La poesía de García Baena canta lo ausente, lo perdido. Desde los primitivos cuadernos manuscritos de principios de los cuarenta hasta los últimos poemas de Los Campos Elíseos (2006) ha concebido la creación como rapto; sin embargo, su ritmo de escritura no obedece a impulsos emocionales, sino que cumple la máxima becqueriana «Cuando siento, no escribo»; luego viene el trabajo paciente y sin prisas como el de un orfebre hasta lograr la forma exacta.

Su escritura nace de la conciencia de la fugacidad de la vida y se afirma como testimonio, invención o consuelo: «Dispón el libro, la transitoria sombra,/ordena aquel verano,/rellena el cuestionario, letra clara, mayúsculas,/a ser posible máquina,/antes que el tiempo acabe». («Rogativa por la serenidad». Antes que el tiempo acabe, 1978).

Él, como sus compañeros de Cántico, recupera para la poesía española una escritura basada en la memoria sensitiva. Ricardo Molina sostuvo en las «Notas» que, con el seudónimo de Uriel, firmaba en las páginas finales de la revista Cántico, que el ejercicio poético es «algo más que un testimonio psicológico [...]; es, ante todo, arte, encantamiento, sensible delicia, esplendor». El panorama literario de la década de los cuarenta estaba polarizado entre las revistas Juventud creadora y Espadaña; como punta de lanza de un sensualismo esteticista que enlaza a través de los poetas del 27 con el Modernismo y el Barroco, el poema de Pablo «Ágatha» abrirá el primer número en octubre de 1947 y meses más tarde, en mayo de 1948, Mientras cantan los pájaros aparecerá como suplemento extraordinario del número dos de la revista. La poesía de Pablo es una constante apelación a los sentidos y, en particular, a la vista. Decía Luis Cernuda que mirada y palabra hacen al poeta. Las estampas infantiles, las láminas de Historia Sagrada, la liturgia católica, la naturaleza, el cine, Córdoba, constituyen el imaginario del que se nutren sus poemas.

Los escenarios urbanos y campestres de Córdoba son descritos en Antiguo muchacho (1950) con la minuciosidad de la pintura flamenca. «La Huerta de la Cruz» reconstruye en flash-back ese pasado reino de inocencia, en el que el yo poético vive en armonía con la naturaleza. El símil del tazón humeante de leche como un cáliz que me ofreciera el campo subraya la comunión con la Magna Mater.

Sus primeros poemas evocan el edén perdido de la infancia. Se muestra la mirada virginal del niño, su asombro ante un mundo cotidiano con mañanas de mercado, festividades litúrgicas y viejos oficios gremiales. Se superponen el plano testimonial de la realidad y el literario. La anécdota, el dato trivial, transfigurado por el poder sugeridor de las imágenes, asimila el procedimiento embellecedor de su admirado Luis de Góngora: «Las barberías humildes,/el azogue manchado del espejo,/irisaban de un rosa pálido de pomadas,/de un azul de colonias, de verdes brillantinas,/como un pavo real entreabriendo el ocaso purpúreo de su cola». («La Calle de Armas». Antiguo muchacho, 1950)

Aunque dentro de su obra se suelen distinguir dos etapas, la de formación hasta Mientras cantan los pájaros (1948) y desde Antiguo muchacho (1950) la de madurez, todos sus libros son un solo libro. Tomando como centro el mundo interior del poeta, sus obras profundizan en los temas esenciales de la memoria, los viajes, los amigos, los libros, la religión, el amor...

«Tentación en el aire» es el mejor poema de su primer libro Rumor oculto (1946) y uno de los fundamentales de su obra. Se dispone como un monólogo dramático, en el que el sujeto poético confiesa su fascinación por la sensualidad masculina y su remordimiento. Ese binomio pone de relieve el drama que experimenta el enunciador, escindido entre el paganismo y el cristianismo, entre el goce y la culpa.

El ángel caído, además de ser un icono bíblico, constituye un personaje de ascendencia romántica (Byron, Schiller, Espronceda) que suscita la fascinación por el espíritu rebelde y que, en este poema, designa el prototipo ideal de amante maldito: demonio, ángel mío, tentación en el aire.

