Sería conveniente que los libros de viajes, en estos tiempos de la informática, el correo electrónico, el ordenador y demás herramientas digitales, recuperaran alguna de aquellas medidas y estructuras literarias de los años pasados. El género ganaría frescura y una nueva forma de contemplar el mundo. A fin de cuentas Emilio Gancedo sigue bastante cerca estos antiguos procedimientos, con lo cual la obra gana en verosimilitud y sinceridad. Cumple así con otro de estos condicionantes, una razonable extensión que estas casi cuatrocientas páginas muestran al servir de soporte literario de la experiencia itinerante: recorrer la mayoría de las comunidades españolas conociendo tipos interesantes al respecto. Igualmente resulta informativo en extremo la posibilidad de contemplar en internet los variados rostros de los humildes y sinceros informantes, algo que el ordenador e internet han facilitado.

El hallazgo de una población humana diversa, anclada muchas veces en recuerdos y experiencias desconcertantes para los tiempos que corren, responde a unos planteamientos inesperados muchas veces. Tal hallazgo es debido a una cuidadosa técnica, imperceptible casi siempre por la sencillez estilística con que Emilio Gancedo se expresa. Se presenta el escenario frecuentemente evocado con recursos impresionistas, en el que los personajes van desgranando sus confesiones y documentos humanos, en buena medida con dos alusiones esenciales: la pobreza y la guerra. Ambas circunstancias, frecuentes en la España de un tiempo pretérito, se traducen en un claro resultado: semblanzas, retratos, etopeyas, biografías que hubieran sido irrelevantes sin la mirada del autor. Cualquier lector de mediana sensibilidad podría afirmar que se ha encontrado con una buena literatura, pero especialmente con una "sociología" de lo humano.

El final de la obra se encabeza (después un largo y divertido capítulo, Los santos en casa ) con un epígrafe casi misterioso, Lo sobrenatural en los extremos . En dicho final se unen los dos aspectos tratados en la obra, la cultura o su ausencia. Conocerá el lector los dos extremos que la vida española mostraba en otro tiempo. El anverso lo ocupa la compleja personalidad de Fernanda Blasco Mendoza, natural de Olivenza, en quien se encarna la condición de mujer culta, con honda y sincera filantropía. El reverso es para el jurdano Francisco Hernández Martín, Quico, que en su haber muestra especialmente una mirada mítica de su vida y de su tierra y un convencimiento orgulloso: "Yo he revolucionado todas las Hurdes". Son dos seres distintos en todos los campos, desde su origen hasta su trabajo, pero cierran con inesperada armonía el libro. El Epílogo destila una inesperada melancolía, explicable en el autor, ante el Ponte da Ajuda: "el viajante se ensimisma durante largo tiempo en la contemplación del paisaje". Se levanta y por una pasarela "el viajante la atraviesa para pisar con emoción la hermana tierra portuguesa, tan similar y, en cierto modo, tan desconocida". El epílogo termina con una escena curiosa, fácilmente identificable: "A su lado, un hombre observa el puente en parecida actitud a la que el viajante exhibía en la orilla opuesta. Ambos se miran y esbozan sonrisa, y entonces se levanta una cierta brisa que eriza de ondas el agua y agita las ramas de las encinas". Está claro: "Nihil novum sub sole". Es un digno final para una obra escrita con inexcusable lirismo, próxima sin duda a esos libros de viaje que ya no se han vuelto a escribir.

'Palabras mayores. Un viaje por la memoria rural'. Autor: Emilio Gancedo. Editorial: Pepitas de calabaza. Logroño, 2015