‘Juventud de cristal’. Autor: Luis Mateo Díez. Editorial: Alfaguara. Madrid, 2019.

En varios libros de ensayo sobre narrativa española que he venido publicando en los últimos treinta años he tenido oportunidad de escribir sobre Mateo Díez, este escritor villablinense afincado en Madrid y miembro de la RAE que da esplendor a la narrativa española con su creatividad, su escrupuloso uso de la lengua y la seducción de sus historias, siempre novedosas, sublimes. Su narrativa es pura, en el sentido de estado puro, gusto de narrar, de contar historias que organizan un espacio mítico y un mundo con un gran rigor en el significante como en sus significados narrativos diversos.

Juventud de cristal transcurre en Armenta, un espacio ficticio leonés, mítico, como Celama, en sus obras, y una recreación de sus habitantes a través de un continuum de alegorizaciones diversas donde no falta la ironía, el sarcasmo, el trazo fino de lo sutil y esperpéntico, bajo la batuta de la narradora-protagonista, Mina, que va construyendo un relato preciso a través de las asociaciones de escenas numerosas y personajes vividos que combinan el sentido y el pensamiento de una época ya periclitada.

La novedad está no ya solo en la construcción mítica de esas vidas sino en su proyección figurada, en su sistematización legendaria con las asociaciones de significados en torno a la historiografía o a las películas que veían en el cine Sustos, con cuyos actos, situaciones y personajes se identifican, pero también en torno a la identidad con los elementos de la naturaleza. Esta asociación genera, crea una voluntad de ir más allá de los límites que impone la memoria y el propio relato y adentrarse en lo simbólico y proyectivo de estas vidas.

Al igual que La Iliada y La Odisea enflaquecerían sin el componente mítico o simbólico que proyectan los acontecimientos y las vidas de sus personajes, en Juventud de cristal la creación de las situaciones, de las vidas, de los hechos acaecidos sintéticamente se quedarían en un anecdotario lacónico sin esa proyección fabulosa, mítica y la conversión de los personajes y hechos en relevantes para el resto de la humanidad. Es algo que está presente siempre en toda la narrativa de Mateo Díez, uno de los narradores españoles más dotados para crear y asombrar, pero con la precisión de llegar más allá de un tiempo y una época.

Mina, además, es un personaje que no es solo el relator de vidas ajenas, sino que en su humanidad trata siempre de ayudar, de «salvar», al que se encuentra en peligro. Es una «samaritana» que nace para la humanidad y la solidaridad y en ella encuentra un papel noble y cuyo final (que no desvelamos) queda en la sublime estampa de una necrológica. Por esta razón todos la respetan y acuden a ella cuando las circunstancias lo requieren.

Entre los personajes concretos, que se asocian a cosas o animales y a través de ellos les da un carácter y a proyección fabulosa, nos encontramos a Verino y Otero, siempre metidos en líos, y sus novias Eli y Sauce; la historia familiar en torno a su padre (sobre él dirá: «Una vara que marcó mi vida cuando él ya no estaba»); su madre (que en un momento desaparece, con la simbología de la pérdida, pasajera intermitente, ensimismada, niña ausente...), sus hermanos gemelos, que eran unos trastos; el mohicano Calcedo y Cericia, la cartaginesa con su labio leporino; Lalo y Angorina; Dolín Cavedo y su triple suicidio; el estudiante de veterinaria Corrado Mella… Historias en donde «todos parecíamos sinceros sabiendo que nos defendíamos siendo mentirosos».

El valor alegorizador permite al escritor presentar situaciones esperpénticas o realizar juegos malabares de significaciones, siendo lo connotativo determinante y creador de una riqueza semántica reveladora. Por ejemplo, cuando Otero dice: «Yo por ahora no me voy a tirar al Margo, aunque no significa que no lo haga mañana». En estas historias el efecto sorpresa es natural y aunque al principio dejan al lector desorientado progresivamente este se ve envuelto en el magma cálido de esa pasión por contar historias tan sublime y distinguida que nos deja un extraordinario uso de la lengua española, rico en imágenes, en el uso de los adjetivos, en la densidad de la palabra y su impulso simbólico: «Las calles empinadas amagaban las prisas».

Suicidios, noviazgos, cines, diversiones, pérdidas, soledades, ausencias, amistades y peligros... forman parte del vivir y también de una juventud cuyo retrato ofrece con todo tipo de matices sutiles y la sabiduría de un escritor que crea un mundo propio, personal, selecto.