Se esboza el arquetipo del ángel bello y cruel de ascendencia rilkeana y reflejo invertido de la femme fatal. Pablo disfrutó en su juventud con cintas como El diablo es una mujer (1935), Eva al desnudo (1950), El crepúsculo de los dioses (1950), en las que Marlene Dietrich, Bette Davis o Gloria Swanson desempeñaban el papel de diablesa. La fascinación por las grandes cortesanas, crueles reinas, famosas pecadoras es además característica de las artes de fin de siglo: Odilon Redon, Gustave Moreau, Verlaine, Villiers del’Isle, Rubén Darío. En su conjunto, la producción paulina es de estirpe romántica; no obstante, combate los excesos del confesionalismo mediante el recurso del monólogo dramático. Toma de la historia personajes y situaciones que actúan como correlato objetivo de sus sentimientos, por ejemplo, los bíblicos de la hija de Jepthé y Verónica, el mito de Narciso o el mismísimo Góngora.

En «Llanto de la hija de Jepthé» (Mientras cantan los pájaros, 1948) el dolor de la protagonista por la maternidad frustrada enmascara la insatisfacción amorosa del autor. Ella, trasunto del poeta y de la poesía, se estremece con el ritmo musical del universo. La imagen de la hija como un arpa tensa ansiosa de vibrar entre los dedos solemnes de la noche refleja además la antiquísima tradición pitagórica y plantea el ut musica poesis, o sea, la similitud de la música y la poesía. Al igual que los románticos alemanes (Friedrich von Schlegel, Novalis), los simbolistas (Verlaine, Darío), Pablo considera que la poesía como la música debe crear una atmósfera sugeridora, como ocurre con «El Concierto», el poema prólogo de Los Campos Elíseos (2006): «El joven violinista del cabello revuelto,/la mano del arco en el regazo amado/dice: tal vez sea la música,/igual a esa palabra almenada,/sólo misterio y precisión».

También se aúnan en Pablo poesía y amistad. Recordemos los poemas con los que abre y cierra Fieles guirnaldas fugitivas (1990). El primero, «Esplendor aún de día», está dedicado a Vicente Aleixandre y en él se concibe al poeta a la manera romántica como oráculo y la poesía, un fuego proteico; en el otro, «Rama fiel», dedicado al Impresor del Paraíso Bernabé Fernández-Canivell, se cuestiona la capacidad del lenguaje poético para copiar la vida y concluye con un guiño al final del soneto gongorino «Mientras por competir con tu cabello»; mientras en aquél se proclama la hegemonía depredadora del tiempo (se vuelva, más tú y ello juntamente/en tierra, en humo, en polvo, en nada), aquí se sostiene el triunfo de la palabra: No será todo humo. La poesía rescata del olvido lo fugitivo y lo hace perdurable: «¿No será todo humo? En los altos estantes/se alinean los libros, biográficos cofres/de poetas que cuerpos y laureles creyeron/verdes y eternos como los ojos de Atenea./No será todo humo. Su mano va posándose/en la lúcida copa que un capelo decora,/el nácar de un nautilus, el carnet de unos valses;/y los dora, sereno, en su melancolía».

Ese afán de permanencia se matiza en «El coche de punto» de Los Campos Elíseos (2006); en el breve diálogo que el sujeto poemático mantiene con la enjoyada figura de la muerte expone la fragilidad del refugio de la poesía contra los estragos del tiempo y su naturaleza elegíaca: «Alguien baja y es ella. Silencioso el cochero,/rígido en su capote, tiende la grada breve./La espera se hizo larga. Ya me conoces, entra/al frágil hospedaje que me diste: la muerte,/la poesía». Su pasión por el cine corrige en «Palacio del Cinematógrafo» (Óleo, 1958) el tono lúgubre de la reflexión sobre las postrimerías; actualiza la imagen barroca del cielo como corte celestial transformándola en una sala de proyecciones, donde irónicamente el yo lírico sueña con el reencuentro: «Sentado en la caliza del astral anfiteatro/te esperaré. Tal ciego que recobra la luz,/me buscarás. Tus hijos estarán en su palco/de congelado yeso, divertidos, mirando/increíbles proezas de cow-boys celestiales,/y yo ya sabes dónde: impares, fila 13».