La penúltima vez que tuve oportunidad de hablar con Miguel Romero Esteo (Montoro, 1930-Málaga, 2018) fue para comunicarle la concesión del Premio de la Crítica en Andalucía en 2013, aunque en 2008 había sido también Premio Nacional y en 1985 recibió el Premio del Consejo de Europa. Tartessos es una de las grandes obras del XX, como Luces de Bohemia o La casa de Bernarda Alba. Así discurría Pedro Aullón de Haro en el estudio introductorio a Tartessos:

«Tengo la convicción (...) de que la obra de Romero Esteo es junto a la de Valle-Inclán, lo más original y renovador que ha producido la literatura dramática española con posterioridad al Siglo de Oro». Personalmente la considero muy importante por la conformación de un mundo primigenio que nace con la circunspección, el rigor y el alcance de la palabra poética. Nos transporta a un mundo originario (el siglo XI a.d.C.), casi un mundo recién creado, como diría García Márquez en Cien años de soledad, a otra forma de entender y de vivir la existencia muy alejada pero, en esencia, con grandes puntos comunes con nuestra forma de pensar en la actualidad, porque la dignidad, la violencia, la guerra, la muerte, la vida y el amor son temas universales. Con gran verosimilitud y con un monumental poder creativo lleva a cabo una obra inmensa, hermosa, una ópera andaluza del siglo XX, con una sublime inteligencia y una precisión de orfebre en los más mínimos detalles. Todo un canto al teatro como acto creador y representativo pero también como instrumento simbólico y agitador. Tartessos es una obra clásica en el mismo sentido que podríamos considerar cualquier obra de Shakespeare o del genial Sófocles con cuyo teatro puede tener relación sobre todo en la intensidad dramática de una Antígona, en las partes tituladas «Liturgias XIX y XXIII de la Jornada Segunda de la Solemnidad». Pero también lo tiene con el teatro épico de un Esquilo y sus hierofanías diversas. Aunque ha sido considerada por el autor como un poema épico, sin embargo, en su intensidad dramática, sobre todo en la segunda parte, debo considerarla como una gran obra de creación trágica. Una tragedia en el gran sentido del término que nos ha hecho vibrar ante los diálogos de Oonókopo y su hermano Aaraklos o entre aquel y Bosummuro.

Tartessos está organizada en dos grandes partes que llevan por título «De la gran luna de los racimos y el sol» (41 liturgias o escenas) y «De la grande luna de las lluvias y las aguas» (43 liturgias). En ellas aparecen extensas acotaciones que poseen un enorme valor narrativo pero también descriptivo, porque Romero Esteo cuida la escenificación hasta el último detalle. Largos recitados, monólogos de gran profundidad existencial y creadora, y un enorme lirismo épico que va creando a raudales. Pero su gran labor arqueológica es la reconstrucción de ese mundo. Un trabajo de titán donde se evidencia su verosimilitud, conseguida lingüísticamente, pero sobre todo en el imaginario de la representación y en toda la ambientación de su dramaturgia. Y existe mucho más: la entrada de los grandes sentimientos de la humanidad. Cuando Tartessos se plantea ceder el paso a los ejércitos de Quart Hadasht que pretenden atravesarlo, Oonókopo se niega porque sabe que es una excusa perfecta para ser invadidos y diezmados. Esto crea una situación dramática de sorprendente valor teatral en la que se enfrentan Oonókopo y su hermano Aáraklos partidario de dejarlos pasar y así evitar la guerra y/o la muerte. Se plantea así «la libertad de o vivir libres o morir con dignidad». Pero también otros grandes temas como el concepto de la vida, de la muerte, de la resistencia: «¿Qué es la vida sino resistir contra la secreta herida de la muerte?». La última vez que pude hablar con él fue con motivo de una invitación que le hice para hablar de su teatro en el Ateneo de Málaga, hace aproximadamente tres años. Ya andaba recluido en su casa, se hallaba bastante melancólico y alejado de los focos mediáticos, y tras darme las gracias, me dijo que no iría porque «si España no ha hecho nada por mí, yo no haré nada por los españoles». Fue un resumen explícito con el que se quejaba del abandono de su obra en general. Romero Esteo pertenecía a la generación simbolista y se había iniciado en 1961 con dos obras: Pizzicato irrisorio y gran pavana de lechuzos y Pontifical… Ya en la década de los 70: Patética de los pellejos santos y el ánima piadosa (1970), Paraphernalia de la olla podrida, la misericordia y la mucha consolación (1971), Pasodoble (1973), Fiestas gordas del vino y del tocino (1973), Horror vacui (1974)…; y, muerto el dictador: El vodevil de la pálida, pálida, pálida rosa (1979), La oropéndola (escrita en los ochenta para televisión), Tartessos (1983), Liturgia de Gárgoris, rey de reyes (1987)... Un teatro que es un portentoso «fenómeno estético» y «fenómeno histórico» sin precedentes por su conexión con la cultura popular y por la ruptura total con la cultura oficial. Un teatro grotesco con superabundancia de fiestas populares, plazas públicas, mercados... en el que se sintetizan y asocian todo tipo de elementos de arrabal, provocadores, con multiplicidad de sentidos, pero también muy atento a todo tipo de obscenidades y códigos divergentes que lo insertan en la libertad más absoluta.