‘Lamento lo ocurrido’. Autor: Richard Ford. Editorial: Anagrama. Barcelona, 2019.

No es fácil escribir una crítica de Richard Ford, puesto que existe un a priori determinante en ello como figurar de gran buque insignia de la colección narrativa de Anagrama en su cincuentenario. El porcentaje de valoración positiva de la obra de Ford es muy elevado, por contra las críticas negativas han sido pocas, eso sí, sonoras en forma de misiva acompañada de una bala o una bofetada como respuesta a la opinión poco propicia. Las posibilidades de encontrarme con el autor americano resultan pocas, así es que intentaremos en la medida de lo posible, como con otros autores, ser ecuánimes desde nuestro punto de vista.

Lamento lo ocurrido, de Richard Ford, fue presentado en septiembre, en Barcelona, a bombo y platillo por la editorial Anagrama como corresponde a la mencionada efemérides con uno de sus autores de más alto brillo perteneciente al sello de Herralde. El mismo autor acudió a los fastos otorgando relieve y querencia al permitir la publicación de esta colección de relatos antes en castellano que en inglés, incluso antes en España como primicia mundial que en Estados Unidos, donde verá la luz la próxima primavera. Tales premisas suponían una verdadera llamada hacia la lectura de tan esperada colección de relatos. Después de los grandes éxitos de sus obras extensas, Ford ha vuelto al relato corto y nos ofrece una colección con un número significativo y emblemático como es el diez.

¿Qué encontramos en esa colección de relatos? Evidentemente el dominio de la prosa y el ritmo marcas de la casa, un pausado y consciente devenir en el que transcurren historias más bien anodinas, de una lentitud inusual. Lo interesante es que lo hace en muchas ocasiones con frases cortas, salmódicas. Imagino la dificultad de la traducción para intentar lograr que ese contenido abúlico y cortante fluya en otra lengua distinta de la elegida para el original.

Los personajes de los distintos relatos no tienen conexión entre sí, más allá de encontrarse en un determinado momento casi azaroso y mostrar su infelicidad (curioso, un relato se titula «Feliz»). Cuestiones un tanto extraliterarias son las únicas constantes, la primera, siempre aparece un irlandés/esa y dos, no existe la emoción. Véase un botón de muestra: «Mick decía que era casi como si nunca hubiera pretendido ser irlandés, simplemente lo hubiera soñado, y sin embargo se hubiera quedado con lo mejor de serlo, prescindiendo de toda la mierda habitual». Una intención se repite en algunos relatos, el arranque in media res y el corte final sin previo anuncio. El lector navega por las palabras, por la acción contenida como un travelling azaroso de alguien elegido que acaba conversando con otro personaje, a veces, entran y salen casi sin dejar rastro. No esperemos trascendencia y sí muchas vidas grises.

No siempre se oferta al lector de estos relatos la sonrisa, que no supone tal, sino más bien una mueca de solo un lado. Ahora bien, debemos reconocer que en esa tesitura supone uno de los sellos estilísticos de Ford. El ejercicio del lector consiste en desgranar el sentido humorístico de algunas escenas: «estamos intentando averiguar quién es americano. Y si acertamos, descubrir por qué está aquí». Comenta una señora mayor acompañada de dos amigas, a lo que el protagonista del relato le contesta: «Aquí, ¿En un barco a Irlanda?». No obstante, tampoco existe la renuncia a enfocar algunos monstruos del autor (y del mundo): «¿no te parece que el país donde vivimos es un circo, Tom? Ese imbécil del presidente y… ¿A quién podemos culpar, sino a nosotros?». El desdén se transmite en las palabras: «conversación intermitente y falsa acerca de cómo envejecían», «habían pasado los días de las llaves de verdad, las cerraduras de verdad y la gente de verdad», «tampoco hacía gran cosa en la ciudad». Con esos principios uno parece que esté en casa de Samuel Beckett, invitado por sus personajes. Nihilismo como parte de una sociedad que elige un presidente como Trump.

Pese a todo, es capaz de insertar la delicadeza en varios haikus camuflados entre líneas. «En los fríos plátanos aleteaban pájaros invisibles. El perro levantó la cabeza». «Tras las nubes bajas, el cielo se iluminaba. Dio media vuelta». Dos grandes momentos destacaría del gran escritor que es John Ford, cuando quiere, una magistral página sobre el cáncer de mama y el final del relato «Una travesía», una delicia cortaziana sobre las lágrimas. Ese relato junto a «Rumbo a Kenosha» destacan del resto, representan lo mejor de Ford, cuando la grandeza de este autor se pone a escribir desde la altura.