Toda muerte es abrupta, indeseable y odiosa, pero si se presenta en medio de un incendio imprevisto -como ocurrió en los casos de Rafael de Cózar y de Mariano Roldán- es además inesperada y cruel. Por eso, Mariano Roldán, al dejarnos solitarios y tristes, nos empuja a recordar su obra, su actividad y su impronta literaria en los diversos campos que cultivó, entre ellos el de la poesía que se le hizo tan necesaria y que motivó que durante años, en su pueblo natal de Rute, se convocara el reconocido Premio Nacional de Poesía Mariano Roldán, que cuidaba y editaba la editorial Ánfora Nova, convirtiéndolo durante años en foco lírico inagotable para la poesía nacional de principios del siglo XXI. Ahora, con su muerte, no habría mejor ocasión para revitalizar un premio que en los últimos años nos ha dejado necesitados de su llamada y calidad.

Autor sobradamente conocido en el panorama de las letras españolas desde la década de los años 50, cuya cultura realzó al alentar las publicaciones Alfoz y Revista del mediodía, fue a partir de 1960 cuando adquirió una mayor resonancia al conseguir el Premio Adonais con un manuscrito titulado Hombre nuevo, que daba a la lírica cordobesa un segundo momento de fulgor después del que ya le diera, en 1949 y con el mismo galardón, el pontanés Ricardo Molina. Desde aquella memorable fecha, Mariano Roldán ha escrito y editado incesantemente, de lo que dan fe más de una treintena de libros publicados hasta el momento, con alguno de los cuales -citamos concretamente el titulado Asamblea de máscaras- volvió a merecer galardones de prestigio como el Premio Internacional de Melilla. Gracias al ensayo de Marina Durañona (La poesía de Mariano Roldán o La autenticidad del hombre nuevo) podemos valorar hoy, con la objetividad de un trabajo hecho a conciencia y avalado nuevamente por Ánfora Nova, lo que es y representa la lírica del poeta ruteño.

La poesía ha sido para Mariano Roldán razón de vida y razón de amor, y de ello ha dejado constancia en libros, en revistas literarias (entre las que recordamos Caleta o Empireuma), en antologías y en homenajes. Penetrar el espíritu de la poesía y anhelar las sonoridades rumorosas de los endecasílabos castellanos, de los versos del simbolismo francés o de los anapestos latinos es pasión ferviente y constante en Mariano Roldán, al que debemos agradecer que editara, en 1977, una necesaria Antología de urgencia de Juan Rejano, del que también dio a conocer unos años más tarde, en 1989, Siete poemas inéditos. De este, de Juan Rejano -un exiliado al que hoy se pretende reivindicar y hacer justicia literaria- tuvo desde el principio una opinión de certero reconocimiento crítico al afirmar, en una carta fechada en mayo de 1976 y dirigida al propio Rejano, lo siguiente: «Como poeta español protesto de que un poeta de su valía sea tan desconocido en su propia tierra». Pasión ferviente y personal quehacer insoslayable debe ser la poesía para Mariano Roldán si ha hecho mérito una y otra vez de su capacidad de traductor para trasladar al español el sentir de otros poetas: el de Antonia Pozzi, traducida del italiano, el de Catulo y Lucano, versionados al español desde el latín en 1984 y 1995, respectivamente, y por fin, el de Paul Valéry en El cementerio marino.

Para la cultura cordobesa, y por natural extensión para la española, es Mariano Roldán un nombre imperecedero y de referencia. Estando vinculado a Rute por nacimiento, por afecto vital -dos versos suyos nos dicen «Busqué esa piedra y no hallé/su brillo en ninguna parte»-, y por la fuerza de su más íntima predilección, es justo que, sobre todo, en Córdoba se le honre y recuerde, poniéndolo como ejemplo de capacidad creadora y de talante de universal humanismo. Es lo justo y, además, es lo esperable para bien de la cultura cordobesa por muchos años.

Tras publicar en 1996 La nunca huyente rosa, y enseguida su Antología poética (1953-1988), su siguiente título es Los dones reservados (Ánfora Nova, 2010), un amplio poemario que, tal como señalan versos del primer poema, clave de todo el libro («Gozo profundo del instante», «de la longevidad bien asumida»), pretende ser la biografía de su propia vejez, relatada en tercera o segunda personas y haciéndola constar líricamente en cuarenta y cinco poemas englobados en tres secciones más un prólogo y el epílogo. Así, instalarse en ese territorio de la vejez, obliga a plantearse muchas vivencias de la misma (el amor, la presencia de los muertos conocidos, la «insolente soledad», la avaricia circundante, la belleza del paisaje y de la luz...), que son también pensamientos prolongados desde el recuerdo hasta los últimos años. Lo que se pretende es atraer hasta este tiempo del declive vital recuerdos infantiles teniendo en cuenta que así se va «memorando el perdido paraíso campestre/donde su infancia se aletargó gozando, ingenua». En unas composiciones se aconseja, en otras se desea o se satiriza y en otras se recuperan vivencias recluidas en su mundo interior o trasladadas de la experiencia de otros hombres.

Preocupaciones similares refleja Claridad de lo oscuro (Ánfora Nova, 2013), análisis, a través de una treintena de composiciones, de lo que se denomina quimera «suicida, hermosa, de seguir viviendo». Lo que el poeta hace, apoyado en otros que ya comentaron lo azaroso de la existencia, es reconvenir la ilusión de la poesía en tanto la vejez le aporta nuevas vivencias y convencidas reinterpretaciones del entorno. Así, vivir es redescubrirse a cada instante, comprender la contradicción (él dice estar instaurado en «mi paz, con su voraz desasosiego» y anclado en la «irreal realidad»), amoldarse a la soledad perenne y al transcurrir irreparable del tiempo. El tiempo, pues, es imbatible, fundamental concepto al que se alude en titulares y poemas.

Sin impudicia, los versos van bordeando siempre la que se considera «Mi vejez, ese frágil tesoro», buscando comprenderla y acomodar en ella lo que es ya inminente conciencia del acabamiento terrenal, como muestra la composición en cinco secciones Quinteto de la rosa: «Hermosa eres, muerte mía/.../ante el último humano que he de serme». Sí, la muerte suya, que se le presentó tan brusca e implacable.