Pepa Roma es periodista y ha trabajado en periódicos nacionales y extranjeros, en radio y TV. Como escritora tiene en su haber media docena de ensayos, entre los que destaca Jaque a la globalización. Como novelista ha publicado, entre otras, Adiós a Estambul y Mandala. Su última novela es Una familia imperfecta.

-Tras ‘Mandala’ e ‘Indian Express’, con la India como principal escenario, sorprende ese regreso tan radical a los escenarios de su infancia y juventud en la Lérida rural y Barcelona, ¿por qué?

-Sí. Después de dar muchas vueltas por el mundo desde antes de los 20 años, esta novela supone, personalmente y como escritora, un regreso a casa. Supongo que responde a la necesidad de indagar en las propias raíces e identidad. Esas historias de sagas familiares que te cuentan los padres y que antes no había querido escuchar han adquirido una importancia extraordinaria para mí a medida que han ido desapareciendo de mi alrededor los últimos testimonios vivos de la historia o de la guerra. Esto me ha hecho sentir, de alguna manera, la depositaria de esta memoria, igual que antes lo fueron las mujeres y narradoras de la familia. Es uno de los aspectos de la novela en los que he tratado de ser fiel a la realidad.

-¿Por qué es tan importante la historia vivida en su novela?

-Necesitaba rescatar las vivencias de nuestros mayores porque a veces hablamos mucho de memoria histórica o se utiliza como arma política, pero atendemos poco a la memoria vivida, a la verdadera cultura heredada de los padres. Yo me formé dando un gran valor a la historia, a la literatura, las artes, los ritos de la cortesía, todo ese compendio que llamábamos cultura. Antes de la llegada de la televisión, los padres, y muy especialmente las madres, eran los narradores de la historia colectiva en las veladas familiares. Conocías las tradiciones de tu pueblo a través de ellos, también el valor que se daba a la buena educación o que tenían los libros en tu casa. Siento que, con la pérdida de estos guías y testimonios, así como la sustitución de los libros por internet, perdemos todo un mundo de valores y conocimiento.

-En ‘Una familia imperfecta’ hay también una especie de crónica de la Barcelona que fue y en la que se ha convertido, de la guerra civil, de los arribistas y los venidos a menos.

-Sentía necesidad de contar esta historia, la historia de la Lleida rural de mi infancia, de la Barcelona de mi adolescencia, de la Cataluña que me legaron padres y abuelos porque al estar viviendo ahora en Madrid, cada vez que vuelvo a Barcelona y a mis primeros paisajes, revivo mucho del dolor y maravilla de los que se acompaña la adolescencia e infancia; con ese primer contacto con la tierra y sus criaturas que tenemos el privilegio de haber tenido los niños en un pueblo, ese horizonte enigmático de sierras o del mar que te hace fantasear y soñar con las muchas posibilidades que te ofrece la vida que tienes por delante y con nuevos mundos por descubrir.

-¿Cuánto de esta novela es autobiográfico o inspirado por sus propias vivencias?

-Creo que para que una novela resulte intensa y auténtica tienes que hablar de aquello que conoces y vive en tu interior o ha dejado huella en ti. El drama central de Una familia imperfecta está relacionado con un doloroso secreto de infancia que Cándida, la protagonista, tendrá que descubrir, y que implica a toda la familia. Pero ello no significa que lo que le pasa a Cándida, la protagonista, me haya sucedido antes a mí, ni que todos los personajes de la novela sean reales. En realidad se trata de pura ficción, de una metáfora que trata de reflejar la necesidad de enfrentarnos a aquello de lo que huimos si queremos llegar a ser libres. Sí trato de ser fiel, en cambio, a la memoria de nuestra historia colectiva que me han transmitido.

-‘Una familia imperfecta’ es el retrato de un momento vital triste: aquel en el que los hijos se convierten en cuidadores de sus padres. ¿Se ha encontrado usted en esa situación o se inspira en vivencias de familiares y conocidos?

