La apocalíptica lengua del horror penetra en la nieve de la humanidad, lame los costurones purulentos que deja en el aire la ambición y el miedo. En La palabra muda, el poeta Antonio Enrique cava en los sótanos sucios de la historia, en el gris crematorio que ha construido el hombre para incinerar la voz de la esperanza: «El réquiem del mundo/ es una fosa común», nos dice en un verso el poeta granadino. Poesía lacerante, bífida, afilada, que rebana el amor levísimo del cielo que vimos de niños: «Cuando las casas olían a pan».

El hambre en el bosque de los exterminios, la paz mutilada, el odio, la miseria...

Todo ello se abraza en La palabra muda, un libro de versos donde habita un miedo atávico, aunque al final hallamos este consuelo: «Un ruiseñor y una flor es cuanto queda/de nuestro paso por el mundo».

Luego viene la nada, el vértigo del frío, la mansa ceniza de la eternidad.