‘Solo queda una sombra’. Autor: José Infante. Editorial: Huerga y Fierro Editorial. Madrid, 2019.

Recientemente el escritor malagueño José Infante ha publicado su última obra, Solo queda una sombra, en la colección emblemática Signos, de Huerga y Fierro Editorial. Un conjunto de treinta y nueve poemas que llevan por subtítulo Nuevos poemas de la casa vacía, en alusión a uno de sus poemarios anteriores, La casa vacía (2005), con el que obtuvo el Premio Andalucía de la Crítica de poesía de ese año. De aquel libro decíamos por entonces que, junto al paso del tiempo y la íntima soledad en su lírica, existía un ámbito familiar que había estado muy presente en su memoria y adquiere una disposición elegíaca y vivencial de profunda raíz sensitiva. Estos nuevos poemas de la casa vacía se sumergen en un simbolismo preciso: la sombra, como emblema que todo lo ocupa. Una casa vacía cuya representación había sido tomada de Vicente Núñez: «La casa está vacía. Quizás no vine en vano./Alguien llama a la puerta: vida y muerte, es lo mismo».

Con un lenguaje, directo, claro y franco, el poeta se sumerge en su íntima soledad, en su espejo privativo, y permite un desdoblamiento vital en el que transfiere sus sensaciones ante ese recogimiento o quietismo personal. Y, aunque desde el espejo llegue la vida en su declive, siempre resulta un trasfondo de sombra que lo conduce hacia la nada. Incluso desde el principio la sombra llega a ser identificada con él mismo ocupando todo el espacio que el espejo nos ofrece para contemplar la emoción nihilista del poeta. Así dirá: «Que solo existe si existo yo/ y le doy consistencia». Esta identificación supone la asunción de una ocupación y la rendición ante esta especie de invasión de la que se considera ya cautivo, como en el relato de Cortázar, La casa tomada: la desaparición definitiva de aquel joven que un día fue mientras existe una persistente nostalgia de un Sur buscado o perdido con el que de tarde en tarde se siente salvado, como cuando se refiere a los efectos de la música en su alma denostada.

Cada uno de esos treinta y nueve poemas será una detención en los matices de la sombra y en su espacio propio a través de las sinuosidades del tiempo y la memoria o de los crepúsculos del momento actual. En ese recorrido el poeta hace un recuento de su vida, una simulación finalista en un eje axiológico que le permite adentrarse en los matices del tiempo y crear desenlaces: «Solo queda una sombra de lo que fue la vida/cuando la inaugurabas y esta ciudad era su paraíso». Náusea, injusticia, desolación son palabras que adquieren su relevancia manifiesta cuando la memoria se apodera del poema y se hace balance vital y se consuma el desarraigo del poeta, la podredumbre y la desgana del vivir. Incluso como en el poema «Venecia en tu corazón», que rememora nostálgicamente una época surcada por el amor, al final deviene la sombra y con un aire neorromántico, muy querido para Don Álvaro o la fuerza del sino del duque de Rivas, teme asistir a su propio entierro al doblar una esquina.

En ese recorrido por las sombras del pasado la presencia de la madre ocupa un lugar solemne, único; y los borrachuelos de Navidad y la inesperada muerte de su padre, y la nieve sucia, porque la vida, en lugar de despuntar, emborrona, mancha los sueños, los vuelve fementidos. Y renace la basura del hombre, lo más abyecto y engañoso. Pero aunque la voz de Infante es elegíaca se muestra directa y rotunda en su fortaleza. No lo amilana la vida sino que le hace frente y lucha por revelarla, por descifrarla, por penetrar en su raíz de miseria y podredumbre. Infante es enérgico y brioso; a pesar de ese espíritu nihilista no se amilana y lucha: «convertí mi vida en una lucha desigual/contra el destino y la adversidad». Al mismo tiempo que necesita nadar en una permanente búsqueda de la ansiada luz y la caída de nuevo en las sombras, aunque exista siempre en su lírica un deseo renacido, una luz que sigue un camino a pesar de todos los abatimientos, aunque presiente esa cercanía de la muerte y por momentos un alejamiento de la lucha: «No quieres ya más lucha/ ni otra casa que intentara salvarte. Este calvario ha sido suficiente».

Pero en el recuento concluyente en que se convierte por momentos el libro, como si estuviera al final de su jornada, deplora «trabajos inútiles» y «pasiones fugaces»; y la pérdida inútil de la juventud; y las palabras que lo han marcado como tiempo, muerte, melancolía, desgracia, desasosiego, desamor, desencanto: «Son más fuertes que yo./Me utilizan. Y me dejan exhausto». Y nos anuncia su «muerte» («hay señales que dicen que la muerte está cerca/y los años te vencen con toda la violencia/de un enemigo fuerte, cruel y despiadado») para la que está completamente preparado con un espíritu senequista que comprende las etapas de la existencia. En el poema más extenso y explícito del libro, «Casa sucesiva», hace un recorrido por la memoria y el amor, los espacios habitados, la alegría de vivir, el paso del tiempo pero también las ilusiones perdidas y la cruel realidad, los cuadros, los libros, el amor de madurez… y el cáncer, el regreso de una muerte: «Solo quieres la muerte/ como un lento descanso».

Pero hacia el final del libro renace de nuevo la esperanza, los tímidos rayos de sol, la felicidad de vivir en el Sur, los deseos, los anhelos y una cierta templanza consentida y la detención en lo bello que encierra el corazón, el deseo carnal de los cuerpos en la noche de San Juan, ese canto al despertar de la vida.