Nacido en Priego de Córdoba, Niceto Alcalá-Zamora fue diputado, ministro de Alfonso XIII, presidente del Gobierno Provisional de la República y primer presidente de la II República. Tras su destitución de ese último cargo, pasó los últimos días de mayo y los primeros de junio en su finca de La Ginesa de Priego. Escéptico ante el futuro que esperaba al régimen republicano, decidió emprender un viaje por el norte de Europa, que tenía ganas de recorrer desde que en 1923 visitó Dinamarca y Suecia. Salió de Madrid, junto a toda su familia, el 6 de julio con destino a Santander, y desde allí embarcó rumbo a Hamburgo, a donde llegó el día 11.

Al mismo tiempo, veía la luz en España su libro Los defectos de la Constitución de 1931, que se agotó a los pocos días. En él explicaba su posición revisionista con respecto a la Constitución y dirigía una dura crítica a la labor de las Cortes Constituyentes. En Hamburgo, el 13 de julio, se enteró del asesinato de Calvo Sotelo, y dos días después embarcaba en el vapor Milwaukee para realizar el crucero. En su escala en Islandia recibió la noticia del golpe de Estado en España; entonces inició el viaje de vuelta (en el Caribia) con escala en Noruega, de nuevo a Hamburgo y desde allí a París, ciudad en la que se instaló el 9 de agosto; tras residir unos meses en el hotel Beaucheaumont, se trasladó a la rue Raynourd, donde vivió hasta el 5 de mayo de 1938. En ese tiempo vivió de sus colaboraciones en la prensa francesa, en especial en el diario L’Ère Nouvelle, y también de los que publicó en el diario argentino La Nación, en este caso con artículos que comenzaron a publicarse un poco antes de su salida de España. Desde París, la familia Alcalá-Zamora se trasladó a Pau, donde primero residió en un lugar llamado villa Desirée y luego en la avenida Ninot, en villa Rosaleda, un lugar que siempre le traería recuerdos amargos, puesto que allí murió su esposa el 13 de mayo de 1939. También fue en ese lugar donde comenzó a redactar de nuevo sus Memorias, ya que las que tenía escritas fueron robadas en el asalto a su casa y publicadas parcialmente durante la guerra en el diario valenciano La Hora. El 14 de noviembre de 1940 se trasladó a Marsella con el fin de embarcar hacia Buenos Aires, viaje que emprendió el 15 de enero de 1941. Hasta el 28 de enero de 1942 no llegó a su destino final en la capital argentina, de manera que desde su salida de Pau habían transcurrido 441 días, cifra que utilizó como título para el relato de ese largo viaje que lo llevó por Orán, Casablanca, Dakar, de nuevo Casablanca, Veracruz, La Habana y Río, antes de llegar a Buenos Aires. En el exilio bonaerense vivió decorosamente, en un apartamento alquilado en la avenida de las Heras nº 3.004, dictó conferencias, publicó libros (Régimen político de convivencia en España, Paz mundial y organización internacional) y artículos en la prensa (en Leoplán, Chabela, Aquí está, La Prensa). Unos meses después visitó Chile, donde dio varias conferencias: «Significado, cultura y destino de la Raza», a la que asistieron 2.000 personas; «Porvenir inmediato de las Democracias y las Dictaduras», con 1.600 asistentes, y una tercera, «Bases y defensa de la Paz universal», con 1.000 oyentes. Los datos sobre asistencia son los que desde Santiago enviaba la embajada española, que, sin embargo, en su informe al Ministerio de Asuntos Exteriores franquista decía que las conferencias «no despertaron ningún interés». El periodista José Luis Hermosilla, en una entrevista para El Imparcial de Santiago, decía que lo veía «triste, muy triste».