-Sí. Para mí una novela surge a partir de la necesidad de desentrañar o analizar una situación o dilema vital que me inquieta, como ese acompañamiento de ancianos y enfermos que te toca hacer en algún momento en la vida. Esto ha sucedido al ver a mis padres envejecer y a mi hermano enfermar de cáncer. Para alguien que desde muy joven se dedicó a viajar y hacer de la libertad su bandera, como yo, fue un shock descubrir que hay responsabilidades que en algún momento se imponen sobre tu propia vida y a las que no siempre sabes cómo responder. Es el pan de todos los días entre las mujeres que tengo a mi alrededor. Porque las mujeres seguimos siendo las cuidadoras y acompañantes de la cuna a la sepultura, lo que hace de nosotras las encargadas o sacerdotisas del buen morir, más allá de los médicos.

-Es también la historia de un derrumbe, la desaparición de los puntos de referencia de una familia. Un momento desolador. ¿Por qué quiso hablar de ello?

-Tal vez porque era la forma de enfrentarme al derrumbe que he visto a mi alrededor. Uno acepta el final de los padres con dolor, pero con resignación. Pero cuando ves enfermar y perder a causa de esa plaga del cáncer a hermanos y amigos, a veces más jóvenes, el mundo se te cae encima. Son problemas familiares que lo hacen tambalear todo, también el matrimonio o la pareja de quien los sufre, yéndose a menudo al traste, como le ocurre a Cándida, la protagonista.

-‘Una familia imperfecta’ parece ponerla por primera vez en relación con la tradición de la gran novela barcelonesa, ¿qué influencia ha tenido ésta sobre usted?

-Fue determinante para volver a mi realidad al regreso de mis años en la India y viajando por Oriente y África, en los que la fascinación por otras filosofías y culturas que idealizaba tapó por un tiempo el interés y mi relación con mi propia cultura e historia. El descubrimiento, gracias a mis amigos en la Universidad y los bares del Born de Barcelona donde nos juntábamos, de los poetas catalanes del momento como Brossa, Foix, Espriu, o de novelas como Nada, de Carmen Laforet; Vida privada, de Josep María de Sagarra, me deslumbró. Más cuando conocí a Montserrat Roig, todo un modelo como mujer y escritora que despertó muchas aspiraciones entre las más jóvenes de su entorno. Creo que, sin proponérmelo, Una familia imperfecta se hace eco o tiene algo de las muchas novelas catalanas que me han impresionado: los secretos inconfesables de la burguesía de Vida privada; la llegada a Barcelona de la protagonista de Nada; la vida alegre del cabaret y las fortunas de la Primera Gran Guerra, de las novelas de Mendoza; la Barcelona dividida socialmente por barrios de las de Marsé y, por supuesto, La saga de los Rius, de Ignacio Agustí... por mencionar sólo algunas. Barcelona ha sido durante mucho tiempo un gran y fértil vivero para la novela. Me siento orgullosa de que se me incluya en esta tradición.

-Entre sus obras encontramos numerosos ensayos, entre ellos ‘La trastienda del escritor’, editada también por Espasa, donde se investiga en la forma de entender y ejercer el oficio de numerosos escritores. ¿Hay algún principio o consejo que tenga usted presente a la hora de escribir?

-Seguir tu instinto y tu curiosidad por la vida --la literatura es una crónica de la existencia--. Leer, leer y leer, llevado en cada momento por la curiosidad y el placer. Si de niño has tenido la suerte de que te han introducido en la lectura por esa vía, lo tienes todo ganado. El placer literario se desarrolla con el hábito de la lectura, hasta que te conviertes en un adicto de esa droga llamada literatura. Es difícil disfrutar del Ulises de Joyce sin tener un recorrido previo como lector, pero cuando ese momento llega, el placer es inmenso.