‘Juan Gil-Albert y el exilio español en México’. Autor: Pedro García Cueto. Edita: Generalitat Valenciana. Valencia, 2017.

Un apreciado crítico y ensayista literario, con interesante obra que así lo confirma, es el madrileño Pedro García Cueto, quien ha publicado Juan Gil-Albert y el exilio español en México, en donde presenta al escritor como el poeta alicantino «del exilio ante la victoria de Franco, de la necesidad de desaparecer de una España que ha perdido los ideales progresistas y que se ve envuelta en el espíritu de la Cruzada nacional [...]». De este poeta, por tanto, es del que va tratar García Cueto en un volumen que intenta «recorrer algunos momentos de ese exilio, sin olvidar la labor dedicada a las revistas con anterioridad al exilio [...]» ni abandonar «nunca su raíz española y su amor por la tierra levantina que tanto quiere». García Cueto denuncia en su trabajo «un escaso conocimiento de ese período» y constata el hecho de que, a partir de 1947, vuelto a España, «fue gestando una obra sólida que triunfará en los años setenta cuando reconocidos poetas de la citada generación [...] supieron reconocer el esfuerzo de Juan Gil-Albert por tejer una obra clásica por sus dimensiones literarias, estéticas y humanas». Con estos condicionantes, nace un estudio que el ensayista presenta extraordinariamente bien razonado y extendiéndolo en diferentes secciones: la primera será «Los años anteriores al exilio americano», recogiendo -además de vivencias políticas personales como el Congreso de Intelectuales Antifascistas en Valencia- textos de y sobre Gil-Albert en la revista La hora de España, y luego una relación de sus primeras experiencias de exilio hasta afincarse en Méjico. El lector, según se le va describiendo al poeta, descubrirá la rica vida literaria del mismo, su personalidad emotiva y el esteticismo de su escritura, en resumen, un hombre peculiar -y esto con palabras de un crítico citado al efecto-: «Juan Gil-Albert resultaba, para mí, un ser diferente de cuantos intelectuales iban apareciendo en la vida cotidiana de los cafés de la ciudad de México, y que poco a poco se integrarían a los centros culturales del país, colegios, universidades y casas editoriales».

Testimonios y anécdotas de quienes lo conocieron y trataron en su exilio enriquecen unas páginas que pronto, ya en la segunda parte y en sus sucesivas divisiones, se orientarán precisamente a anotar muchos de los recuerdos que vivió con él el músico mejicano Salvador Moreno, y con detenimiento al contenido del libro autobiográfico Tobeyo de Gil-Albert, un libro que demuestra que «el escritor alicantino ha sentido el peso de lo mexicano como si hubiese larvado su piel, con la misma intensidad que el fulgor de un resplandor en la noche». Al análisis de este libro le sigue el del titulado Las ilusiones, que pronto se califica en el ensayo como «un libro fundamental del exilio americano de Gil-Albert», un libro «que consagra su sentido a la alegría vital y al mundo que le rodea» y a partir del cual se puede compartir también la opinión de Pedro J. de la Peña de que la publicación está «entre lo mejor de la poesía gilabertiana». Pero junto a este se valoran asimismo los poemarios titulados Las canciones provenzales, El convaleciente y El existir medita su corriente, en realidad el último libro del exilio del poeta alicantino en el que claramente se ilumina de los paisajes de su ansiado Mediterráneo y brota sin cesar su nostalgia por la luz de la lejana tierra amada: «Más que el amor que un día me cediste,/te pido, ¡oh, Providencia!, que me lleves/a aquel rincón que guarda entre sus brazos/la indolencia divina».

El estudio de Pedro García Cueto se va a continuar en una tercera parte titulada «El regreso a España de Juan Gil-Albert», que en esa tónica de saciedad crítica da alas a una cincuentena de páginas para que oteen, transcurridos los ocho largos años de exilio del escritor -cuando contaba con 41-, su nueva vida en España en la que, sin embargo, no claudicó de «sus ideas políticas, ya que continuó siendo fiel a sus ideas y pasó a engrosar el único lugar que le quedaba a un hombre contrario al régimen, el de «exiliado interior», esto según concreción incorporada de Manuel Aznar Soler, quien igualmente informa que desde ese exilio interior «Gil-Albert mantuvo una actitud de dignidad ética, política y literaria que, si se le discutió en 1947, justo será reconocerle ahora». Es interesante la documentación que García Cueto comenta aquí, aún referida al exilio, entre la que se encuentra la carta para su hermana desde México. Esta misiva da paso a una cuarta parte del ensayo, «El exilio cultural español: una visión general», que redondea el trabajo por intentar «aclarar qué dimensión tuvo este desarraigo en la vida de muchos de los hombres que habían cimentado la cultura en los años anteriores a la Guerra». Para ello se aporta nueva y abundante documentación sociopolítica y literaria a través de la cual el lector entenderá mucho mejor el periodo del exilio y no por ser este un apartado de generalidades se desvincula de la vida transterrada de Gil-Albert sino que ayuda a valorarla y a comprenderla en toda su intensidad. Datos -imposible ni siquiera enumerarlos aquí-, recuerdos, nombres, imprescindible bibliografía, literatura conmovida por el dolor, la soledad y el compañerismo, y mucho más, muchísimo más, es lo que hay en esta última sección de un libro total que, coronado aún por el epílogo «Juan Gil-Albert y su exilio», muestra al crítico exhaustivo, sopesado y riguroso investigador que es García Cueto, quien por todas estas páginas se ha dejado lo mejor de su inteligencia y sabiduría. Todo ello para aprovechamiento de los interesados lectores.