Rafael García Serrano fue uno de los muchos adolescentes y estudiantes universitarios fascinados por la figura de José Antonio Primo de Rivera y que ingresaron en la Falange en los meses previos al estallido de la guerra. Gran parte de su obra novelística se centra en sus experiencias en la contienda civil, especialmente La fiel infantería (1943) y Plaza del castillo (1951). García Serrano permaneció fiel a sus convicciones falangistas hasta el final de su vida, de modo que su obra ha sido arrinconada por la crítica y la industria editorial por declaradas fobias políticas y personales. Sin embargo, es un autor de mérito, con un estilo muy personal, y novelas ágiles e impactantes. La declaración del estado de guerra en julio de 1936 le sorprendió en Pamplona, y la tarde del 19 se alistó en la columna de Navarra, con la que partió hacia Madrid como voluntario en una escuadra falangista. Enfermo de tuberculosis, dejaría el campo de batalla, y convaleciente en el hospital recibió las pruebas de imprenta de Eugenio o proclamación de la primavera. A García Serrano le sucedió lo mismo que a muchos jóvenes, tomó impulso en la acción combatiente, y estrenaron con éxito sus posibilidades para plasmar en palabras parte de sus experiencias en la guerra. Hospitalizado escribió La fiel infantería, que publicó Editora Nacional en 1943, ganó el Premio Nacional José Antonio Primo de Rivera, pero no volvió a editarse hasta la primavera de 1958.

Eugenio o proclamación de la primavera está dedicada a José Antonio, al que le hubiera gustado llevarle un ejemplar del mismo, y profesa una gran admiración. Lo comenta en los prólogos: «Dediqué el libro a José Antonio. Y a un camarada muerto en el frente de Vizcaya. Y a varios camaradas de Madrid, a los que suponía entre la vida y la muerte. Yo no creí jamás que hubiese muerto José Antonio».

Recoge la ideología falangista, y se aprecia la influencia de Sender para el título y de d’Ors para el lenguaje: «Completé el título hasta que quedase Eugenio o proclamación de la primavera gracias a la lectura reciente de unos ensayos de Ramón J. Sender, Proclamación de la sonrisa. Sinceramente pienso que La bien plantada, de Eugenio d’Ors, también recién leída, me inclinó al barroquismo».

La novela no trata expresamente el tema de la guerra civil, sino de sus preludios: el ambiente violento, confuso y conflictivo que precedió al conflicto. El autor utiliza un narrador en primera persona, un testigo no protagonista. Su voz coincide con la del personaje Rafael, cuya misión es transmitirnos la historia. A través de él conocemos las hazañas de Eugenio y sus acciones, siempre desde un punto de vista externo; el interior de Eugenio solo llega a nosotros por medio de los diálogos o porque el narrador cuenta lo que previamente ha transmitido Eugenio sobre sí mismo. Y respecto a la estructura, resultan relevantes los prólogos que el autor añadía en las nuevas ediciones, hasta llegar al número de tres en la edición de Planeta de 1982. El primero lo escribió para la segunda edición, en Gredos, fechado en 1945, y destaca la vocación de servicio con la que fue escrito el libro y el cambio de contexto histórico, pero en el que todavía están vigentes las ideas expresadas en Eugenio: «Es posible que ahora parezca ingenuo, elemental, hasta infantil (...). Claro que los años corren como caballos de carreras y dejan detrás, muy detrás, los acontecimientos (...). De los dieciséis a los veinte años. Veíamos entonces un enemigo para la Patria; hoy lo vemos para el mundo entero».

El segundo prólogo está escrito en marzo de 1973 para la sexta edición, e indica que esta novela supuso el comienzo de su saga literaria sobre la guerra, explica posibles influencias y la vigencia de las ideas de la Falange. Finalmente, el último prólogo, de 1981, se escribió para la edición de Planeta, y se hace un repaso de la andadura editorial del libro. La novela se divide en nueve capítulos, cada uno de ellos con un título significativo, y con subdivisiones internas breves, que ayudan a ofrecer un carácter impresionista y poético.

Suelen ser dos o tres en cada capítulo, a excepción del octavo, con catorce escenas y donde el tiempo de la historia es mayor. La configuración de los personajes es claramente maniquea: están los «buenos» y los «malos».

Esta edición de Almuzara, con prólogo de Eduardo García Serrano, estudio de Fernando Calvo González-Regueral e ilustraciones de Isabel Sánchez Márquez, se completa con un anexo de los tres prólogos señalados, de modo que Eugenio o proclamación de la primavera es un título más que recomendable y la necesaria recuperación de uno más de los cultivadores del género novelístico en la posguerra española.