‘El musgo y las campanas’. Autor: Alejandro López Andrada. Editorial: CatorceBis. Sevilla, 2018.

El musgo y las campanas, el más reciente poemario de Alejandro López Andrada, abre el catálogo de un nuevo sello editorial, CatorceBis, dirigido por el también poeta Carlos Vaquerizo (Sevilla, 1978). El sugerente nombre de este proyecto, que dará cobijo a autores de la talla, entre otros, de Jesús Munárriz, Manuel Moya, María Sanz o Fernando Ortiz, remite al número de versos de la estrofa por antonomasia, el soneto. El volumen, articulado en cuatro partes -«Atrio», «Prosas ocres», «Fragmentos del verano» y «Las sombras vespertinas»- ofrece el lado más íntimo y personal del poeta nacido en Villanueva del Duque; de hecho, la mayoría de los textos ha ido viendo la luz en el muro del autor en Facebook al hilo de las sensaciones y momentos que los han motivado. Pese a que la utilización del lenguaje y la extensión de los mismos no sea lo establecido al uso en la citada plataforma social, esta influye en su estructura, especialmente en el caso de las prosas. En este sentido, la condición de «diario público» o álbum compartido no es obstáculo para que el autor intente dotar de unidad a esta serie de fragmentos de su propia interioridad, compartida en la red, al seleccionarlos y ordenarlos, con vistas a la publicación, pues responden a un impulso común y a una misma concepción de la poesía y del mundo. Así, el presente libro entronca directamente con Entre zarzas y asfalto.

El poeta, un hombre que ha tenido que marcharse de su pueblo natal ante la falta de trabajo -circunstancia que ya sufrió entre 1986 y 1988-, pasea por la capital cordobesa, donde vivió durante sus años de estudiante de Magisterio, y escribe al hilo de los pequeños detalles en los que repara durante su caminar diario. A ese núcleo se unen los recuerdos del pasado y/o las sensaciones experimentadas en los regresos vacacionales a las raíces, que se amalgaman en un todo imposible de disociar.

«Atrio», que funciona a modo de patio abierto situado a la entrada, marca el tono y el punto de vista del conjunto: la sensación de desarraigo. Este desarraigo, presente en poemarios como Novilunio en Allozo, Álbum de apátrida o Los pájaros del frío, se canaliza a través del sentimiento de melancolía y el tono elegíaco característicos de su poesía, y no de la denuncia social -como hiciera en El jardín vertical o en Los perros de la eternidad-. El volumen puede leerse, por tanto, como una metáfora del éxodo rural: «Abandoné el temblor de mis raíces./Piso los surcos/y oigo a mis espaldas/la mansa eternidad de la pobreza/que antaño vi a mi lado».

En las veintidós «Prosas ocres», este paseante se muestra desubicado en una ciudad que, pese a sus bondades, se revela hostil en algunos momentos. Por ello, busca refugio en los espacios en que la naturaleza asoma en forma de parque o se muestra plena, como en los Sotos de la Albolafia. Las composiciones más emotivas de este bloque son las cuatro inspiradas en su madre, quien «sigue ahí, con la cabeza llena de aleteos de golondrinas»: «Fe materna», «Lágrimas», «Victoria Andrada, madre» y «Noventa y cuatro años». Junto a ellas, conviene señalar las dedicadas a su mujer y a sus hijas («Paqui», «Rocío» y «María Victoria»), escritas todas desde la sensación de despedida que marca un inevitable aliento melancólico.

En los doce poemas de «Fragmentos del verano», la añoranza y el recuerdo de su pueblo se intensifican. Aparecen, así, los dos temas fundamentales de toda su producción poética: la naturaleza y el paraíso perdido de la infancia. El amor por la naturaleza es una pulsión vital; la infancia, por su parte, un paraíso, un territorio literario en el que se van difuminando los recuerdos, impregnando la poesía de nostalgia, hasta que la evocación lo invade todo. Especialmente significativos son «La vereda» y el proustiano «La galleta». En el primero, se calza las zapatillas del padre muerto; en el segundo, evoca a su madre joven.

En los trece poemas que componen «Las sombras vespertinas» aparece el otro gran tema de su obra: la ausencia y la muerte, e, íntimamente relacionado, la recuperación de los seres queridos a través de la memoria. La despedida de sus hijas alimenta «Ellas»; la ausencia del padre, en cambio, deja «El puente del Río Kwai» y «Borrasca».

Celebremos, en definitiva, la valentía de Carlos Vaquerizo al apostar por la poesía en este nuevo proyecto editorial, al cual deseamos una larga y fértil existencia, y que sea un escritor cordobés como López Andrada quien inaugure este sueño editorial.