A los que seguimos con interés la evolución de la obra de Antonio Luis Ginés (Iznájar, Córdoba, 1967), no va a sorprendernos la publicación de su último libro, Seres de un día, que parece fruta caída por su propio peso en el paisaje poético del autor. Tal vez lo primero que llama la atención es precisamente la coherencia, la sintonía temática y estilística que mantiene con sus otras obras, seis de ellas poéticas y dos narrativas, a pesar de que aquí la reflexión toma las riendas. Aunque seguramente lo que ha propiciado este engranaje natural sea su larguísima experiencia como crítico literario y como lector empedernido. Poema, narración y análisis, que cultiva por separado con la indudable complicidad de sus fieles lectores, se aúnan de forma original y precisa en este conjunto de reflexiones en torno a la experiencia poética que acaba de editar La Isla de Siltolá, con su acostumbrada pulcritud y elegancia.

Huyendo del laberinto filosófico propiamente dicho, aunque en diálogo abierto con Bachelar, Bergson, Pavese, Cioran, Deleuze, o sus admirados Eduardo García y Concha García, Antonio Luis Ginés concibe el índice de este volumen como si se tratase de un poemario, que lo es, pero traspasado por la consciente veladura del pensamiento, que más que luz pone sombra para que la propia experiencia de la que emana el poema quede remarcada en su claroscuro, atraída hacia adentro de la racionalidad en lugar de liberada de ella hacia los horizontes abiertos del canto. Problematizar ese instante fugitivo y fundante, radical e inaprensible, para que no quede sublimado en la propia musicalidad inefable de los versos, sino obligado, diríamos, a dar cuenta de que toda creación verdadera está moldeada, parafraseando a Quevedo, con barro enamorado. Esta especie de regreso al origen, donde no se halla flor alguna sino semilla descomponiéndose en su nutricia ocultación.

La propuesta no es nueva, pero sí la desnudez con la que Ginés la presenta, sin aparato crítico que valga, porque no pretende ofrecer certeza alguna sino el escalofrío de una revelación que a nadie pertenece. Poetas, filósofos, escritores de las más diversas tendencias y épocas, han indagado necesariamente en esta zona inestable donde se fragua eso que llamamos «experiencia» inmediata, la conexión (diríamos sagrada) de los sentidos con la conciencia, ni más ni menos, el instante del puro milagro de la existencia consciente, que de forma inaudita deviene canto primigenio, incontenible, incomprensible, absoluto, silencioso y que solo después, gracias a los andamiajes de la racionalidad y de los recursos del acervo, podemos convertir en «mundo interpretado», como diría Rilke, mundo, a fin de cuentas, donde tal experiencia intransferible puede ser compartida, expresada, expuesta, convertida en espacio común, en identidad cultural.

Pero lo que ocurre en el crisol alquímico del instante es un hontanar nunca cegado que el poeta no tiene más remedio que indagar con sus pobres recursos. No cabe duda de que esa indagación redundará en la potencia del canto, como el canto ha de redundar, si es verdadero, en la humanización de la racionalidad, excesivamente volcada a construir trincheras y verdades donde terminamos viviendo como esclavos.

En las treinta «calas arqueológicas» a las que Antonio Luis Ginés somete su propio territorio poético prevalece la honestidad de lo íntimo y un esfuerzo de transparencia que no siempre conduce a claridad, pero que termina estableciendo una zona de diálogo limpio con el lector, porque como él mismo confiesa: «No puedo entrar en el juego de lo artificial, de lo que no respira, de la simple especulación del lenguaje como modo de aproximación a un instante que siempre se nos escapa en el último segundo» (p. 21).

Pero eso que se escapa, que ya no está, que nunca estará ahí para ser «utilizado», que nos deja a la intemperie de nosotros mismos, es también el lugar privilegiado del encuentro con eso que llamamos «lector», y que no es sino un compañero de viaje con el que no dejamos de dialogar en todo momento. Decía Borges que cuando un libro da con su lector, ocurre el hecho estético. Por eso, cuando ocurre, las identidades saltan por los aires, el autor señala, el lector alumbra, y las palabras comienzan a revelar un nuevo estadio de existencia donde ya solo habita el asombro.

‘Seres de un día’. Autor: Antonio Luis Ginés. Editorial: La Isla de Siltolá. Sevilla, 2017