Irene Vallejo (Zaragoza, 1979), Premio Nacional de Ensayo 2020, es una escritora en estado de gracia, autora de El infinito en un junco , con numerosas ediciones ya y traducido a varios idiomas. Este ensayo de moda es una obra a medio camino entre el relato y la novela de ficción. La primera parte de la obra es de más interés e intensidad que la segunda, dentro de una gran erudición para expertos que hace compatible con un lenguaje asequible por cotidiano y con múltiples guiños al mundo actual. Este hermoso libro se iba a llamar Una misteriosa lealtad en honor a Jorge Luis Borges, dado que se iba a centrar en la gestación de la gran Biblioteca de Alejandría. Vallejo toma la sabia decisión de sumergirse en una investigación de los clásicos partiendo de los viajes de unos enigmáticos jinetes que llevan a cabo una extraña misión. Son buscadores de libros por territorios donde les acechan peligros múltiples en un mundo violento y convulso.

Fueron los Ptolomeos quienes enviaron a estos hombres, en su obsesión megalómana, para conseguir todos los libros del mundo. Estos faraones con poder absoluto estaban dispuestos a pasar a cuchillo a todo aquel que se interpusiera en su objetivo de hacerse con tan codiciado botín. Perseguían el sueño imposible de hacerse con el mayor número posible de ejemplares allí donde los hubiera para crear esa gran biblioteca en Alejandría. Una ciudad sin pasado, que pasó a ser la ciudad de los libros, capital de la palabra. Una biblioteca de 200.000 volúmenes, que es lo más cerca que hemos estado de poseer todos los libros existentes, como ahora sería el mundo virtual de internet. Ciudad de sabios, donde Demetrio de Falero inventó la figura del bibliotecario, donde escritores helenisticos, filósofos, científicos y poetas pudieron tener un trabajo remunerado de por vida.

Fue en la Grecia continental de Homero, Safo y en la periférica y mestiza de los preplatonicos cuando constatamos la fiebre por los libros. El nacimiento de la filosofía griega coincidió con la juventud de los libros y de la escritura. La Academia platónica tenía biblioteca propia y en el Liceo, Aristóteles el tutor de Alejandro coleccionaba libros de ciencia y de arte que compraba de su propio bolsillo. Por eso escribió lo que escribió… Los libros, nos lo recuerda Emilio Lledo, son los recipientes donde reposa la historia, el dique contra el tsunami del tiempo. La historia de los libros lo es de nuestra memoria como especie humana. Este ensayo nos recuerda cómo los libros han sobrevivido a los campos de concentración nazis y a los gulags, al analfabetismo, a las hambrunas y a las epidemias, a las conquistas y a los saqueos.

Libros que surgieron de un sencillo junco o papiro como hojas para la escritura capaz de albergar lo más grande, la cultura en algo tan pequeño como un rollo. Esos libros de Grecia a la Edad Media de los monasterios a la imprenta del Renacimiento, de la Ilustración a la Modernidad que son el cimiento de nuestro mundo, que han sido y seguirán siendo nuestros más fieles aliados durante siglos como objetos de amor y de fascinación, que si no existieran cada generación tendría que empezar de cero. Son aquellos que sin su presencia la vida perdería sentido. Son un producto frágil, tan etéreo como el aire, que siguen presentes en nuestra cotidianidad como fuente plena y continúa de estímulo y de placer. Nos han ido dejando una profunda huella, porque acumula siglos de sabiduría encapsulada, al alcance de cualquiera asimilarlos. Hoy abundan los tristes agoreros, profetas de su pronta desaparición, que vaticinan su muerte sustituidos por dispositivos electrónicos, quedando relegados a museos etnológicos. Eso no va a ocurrir, porque nadie acabará con los libros en papel. Por el contrario, han superado la prueba del tiempo, demostrando que son buenos corredores de fondo, con larga vida por delante. Tienen el poder y la magia de registrar nuestras ficciones que son la especificidad de lo más humano, que dan sentido al mundo y nos alejan de la ignorancia y el fanatismo. Es nuestro deber proteger el tesoro de nuestra tradición de la palabra escrita. Allí donde llegan los libros hay más higiene, menos supersticiones y las gentes son más felices. Representan la cultura imprescindible en tiempos de crisis planetaria. Son el refugio íntimo, que nada ni nadie nos puede arrebatar. Es curioso observar cómo podemos leer un manuscrito de hace diez siglos, pero no un disquete o una cinta de vídeo de hace solo una década. En definitiva, los libros están profundamente arraigados en nuestra actitud y en nuestras expectativas ante la vida, compañeros de nuestra identidad personal. En estas fechas navideñas nada mejor que felicitarnos con libros como éste.