Escribir un ensayo enjundioso, elaborado, desde el afecto y la firme admiración hacia la persona que es objeto de este, produce emoción ética y estética no solo en aquel que lo hace, sino aún más en aquellos lectores que en él nos adentramos para saborear la calidez del texto y la solidez de su contenido. Es lo que nos ocurre en este caso. Aquí en esta obra, de tema histórico y biográfico, uno halla además del destello literario de un autor que dibuja y retrata a María Zambrano con el lírico pulso de su prosa cristalina (Antonio Colinas es un prosista excepcional) la radiografía social y cultural de nuestro país en el pasado siglo XX. Es por ello, por esa fusión extraordinaria entre lo narrado y el estilo en que se cuenta, por lo que este libro resulta imprescindible para llegar a conocer los entresijos de la vida y la obra de la escritora María Zambrano, una de las mujeres intelectuales más valiosas de España durante el pasado siglo, que ella sobrellevó con una intensidad serena que Antonio Colinas, el autor de este volumen, ha logrado captar maravillosamente a través de un lenguaje fluido y sensorial.

Nada más comenzar, en el sexto párrafo del libro, el autor del mismo tiende una pregunta que dibuja, con o sin respuesta, el sentido sagrado y armónico de la obra que definió y define a María Zambrano como una escritora magnífica y genuina: «¿De dónde nace en el creador auténtico esa necesidad de soledad de la que brota la necesidad de escribir, la palabra que es revelación, la palabra nueva?» (pág. 12), y unas líneas después el mismo Colinas añade que, en este caso, quizá nazca de los padecimientos, ausencias, incluso traiciones -podemos sugerir-, que sufrió la escritora y filósofa malagueña a lo largo y lo ancho de su dilatada vida como irá viendo el lector que se adentre en este texto donde hallamos las claves espirituales y los modelos éticos, morales, que movieron a María Zambrano a la hora de elaborar su obra filosófica y literaria.

Dividido en capítulos cálidos e intensos (veintiuno en total), esta obra nos muestra fragmentos deliciosos como el dedicado a la carta que el poeta leonés escribió, y no envío, a la escritora malagueña, del que extraemos estas líneas: «Has creído -como Sócrates al responder al oráculo de Delfos- en la duda, y la has respetado, porque sabes en qué espacio razonas, sientes y vives» (pág. 29). En este capítulo, como en otros de esta obra, Antonio Colinas muestra con fluidez la admiración profunda y luminosa que siente desde hace años por Zambrano, a la que le unía una amistad sólida y firme. Así explica el poeta la honda impresión que tuvo al toparse con el libro El hombre y lo divino, de la escritora malagueña, que para él constituyó en su día «un hito en el panorama literario de este siglo» (se refiere al siglo XX), una obra que, según él, superó a muchas de las que escribieron los maestros de María, esos escritores y filósofos españoles clásicos que ella tanto admiraba, como, por ejemplo, Unamuno y Ortega y Gasset.

En otro capítulo de este ensayo magistral, el titulado «Una llamada», Antonio Colinas confiesa de qué modo, y en qué circunstancias, llegó a conocer personalmente a la filósofa malagueña, y, al mismo tiempo, hace alusión a la suculenta correspondencia epistolar que hubo entre ambos antes de que regresara del exilio a nuestro país. Por otro lado, a lo largo del libro van apareciendo emotivos instantes donde el escritor leonés nos dibuja esas vigorosas y fértiles sintonías éticas y estéticas que les unen a los dos, sobre todo la fervorosa inclinación, la admiración profunda y el enorme respeto que sienten por las obras poéticas de San Juan de la Cruz y Antonio Machado, igual que por la de Giacomo Leopardi, poetas órficos y esenciales todos ellos, en los que el cálido temblor de la armonía brota de la emoción de sus poemas superando ésta a la elevada reflexión.

Sería muy difícil destacar dentro del libro, debido a la enorme enjundia del conjunto, un capítulo especial por su contenido. No obstante, aun así nos arriesgamos a resaltar el titulado «La Piece: una etapa decisiva», donde conocemos el dolor terrible y lacerante de María Zambrano ante la muerte de su hermana Araceli, a la que se hallaba metafóricamente soldada en cuerpo y alma. Por otro lado, en el mismo capítulo Antonio Colinas nos habla del manifiesto presentado por la escritora malagueña, junto a escritores e intelectuales de la talla de Borges, Auden, Bergamín, Quasimodo, Montale y Pau Casal, ante el Papa Juan XXIII solicitándole que no desapareciera el uso del latín en la liturgia católica. Por último, dentro de este apartado, conocemos también la amistad que ella tuvo con Lezama Lima y la admiración especial que siempre sintió por la obra de Dante y, sobre todo, por la escritura de San Juan de la Cruz. En otro capítulo también delicioso y sugestivo, «Algunas claves de Antonio Machado y de María Zambrano en Segovia», el autor leonés muestra la predilección ética y estética de la escritora malagueña por la obra poética del autor de Campos de Castilla, al que conocieron María y su padre, don Blas Zambrano, durante su estancia en Segovia, donde ella vivió desde los cinco a los dieciocho años.

Y en el mismo lugar geográfico, el conocimiento de Machado le ligará mágicamente a la poesía de San Juan de la Cruz, quien se inspiró en el paisaje segoviano a la hora de elaborar una de sus más bellas liras: «Y a las subidas/cavernas de la roca nos iremos...». Colinas resalta que la obra literaria y filosófica de María Zambrano está toda impregnada de un tono sagrado, esencialmente órfico y místico, que la define de un modo genuino. Y quizá sea por eso, por el sentido órfico de su obra, por lo que empatizó tanto con la de Antonio Machado, a quien defendió valientemente cuando el poeta Luis Cernuda lo intentó ningunear tratándolo -lo mismo le hizo a Miguel Hernández- como un poeta menor de aire campesino. La buena amistad que tuvo María con el autor de Campos de Castilla queda reflejada en la carta que éste le escribe desde Rocafort (Valencia), donde le relata el sueño que tuvo con su padre, don Blas Zambrano. En la misma página, Machado cuenta la última vez que vio al padre de María: «Vi a don Blas, por última vez, en Barcelona, acompañado por su hija -esta María Zambrano que tanto y tan justamente admiramos todos-. Pláceme recordarlo así, ¡tan bien acompañado!» (pág. 209).

Fragmentos así abundan en todo el texto de esta obra emotiva, imprescindible, sobre la que destella ese órfico temblor de la armonía que Antonio Colinas ha puesto a la hora de escribirla, convirtiendo a este ensayo en un libro magistral.

‘Sobre María Zambrano.

Misterios encendidos’. Autor: Antonio Colinas. Editorial: Siruela. Madrid, 2019.