Don Niceto no mantuvo en el exilio contactos políticos con otros grupos de republicanos, obligado a una soledad forzosa, tal y como se refleja muy bien en una sus últimas fotografías, en la que aparece sentado en un banco con una expresión dulce y triste a la vez. Se cumplió aquella impresión suya, reflejada en sus Memorias, de que no volvería nunca a España, ni siquiera cuando le llegaron algunas propuestas acerca de que su vuelta podría significar la devolución de sus bienes, y según Guillermo Cabanellas dijo: «Pretenden comprarme con mi propio dinero». En una carta dirigida a Franco, a los dos días de su muerte, por su consuegro Queipo de Llano (recogida por Francisco Durán), le hace saber que intentó en alguna ocasión hacerlo desistir de su actitud de no volver, pero que su respuesta siempre era la misma: «Decía que tenía la evidencia de que su condena entrañaba una monstruosidad jurídica, por la que había sido declarado culpable y él no podía volver a su Patria como un delincuente vulgar, acogido a una amnistía o a un indulto, porque el pedir cualquiera de las dos cosas, se declararía, implícitamente, como acusado con razón, lo que un caballero no podría aceptar nunca en un caso semejante».

Al igual que ocurrió con otros muchos republicanos, don Niceto fue encausado por el Tribunal de Responsabilidades Políticas. La sentencia se hizo pública el 28 de abril de 1941, y el fallo resultaba contundente: «Que debemos condenar y condenamos a don Niceto Alcalá-Zamora y Torres a las sanciones: económica, de pago de cincuenta millones de pesetas, que comprende la totalidad de sus bienes; extrañamiento durante quince años; y proponer al gobierno la pérdida de su nacionalidad española de conformidad con lo prevenido en el artículo 9º de la Ley de febrero de 1939; y subsidiariamente para el caso de que esta última no se acordase, la inhabilitación absoluta por quince años; que se harán efectivas en la forma dispuesta en la Ley...». Su muerte tuvo lugar el 18 de febrero de 1949 y sus restos fueron depositados en el Panteón Español del Cementerio de Chacarita. En octubre de 1977, a propuesta del senador Justino de Azcárate, la Cámara Alta española aprobó que se trajeran a España los restos de Alfonso XIII, Niceto Alcalá-Zamora y Manuel Azaña. Los de don Niceto, sin recibir honores de jefe de Estado, volvieron a nuestro país en 1979 y fueron depositados en el panteón familiar de la Almudena de Madrid.

A los 20 años de su fallecimiento, Pita Romero publicó un artículo en el diario argentino La Prensa titulado «Epílogo porteño de un español egregio», donde recordaba las dificultades que pasó en los últimos años de su vida, cuando ya casi ciego les dictaba los artículos a sus hijas, Pura e Isabel. Señalaba que no le importaba vivir casi en la pobreza, pues solía decir: «yo no necesito nada», y cómo él, que hasta ese momento sólo lo había conocido como orador y político, también entró en contacto con la dimensión humana del personaje. Tardaría algún tiempo en iniciarse el reconocimiento de la trayectoria de don Niceto Alcalá-Zamora, quien a lo largo de su exilio procuró siempre mantenerse de acuerdo con las declaraciones que le hizo a La Nación al llegar a París: «Durante toda mi vida estaré al servicio de la patria, de la República y de la justicia social más amplia dentro del orden». En su pueblo natal, como ha recogido Francisco Durán, los actos de recuperación de la memoria histórica de don Niceto no se iniciaron hasta el año 1977, con un acto consistente en la restitución de la placa que en su casa natal recordaba que allí había visto la luz el primer presidente de la II República española. Otro acontecimiento clave fue la donación de la citada casa al ayuntamiento de Priego en 1986, quien de acuerdo con las condiciones establecidas se compromete a «recibir la casa y a mantenerla y conservarla constantemente al servicio del pueblo de Priego como Casa Natal de D. Niceto Alcalá-Zamora y Torres y siempre con fines culturales y nunca políticos». Para ello se constituyó un patronato municipal, cuyos estatutos fueron aprobados en 1993, que en la actualidad es quien se encarga del mantenimiento y ampliación de la Casa-Museo, así como de la realización de actividades que permitan dar a conocer la vida y la obra de don Niceto Alcalá-Zamora y Torres.