para la mayoría pueden parecer normales. Salir de la normalidad sigue sin perdonarse.

-Los ambientes cerrados, ¿siguen siendo el clima adecuado para sus relatos?

-Tan cerrados como pueden serlo un bosque o esas casas de tres plantas y sótano en que suelen estar mis personajes. No hay ciudades, eso es cierto. Hay casas y caminos entre árboles. Pero lo del encierro es algo que depende de quien se sienta o no encerrado. Un amigo que siempre vivió en una isla, me dice que se siente encerrado en Madrid.

-Según los tiempos que corren, ¿necesitamos volver al mito de la comuna?

-Creo que nunca se ha ido del ideario general la imagen de la comuna como sociedad reducida en la que se busca la colaboración de todos para el bien de todos, en un espacio de libertad y perfeccionamiento personal. No creo que esos valores hayan desaparecido de las aspiraciones del ser humano como ser gregario. El problema de estas sociedades reside en que cualquier falta, por mínima que sea, se nota mucho. En las comunidades mayores, es fácil que una irregularidad pase desapercibida. Se absorbe por la magnitud del grupo. Pero en las comunidades pequeñas, cualquier fallo es crucial, y el ser humano es falible.

-Usted reinventa algunas historias clásicas, ¿porque frente al miedo particular debemos hablar de angustia colectiva?

-Nunca he sabido si el miedo de mis personajes es un miedo habitual en los demás. No sé si las situaciones en que se encuentran ellos son muy corrientes o si sus deseos son compartidos por muchos o pocos lectores. Sí creo que es frecuente que deseemos hacer cosas que no hemos hecho o que no hacemos, y que ese no hacer nos lleva a la frustración, principalmente cuando vemos que pasa el tiempo y que cada vez hay menos oportunidades para el «ya lo haré».

-Utiliza un genial manejo del «suponemos». ¿Huye usted de cualquier eventualidad y sus relatos resultan impredecibles?

-Si hay algo que se debe evitar, además de que se note la documentación o que parezca que al autor se le han ido ocurriendo las ideas o las anécdotas según las iba escribiendo, es que la trama resulte predecible. Como sucede en nuestro día a día, es imposible saber lo que va a suceder antes de que suceda, aunque a veces lleguemos a creer lo contrario. Y así ha de ser también en un relato.

-El aspecto psicológico domina en ‘La vida sumergida’. ¿Por qué y qué aporta a sus relatos?

-Me gustan las historias de un solo personaje. Aspiro a saber qué piensa y cómo sus pensamientos tienen consecuencias en su mundo, por qué le hacen actuar o no actuar en cada situación. Me impresionan los sentimientos contradictorios. Cómo, a veces, una victoria nos hace sentir culpables y cómo frustramos nuestras propias aspiraciones.

-¿La mezcla de ecología y de religión muestra, de alguna manera, dos ambientes opresivos?

-Me interesa la espiritualidad y me interesa la naturaleza, dos conceptos muy vinculados entre sí. La manera de entenderlos depende de los deseos que cada uno tenga de indagar, aprender y llegar a conocer lo que queda más allá de lo evidente y lo sabido. Si dejamos que otros interpreten por nosotros lo que sucede, que nos impongan lo que debemos sentir y pensar, quizá sintamos esa opresión de la que hablas. Pero hay que tener la voluntad de comprender y llegar a conclusiones propias. Sin pretender que nos lo den todo masticado y digerido.

-Según su perspectiva temática, ¿seguimos estando bajo esa idea de dominio tanto sociológico como político?

-Habrá quien se someta a esos dominios y habrá quien no lo haga. No sé por qué los informativos no se abren con noticias culturales, científicas, artísticas, en vez de con noticias de políticos. Ni siquiera de política como ciencia que trata de la organización de las sociedades humanas, sino de los políticos. Se habla de ellos como de los futbolistas. Si van o si vienen. No obstante, somos libres de no encender la televisión y acudir a los libros, a los periódicos, y buscar las noticias que nos interesan y nos hacen crecer. Afortunadamente, podemos elegir.

-Sus relatos ¿son ese retrato duro y exigente de las muchas frustraciones que arrastramos los humanos o de las inseguridades que nos asolan?

-La frustración suele derivar de no hacer lo que en el fondo se quiere hacer. A menudo inventamos excusas que nos sirven de manera temporal, y cuando esas excusas ya no resultan tan válidas, buscamos otras. El miedo a lo desconocido, a perder el control sobre lo que nos rodea, es una impresión constante. Aunque siempre podemos aferrarnos a uno de los mejores antídotos: aprender algo.

-Si leemos «Vida en colonias», ¿es un manifiesto intento de alejarse con sus cuentos de la etiqueta feminista?

-No creo que nadie me haya puesto nunca esa etiqueta, aunque tampoco me molestaría porque soy feminista, como lo es todo aquel que crea en la igualdad. «Vida en colonias» es un relato que habla de la frustración, una vez más. De la espera. De la confianza en otra persona que, finalmente, no responde a las expectativas del personaje principal, lo que viene a insistir en la noción de que no se puede idealizar a nadie ni desear que sean los demás quienes vengan a salvarnos. En cualquier caso, el personaje que frustra las ilusiones de la protagonista podría haber sido perfectamente una hermana en vez de un hermano.