Algunas de las obras de Marta Sanz han sido premiadas, como sucedió con Los mejores tiempos (Premio Ojo Crítico de Narrativa), Susana y los viejos (finalista del Nadal), Farándula (Premio Herralde de Novela) y Vintage (Premio de la Crítica de Madrid al mejor poemario). En definitiva, Marta Sanz es una escritora de la que se puede decir que está, por méritos propios, en el círculo mágico y singular de la literatura, y a la que hay que tener en cuenta a la hora de hablar de las autoras españolas.

-¿En qué género podríamos encuadrar su libro ‘Monstruas y centauras’?

-Supongo que podemos llamarle un poco de todo porque vivimos en una época de hibridaciones y mutaciones genéricas, pero, si queremos ser un poco más precisas, yo creo que es un ensayo que cumple con algunos de los requisitos del ensayo clásico: desdecir una frase hecha del discurso dominante desde la experiencia subjetiva. En Monstruas y centauras se cuestiona la normalidad y ciertos prejuicios a partir de una mezcla indisoluble de introspección personal y mirada externa, de materia biográfica y de historia compartida. Al final, me parece que la idea más potente del libro es la de que nuestras incertidumbres intelectuales, nuestras dudas, no deben paralizarnos a la hora de actuar para transformar políticamente las injusticias obvias: feminicidios, paro femenino superior al masculino, contratos temporales no deseados y cuidados con rostro de mujer, brecha salarial, techos de cristal, precarización y empobrecimiento de las mujeres en las crisis económicas, patologización de la vida de la mujeres, interpretación de la diferencia de las mujeres como desventajas tanto en el ámbito público como en el privado, sumisión a los imperativos biológicos y reducción de los problemas políticos y culturales a problemas relacionados con una naturaleza inmutable de las mujeres que nos relega al espacio de la intimidad, tópicos para ahormarnos a estereotipos esencialistas como el del ángel del hogar frente a la femme fatale, como el de la santa frente a la puta… Yo dudo de muchísimos planteamientos, pero la incertidumbre debería ser un punto de partida para enriquecer la acción contra todas estas injusticias que afectan específicamente a las mujeres.

-¿Por qué la mujer es dueña del espacio privado y esclava del espacio público?

-Yo todavía no la veo dueña de ninguna parte. En el espacio privado las mujeres son a menudo víctimas de las violencias de quienes «las quieren». Me parece que esas violencias proyectan la falta de valor y de consideración en que se tiene a las mujeres en un espacio público en el que cobramos menos y nos empobrecemos más. En nuestra sociedad, vales lo que te pagan y funciona el axioma moral -falso- de que la riqueza es la consecuencia de una inteligencia o un esfuerzo superiores. Las mujeres somos menos valoradas en el espacio público y eso hace que en la casa se nos desdeñe y maltrate. Se nos rompa. A la vez, si en casa te minusvaloran sistemáticamente, te llaman loca o floja, te pegan un guantazo, ese maltrato va generando una costra que mina la autoestima y que dificulta cada vez más la necesaria seguridad que se exige para ser significativa en el espacio público. Es la pescadilla que se muerde la cola. Una lógica perversa que hay que romper.

-¿Tiene la culpa de esta desigualdad de géneros la educación?

-Claro. Todas y todos estamos educados con los valores patriarcales. En mis novelas, sobre todo en La lección de anatomía y en Daniela Astor y la caja negra construyo personajes femeninos que crecen, tomando conciencia de que hay que reflexionar sobre el lugar del que provienen los deseos, porque a menudo esos deseos nacen de una expectativa masculina. La realidad se relaciona con sus representaciones y yo, como niña heterosexual, aspiré a ser mujer fatal o desvestida o musa de la transición, que encajaba con lo que el hombre esperaba de la mujer deseable, fetichizada, atractiva. Sin embargo, asumir ese horizonte es frustrante. Igual que asumir el de la mujer comedida, abnegada, la mujer que no ríe o solo tiene sentido como madre. Yo me he educado leyendo libros escritos por hombres que ya forman parte de mi ADN y a los que no quiero renunciar porque, como dice la poeta Adrianne Rich, necesito ese lenguaje para hablarte. Ahora de lo que se trata es de metabolizar las cosas buenas que nos dejaron esas miradas, hacer la crítica de los valores que generan la infelicidad de nuestra sociedad en su conjunto y visibilizar esas otras miradas y modos de relatar lo real que fueron silenciados por razones de género.

-¿Por qué en los foros de poder, mientras más prestigiosos y más en la cúpula estén, hay menos mujeres?

-Porque el capitalismo es masculino, blanco y vigoroso. Me temo. Y porque cuando las mujeres asumen la dureza, la competitividad, el emprendimiento o la capacidad de cálculo de los hombres poderosos, inmediatamente se las califica de frígidas, calculadoras, mandonas, envidiosas, inhumanas, temerarias o feas. De modo que tengo la impresión de que algunas mujeres deberían replantearse si quieren perpetuar con sus prácticas laborales un tipo de explotación y de discriminación que siempre nos va a colocar en segundo plano. El poder es masculino.

-¿Este libro es un manual de todo aquello que nos falta y nos sobra para llegar a tener los mismos derechos y obligaciones que los hombres?

-Una idea interesante de este libro es la de que una sociedad culta es la que enseña a leer a su ciudadanía. Frente a las medidas represivas necesarias para atajar las agresiones y los asesinatos, es necesario articular un discurso educativo que nos enseñe a leer por debajo de lo epidérmico, lo vertiginoso, lo inmediato. Desarrollar estrategias de lectura, de interpretación de la realidad y de sus textos, que construyan nuestra conciencia crítica y nos ayuden a analizar los fenómenos. Vivimos en una sociedad tan ruidosa, tan acostumbrada al exabrupto, que corremos el riesgo de que las legítimas reivindicaciones se mimeticen con la falsa indignación.

-‘Monstruas y centauras’, en mi opinión, no deja fuera ni un tabú en el cual se pueda esconder la frase de «esto no lo debo decir o hacer porque soy mujer».

-Y, sin embargo, parece claro que todavía hay muchas cosas que no podemos hacer ni decir. Porque, si eres una mujer, te van a afear mucho más tus errores o van a desmerecer tus logros. O van a hablar de tus chaquetas o de tu frustración por no haber cumplido con el imperativo biológico de ser madre. Decidas lo que decidas, te vas a equivocar: si te arreglas mucho, vas buscando guerra; si no te arreglas, eres una dejada o una guarra… Las mujeres, a menudo, callamos porque vivimos en sociedades hostiles, que además son particularmente agresivas con nosotras. Y a veces tenemos miedo. Desde luego, nuestras desventajas nos hacen tener que esforzarnos más, y a menudo ese imperativo, económico y cultural, mina nuestra salud. Por eso yo creo que hablar de la situación de las mujeres implica proponer transformaciones económicas, sociales, educativas, sanitarias, culturales… Por eso, pienso que los sectores reaccionarios nos amenazan y cargan especialmente contra nosotras: adivinan lo que supone la vindicación feminista.