Tras una amplia trayectoria creadora, la escritora Nerea Riesco (Bilbao, 1974) ha publicado este año Los lunes en el Ritz, una historia apasionante de amor, amistad, sacrificio, engaño y venganza, telón de fondo de uno de los grandes hoteles del mundo.

-¿Cualquier tiempo pasado fue mejor?

-Sin duda, pero tiene truco. Nuestro cerebro filtra los recuerdos, dejándonos los mejores. La nostalgia sabe a beso de un verano adolescente, a tomate de los de antes, a sugus... y nos sacude de encima los madrugones para ir al cole, la pila de deberes y los moratones en las rodillas. ¡Y qué bien que así sea!

-Se lo pregunto porque, leída su novela, ‘Los lunes en el Ritz’, se percibe cierta fascinación por el momento histórico.

-El tiempo en el que transcurre la trama de la novela, que es entre 1929 y 1936, siempre despertó mi interés. Había cientos de libros y películas que hablaban de la guerra civil, pero no tantos en los que se desgranase «el previo». ¿Qué ocurrió para que una sociedad abierta en la que existía la ley del divorcio, en la que se debatía sobre las autonomías en el congreso, en la que las mujeres ejercían el derecho al voto... estuviese tan dividida?

-¿El protagonismo de las mujeres viene marcado por la situación social?

-Las mujeres nunca lo hemos tenido fácil, pero aquellos años parecían esperanzadores para las españolas. Como digo podían votar, tenían acceso a la universidad, ocupaban escaños en el congreso, conducían taxis, pilotaban aviones... ¡Hasta una agencia de detectives femeninas había en Madrid! Esos avances fueron arrebatados de manera abrupta. Todo lo que ocurrió supuso un trauma para la sociedad. No hay más que repasar los medios de comunicación para ver que aún no nos hemos recuperado.

-¿De qué manera, un edificio como el Ritz, se convierte en protagonista absoluto de la historia a contar?

-El Ritz de Madrid es un testigo de la historia. En sus habitaciones se han hospedado personajes trascendentales: Mata Hari, Winston Churchill, Dalí... Grace y Rainiero de Mónaco pasaron allí parte de su luna de miel y allí se hospedaron también los asistentes al sepelio de Franco; por citar solo algunos. Era una tentación demasiado grande no aprovecharme de toda esa realidad para configurar mi fantasía.

-Cuando el lector acabe ‘Los lunes en el Ritz’, ¿encontrará algo más que una apasionada historia de amor?

-Intento que mis novelas sean un poco como una cebolla (risas). Que estén conformadas por decenas de capas para que cada lector profundice hasta donde le plazca. Quien busque una historia de amor en Los lunes en el Ritz la encontrará. Pero también podrá encontrar una novela de aventuras, de traiciones, de amistad entre mujeres, de curas sociales, de crítica, de repaso a la historia... Me gusta mucho cuando llego a un club de lectura y alguno de los participantes me comenta que supo de tal o cual cuestión gracias a alguna de mis obras. O que mi novela les ha llevado a leer otro libro para seguir ahondando en un tema que despertó su curiosidad.

-El personaje de Martina es un referente, ¿a quién debe recordarnos en realidad?

-Es uno de esos personajes que yo llamo «puzzle», porque voy tomando pellizcos de personas reales, de detalles, actitudes y biografías de otros. Martina tiene mucho de Dely Tejero, una pintora destacada del momento que formaba parte de un movimiento llamado «las modernas». Sería interesante que le hiciésemos un repaso a las mujeres que se han quedado fuera de los libros de historia y de texto. Ignorándolas cometemos una tremenda injusticia. Por no hablar del vacío educativo que eso implica.

«Se ha escrito mucho sobre la Guerra Civil... tenía ganas de escribir sobre gente que piensa lo contrario: ni morir, ni matar. Simplemente vivir y dejar vivir»

-El período elegido, 1929-1936, ¿conlleva un ingrediente más que narrativo o habrá que leerlo como exclusiva ficción?

-Situar a los personajes en un determinado momento histórico o en un determinado escenario implica que las circunstancias económicas, políticas y sociales (reales) que se vivieron en esos años afectarán a sus comportamientos y forjarán sus personalidades. Antes de poner la primera frase de mis novelas estructuro la historia con dos líneas del tiempo paralelas: una en la que desarrollo la historia que he inventado, y otra en la que señaló los hitos reales de los años que describiré.

-Usted suele documentarse para sus novelas, ¿éste ha resultado un proceso de elaboración más complejo o más fácil por la proximidad de la época?

-Como te decía, mis novelas tienen un marcado carácter histórico pero, por primera vez, avanzaba lo bastante en el tiempo como para no tener que documentarme con libros escritos por gente que ni siquiera había vivido el momento del que hablaba. ¡Disponía de la prensa del día! Abc, Blanco y negro, Estampa... pero sobre todo una revista que descubrí llamada Crónica, a la que rindo homenaje transfigurándola en el Cronista impaciente en la novela. Ha resultado un placer el trabajo de documentación.

-El protagonista masculino, Bosco, representa a ese grupo de actores que triunfó en Hollywood, ¿queda mucho por contar de aquella época?

-Muchísimo. Son años dorados en los que nuestros actores se fueron a Hollywood a triunfar en los llamados talkies o, lo que era lo mismo, las versiones españolas de las películas americanas. La Metro Goldwyn Mayer contaba con un departamento especialmente dedicado a ello. Allí triunfaron artistas de la talla de Conchita Montenegro (la Greta Garbo española, la llamaban) o el murciano José Crespo, que me sirvió de inspiración para el galán de la novela: Bosco, un apuesto joven que viaja a Hollywood siendo un Don Nadie y regresa convertido en una rutilante estrella. Él está más que enamorado de la hija del director del Ritz en un momento en el que en el hotel no se permitía la entrada a actores.

-Los acontecimientos se precipitan en las últimas 60 páginas de la novela, ¿había necesidad de condensar esa parte histórica para justificar el resto?

-Hay algo que tenía muy claro cuando comencé a darle vueltas a la idea de la novela, y es que no quería entrar en el periodo de la Guerra Civil. La novela termina a finales del 36. Quería que el lector tuviera la misma sensación que los personajes. Tienen sus propios problemas y preocupaciones cuando, de repente, sucede algo ajeno a ellos que le da la vuelta a todo. Repentino, rápido, caótico... en una noche todo lo que eran sus prioridades se desvanece y lo fundamental es sobrevivir.

-No vamos a desvelar el final, ¿estaba usted obligada a rendir homenaje a tantos españoles de la diáspora?

-Más bien a las personas reales, a las que viven en el día a día, a los que se preocupan por tener un trabajo con el que alimentar a sus hijos, pagar la casa y poder darse un capricho de vez en cuando. Se ha escrito mucho sobre la Guerra Civil y, casi siempre, se describe a personas que son capaces de morir o matar por una ideología política. Yo tenía ganas de escribir sobre gente que piensa todo lo contrario: ni morir, ni matar. Simplemente vivir y dejar vivir.