‘El naufragio de las civilizaciones’. Autor: Amin Maalouf. Editorial: Alianza Editorial. Madrid, 2019.

Amin Maalouf (Beirut, 1949) escritor de origen libanés y francés de adopción, autor del célebre León el Africano, recibió el premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales, siendo en la actualidad miembro de la Academia francesa.

Se crió en un universo mediterráneo, en brazos de una civilización que consideraba moribunda. Vivió su infancia en Egipto con su abuelo materno, país que consideró su segunda patria. Haber tenido antepasados familiares católicos, ortodoxos, maronitas y protestantes presbiterianos le sirvió para comprender las culturas del nomadismo y de las minorías.

Debido a ésta multiplicidad de orígenes, tendrá la sensación de ser extranjero: un cristiano en el mundo árabe y viceversa. Ya en su espléndida obra Identidades que matan sostenía que la afirmación de cada uno, no debe significar la negación de los otros, y que se puede ser fiel a los valores propios sin por ello sentirse amenazado por los de los demás.

En su obra El desgaste del mundo sostiene que nuestra civilización está en trance de agotarse, aportando como argumento el creciente auge de los populismos xenófobos que nos llevan a desconfianza hacia los otros, a una peligrosa intolerancia religiosa y política, a diversos tipos de nacionalismos insolidarios, que nos aboca inevitablemente a un naufragio inminente y fatal.

En el ensayo que reseñamos, El naufragio de las civilizaciones (Alianza Editorial, 2019), escrito a modo de testamento intelectual, no hay en él el menor atisbo de añoranza de un pasado esplendoroso, sino una sincera preocupación por un futuro desconcertante, por el porvenir de las generaciones, sin pesimismo ni desaliento, abierto a la esperanza del mañana, entendiendo que una solución posible es una llamada global a la responsabilidad de todos y cada uno.

En su obra Los desorientados considera que el planeta debe volver a re-orientarse, que más vale equivocarse en la esperanza que acertar en la desesperación.

Un mundo que parece caminar al revés, marchando a toda velocidad en dirección contraria a la ideal, aunque no sea su intención ni ser agorero, ni predicar desánimo. Se pregunta cómo hemos llegado hasta aquí, en una época en la asistimos a extraordinarios avances científico-tecnológicos, que nos facilitan un acceso universal al conocimiento, a que vivamos más y mejor, lo que debería conducir a la Humanidad a una era de libertad y de progreso.

Considera que es un privilegio vivir en una época tan inventiva como la nuestra, pero que, sin embargo, le persigue esa imagen oscura del naufragio, de un Titanic planetario rumbo hacia el abismo.

Se pregunta a sí mismo, qué es lo que hemos hecho mal. Hoy vivimos siniestras convulsiones que amenazan con destruir todo aquello que nuestra especie ha ido construyendo en positivo porque, todos estamos a bordo del mismo barco si la Humanidad sucumbe al suicidio colectivo.

Es desconsolador constatar el bochornoso espectáculo que brinda nuestro planeta, fruto de todas las bancarrotas éticas: después de la utopía comunista hundida, llegó el triunfo del capitalismo neoliberal. Sólo parece encontrar consuelo en la construcción de Europa unida, como referente civilizatorio.

Maaoluf lleva años contemplando el mundo árabe con angustia: como herederos de aquellas civilizaciones porteadoras de sueños universales que se han ido metamorfoseando en tribus vengativas y rabiosas.

Siente tristeza por la deriva negativa de los pueblos del Levante mediterráneo: constatando que su universo natal fue el primero en naufragar.

Cómo un paraíso llamado Egipto se transformó en un país destruido por la ineficacia de sus líderes. De un planeta entero (tories extremistas, judíos ultraortodoxos, mulás y talibanes, ultranacionalistas) que parece arrastrado hacia una vorágine destructora y mortal.

Se cuestiona cómo sobreponerse, cómo recuperar la dignidad perdida: manteniendo una defensa de la democracia, la Ilustración y la modernidad porque toda derrota puede ser a la vez una nueva oportunidad de cambio. Ha vivido con el anhelo continuo de ver de nuevo un renacer de la civilización de sus antepasados, a la altura de aquellos que habían contribuido a la aventura humana de la sabiduría.

Hoy se muestran indignos de la herencia universalista y humanista de la que son depositarios. Ahora son puro naufragio, zozobra y odio propio, falta de confianza en sí mismos, fragmentación y desintegración. Dan la razón a sus detractores que ven un choque de civilizaciones en nombre de la religión, a falta de un proyecto laico en el mundo árabe islámico.

Una tierra en la que pudo extenderse la luz y acabaron por propagarse las tinieblas.

Es necesaria una urgente introspección colectiva para entender qué males padecen y para buscar remedios más allá del síndrome del eterno vencido. A modo de conclusión nos dice que la civilización levantina que tanto quiso, de nuevo debe volver a ser la que fue: cuna de civilizaciones.