Tras 32 años de historia y todo tipo de avatares, la Bienal Internacional de Fotografía vuelve a convertir a Córdoba en la capital de la fotografía del Sur de España. La fiesta de la imagen más veterana de nuestro país, organizada en solitario por el Ayuntamiento de Córdoba, se afianza tras distintos saltos en el calendario para llenar la ciudad de imágenes en primavera.

En esta edición, la Bienal se ha consagrado a la fotografía de conflictos, logrando al menos en la sección oficial una propuesta muy ajustada a este concepto. Algo nada fácil en otras ediciones y que ni los grandes festivales suelen conseguir en sus programaciones. A pesar de ello, el certamen ha tenido el buen tino de realizar una oferta fotográfica muy variada en la que hay muestras y eventos para todos los gustos. Una opción contestada sin sentido por algunas voces que apuestan por una Bienal exclusivamente contemporánea, algo creo que inviable para un evento de carácter bianual y en una ciudad como la nuestra, de tamaño medio y con unos recursos económicos muy limitados que debe programar cultura para todo tipo de públicos. ¿O acaso nos gustaría que el Festival de la Guitarra en su cartel anual solo ofertara jazz?

Los grandes protagonistas de esta edición son los fotógrafos Robert Capa y Gerda Taro, que junto a Chim Seymur han vuelto a Córdoba 80 años después con La Maleta Mexicana. Una muestra que se intentó promover con motivo del 75 aniversario de la fotografía de Capa del Miliciano abatido, pero que no interesó a los por entonces responsables culturales de la ciudad. Cinco años después y con un gran desembolso para las arcas municipales, se ha conseguido traer la obra de Capa y Taro a nuestra provincia, donde estos fotoperiodistas inventaron la fotografía de guerra moderna y, más allá de polémicas, crearon el mayor icono de la Guerra Civil española. Una imagen que por cierto se ha echado de menos en esta versión de La Maleta Mexicana y que sí estuvo en la muestra de Barcelona. Algo que, junto a la pésima iluminación de la sala, diseñada por el ICP y sin sentido para unas imágenes que en su inmensa mayoría no son originales de época, son los únicos peros de una muestra que está consiguiendo cifras de récord de visitantes.

Aunque no solo de Capa vive esta Bienal, ya que esta muestra ha sido muy bien arropada por un grupo de exposiciones de enorme calidad. Dos de ellas producidas para la ocasión por el Ayuntamiento y en las que se ha apostado por propuestas locales que nada desmerecen al resto de muestras. Indispensable no perderse es Historia Gráfica de la Guerra Civil en Córdoba. Esta exhibición, comisariada por el académico cordobés Juan Manuel Fernández, ha sacado a la luz su monumental colección gráfica del conflicto para conseguir un documento histórico nunca visto de la guerra en Córdoba. Una muestra que 80 años después del fin del conflicto ya tocaba y cuando se realiza desde el rigor histórico no tiene por qué haber resquemores a herir sensibilidades o provocar polémicas absurdas.

No menos impactante es el trabajo del fotoperiodista cordobés Rafael Alcaide, que con su proyecto Fronteras acerca a la ciudadanía la vergonzante actuación de los gobiernos europeos contra los refugiados. Un proyecto para el que Alcaide acompañó a los migrantes durante semanas por varios países europeos. Además, esta intensa propuesta gana la calle para la cultura, al estar ubicada en el bulevar del Gran Capitán en una instalación que reproduce esas fronteras que a diario todos levantamos. Al tiempo que algunas de sus imágenes también recorren nuestras calles desde las ventanas de los autobuses de Aucorsa. Una acertada idea, ya que si el público no va a las salas la Bienal debe salir en busca del público.

Unos refugiados a los que la fotógrafa siria Carole Alfarah da voz en la sección oficial con su trabajo Wa Habibi. Una propuesta producida por Casa Árabe, que de nuevo apuesta por Córdoba y por su Bienal, y en la que Alfarah nos narra la guerra en su país sin acudir a las imágenes de la violencia directa de los enfrentamientos. Para ello Carole no necesita fotografiar los combates, sino que muestra una violencia quizás más aterradora con sus imágenes de la vida cotidiana de un pueblo acorralado en las ciudades por la guerra. Sin duda, una visión más contemporánea de la fotografía de conflictos, pero que bebe de pioneros como Capa o Seymur y de sus imágenes de los madrileños cercados en la capital durante la Guerra Civil.

Quizás no tan conocida como sus socios de Magnum, Susan Meiselas es otra de las grandes apuestas del festival con su trabajo sobre Nicaragua. Un reportaje pionero en el fotoperiodismo moderno ya que la norteamericana fue de las primeras profesionales en fotografiar una guerra íntegramente en color. Algo nada banal que dota a sus instantáneas de unos valores que recuerdan al realismo mágico literario. Pero su aportación más innovadora es la cobertura que realiza de este conflicto durante años volviendo de forma periódica para fotografiar la evolución social del país tras la victoria de la revolución sandinista.

Por último, y no menos importante, la muestra Imágenes del mundo y epitafios de guerra completa la sección oficial. Una exposición que, en torno a la colección de cámaras antiguas de Michael Zapke, Óscar Fernández, director artístico de la Sección Oficial, articula un certero discurso sobre el valor de las imágenes de guerra. Unas fotografías utilizadas como bandera de la verdad, pero siempre al servicio de compromisos y decisiones que las abocan a usos partidarios. Un trabajo, el de Fernández, que sin duda arropa a estas seis exposiciones de un contundente nudo argumental que fuerza a un análisis más sosegado sobre el papel de la fotografía de conflictos en nuestra sociedad actual.

Mientras, como suele ser habitual en la Bienal, la sección paralela bucea por propuestas muy diversas y en su mayoría alejadas del tema de la misma. Un grupo de exposiciones abierto a todo tipo de autores gracias a una convocatoria pública, aún poco conocida, del Área de Cultura. Estas muestras han sido seleccionadas por un heterogéneo grupo de expertos del mundo del arte y la fotografía, que siempre deparan interesantísimas sorpresas como el trabajo titulado Sputering del aragonés Jorge Isla. Este autor, bajo la premisa de fotografiar aquello que nuestros ojos ven pero no perciben, ha creado un intenso universo de color que investiga en la luz que el ser humano no es capaz de apreciar pero la cámara fotográfica sí. A más de un año luz se encuentra otra de las propuestas más interesantes de esta sección, Ausencias, del jerezano Manuel Jesús Pineda. Un fotógrafo que a través de un purísimo blanco y negro ahonda en atmósferas tan oníricas como escasos son los días de lluvia en Sevilla, donde el autor aprovecha para fotografiar a fantasmagóricos personajes que viajan por la noche hispalense.

Para terminar, hay que valorar el gran esfuerzo realizado con las actividades complementarias, coordinadas por Afoco, donde en esta edición por fin se han institucionalizado las indispensables visitas guiadas a las exposiciones de la sección oficial, así como el ciclo de cine, tan demandada durante años. Por no hablar del lujo que ha supuesto tener en el programa de conferencias al doble premio nacional de las artes Joan Fontcuberta, o a lo más granado del fotoperiodismo mundial con los multipremiados Brabo, Aranda y Morenatti. Pero no menos importantes son otras actividades como el maratón fotográfico o los cursos técnicos o los visionados de portfolios en las tabernas. Un conjunto de actividades abiertas a distintos tipos de amantes de la fotografía que hacen de la Bienal 2017 una fiesta de la fotografía para todos.