La imagen que el estereotipo ofrece de Austria: música, alegría, paisajes idílicos, montañas elevadas y Viena, ciudad extraordinaria, entre otras, contrasta de manera brutal, esa es la palabra, con la imagen o realidad que Thomas Bernhard nos ofrece en Relatos, editado por la más que emblemática Alianza Editorial.

Por vocación y por formación no atiendo aspectos biográficos de los autores que analizo; de todos modos me parece pertinente señalar que la vida de Bernhard no fue un camino de rosas, muy al contrario; solo me referiré a que fue un enfermo crónico que pasó años en un sanatorio y que su visión del mundo en general era más que pesimista Se trata de un ejercicio de descomposición, de agonías personales y hasta espaciales, de deconstrucción de toda escala de valores que encierre algo positivo.

La coherencia de la obra del austriaco es absoluta en su notable extensión de cantidad y, por supuesto, de calidad. Estamos ante un clásico, ante un modelo de escritor desde su estilo, desde su perspectiva, desde su manera de ser y existir en el texto. Confieso que estos seis relatos tienen una capacidad de perturbación más que notables. Destacaré que «Watten» se puede considerar una novela corta pero no es cosa de perderme en disquisiciones teóricas.

La lectura del volumen y quiero señalar la excelente traducción de Miguel Sáenz ofrece un continuum estilístico y temático. Si tuviera que resumir lo haría recurriendo al arte de la pintura. La prosa del autor es una vanitas, un paisaje de ruinas sin grandeza alguna, al contrario, un mundo en descomposición desde todos los ángulos posibles. Nada se escapa a este virus, a esta carcoma que destruye los muebles josefinos y las almas de los que se despeñan con violencia por el precipicio de la locura, otra palabra clave.

La relación de amor y de odio con su país es tan explícita cuanto necesaria porque Austria encierra el mundo, lo contiene y es una habitación de manicomio sin aislante en las paredes y casi, casi sin camisa de fuerza que se convierte en una prosa atormentada que gira en repeticiones que se detiene en la frase, que avanza y retrocede o, mejor, va de un extremo a otro del chapoteo en las arenas movedizas de la conciencia que se va diluyendo en un mar de obsesiones, de rituales y de crueldad.

Otra imagen artística que me sugiere la prosa que analizo es la de los giros infinitos de las cárceles de Piranesi, esas escaleras que no llegan a ninguna parte como un helicoide físico y moral, un movimiento perpetuo de degradación y angustia, admirable en su belleza degradada o en el feísmo.

Se trata de un cóctel explosivo de expresionismo, nihilismo, absurdo y toda posición que arranca en las vanguardias históricas y que ya se adivinaba en la Viena decadente, en la capital de la monarquía dual inmediatamente anterior al estallido de la Gran Guerra, que acabó con un mundo en los mares de sangre de los campos de batalla, en el horror del gas, en el terror de los tanques.

Quizás la lejanía temporal, Bernhard nace en 1931, le permitió que lo descrito fuera un telón de fondo que se completó con el desastre de la Segunda Guerra que conoció en los años de la triste niñez de un hijo ilegítimo, que tuvo a su abuelo como mentor y que lo orientó a las artes escénicas y musicales. En el Salzburgo de empalago mozartiano, terrible parque temático adoquinado con bombones y licor de chocolate, se formó este carnicero que abre en canal el buey a lo Rembrandt del dolor y de la angustia.

La descomposición tiene varios lugares y diferentes personajes. El mecanismo es la fragmentación del todo en partes podridas como en «Watten», el juego de cartas, donde el patrimonio se diluye de la misma manera que los personajes.

‘Relatos’. Autor: Thomas Bernhard. Editorial:

Alianza Editorial. Madrid, 2017