‘Desvío a Buenos Aires’. Autora: Concha García. Editorial: Chamán Ediciones. Albacete, 2019.

Desde la primera referencia escrita -Desvío- uno está a dispuesto a esperar de casi todo en un itinerario dado al hallazgo y a la extrañeza de lo singular, al diálogo continuo con cada lugar, persona, historia de los sitios que se cruzan con la autora y que solo sabremos más tarde, el particular significado o relieve que alcanzan en este trazado. Concha García ya nos dejó otras muestras en este terreno del diario y, por tanto, sabe donde pisa. Regresa esa voz por las tierras misteriosas -misterio como todo lo que está esperando un descifrarse íntimo por nuestra parte- de Sudamérica. El viaje como un recorrido introspectivo y de continuo descubrimiento, pero también compartido como es la parte final de este libro, a tres voces. Comienza en Buenos Aires, continúa por La Patagonia y termina en Tierra de Fuego. Solo este último vocablo despliega en la autora una carga emocional y sensorial que se recoge a través de su bibliografía. La implicación con aquella zona, los seres que se va cruzando y las referencias detalladas, de hechos, lugares, etc, estructuran un discurso en forma de diario, con un paisaje de fondo siempre presente y cuya desolación nos aparece, a cada momento, con la singular carga de sugerencia y belleza que el recuerdo parece ordenar.

Frente a anteriores trabajos de Concha, y dentro de esa mirada poética que despliega, lo lírico no ocupa de continuo el primer plano en esta entrega, sino que hay una carga de reivindicación constante a lo largo y ancho de estas páginas. No es una viajera más, corriente, que pasa por los sitios sin más. Ella entra, desnuda, disecciona llegado el caso, se detiene, camina (y esta acción es de las más significativas, el contacto, el pie a tierra), charla, indaga, en una invitación a entrar en la historia de los pueblos y en las injusticias que a veces estos arrastran (casi siempre con el trasfondo del capitalismo como elemento deshumanizador). Este tono, más acentuado, invita también a la reflexión activa, y abandona un poco ese sustrato de la simple belleza como excusa única para avanzar y sorprenderse, también la indignación tiene cabida en este tránsito, equilibrándose ambos polos en el mismo discurso sin concesiones.

Lo perplejo es como nos transmite la intensidad de lo que acontece, llegándonos de manera directa, vertical, sin que la gama de matices se pierda en ningún momento. La cuestión es cómo miras y si al hacerlo, ves algo, afirma la autora al final del libro. No es solo paisaje lo que observa, el paisaje no va solo, precisa de quien repara en él y lo redescubre, olvidando de paso otros pensamientos insistentes. Hay que ir desviándose, deteniéndose, hablando con una misma o con los-as compañeros-as de viaje, intercambiando esos fragmentos de tiempo, deshaciendo el yo en lo cotidiano frente al resto, y el ser recupera entonces otra dimensión. Un dispersar la mirada, no dar nada por sólido o inamovible, sino moverse bajo esa fluctuación que proporciona el momento. Una lucha continua por hallar ese estado de felicidad, por mantenerse en él durante el mayor tiempo posible, antes que la realidad se instale de nuevo, una realidad a la que solo hay que acudir en pequeñas dosis, como si tuviese un tono anulador. Y el ser humano como elemento de referencia constante, bajo el signo de un tiempo que absorbe, desordena, olvida, y que solo en la voz de quien irrumpe, obtiene un hilo que se tensa, la posibilidad de recuperar algo a punto de perderse.