R ecuperar a los clásicos, sobre todo en esta época de irrefrenable confusión en la que todo lo que se muestra en las redes parece que vale, es una obligación moral con la literatura. La colección Poéticas , editada por la editorial Valparaíso Ediciones, afronta con rigor este singular reto que atrae hacia nosotros las obras intemporales de la literatura universal; obras que nunca pueden dejar de leerse, recomendarse y difundirse porque contienen las ideas de los grandes creadores y su manera singular e iconoclasta de interpretar el mundo. Seis son los títulos hasta ahora incluidos en la colección: Percy B. Shelley: Una defensa de la poesía (traducción y prólogo de Pedro Larrea); El temerario y otros poemas , de Herman Melville (traducción y prólogo de Axel Presas); Vicente Huidobro: Al oído del tiempo (Antología poética (selección de Mario Meléndez); Rabindranath Tagore: Pájaros perdidos (traducción de Zenobia Camprubí); Catulo, Horacio, Marcial: Miel y hiel (versiones de Ernesto Hernández Busto) y Federico García Lorca: Poeta en Nueva York (edición de Allen Josephs). A estos nombres consagrados se unirán otros, actualmente en preparación; autores archiconocidos que han dejado su impronta en el angosto canon de la literatura. Dirigido por el poeta y crítico José Sarria, forma parte de este proyecto editorial un equipo de especialistas en literatura que apuesta por la gran poesía del mundo, en una colección al cuidado de grandes investigadores, expertos ensayistas y acreditados críticos literarios, cuyos comentarios y aportaciones abren nuevas vías de conocimiento e interpretación. Luis García Montero avisa en la contraportada de Poeta en Nueva York que se trata de un libro imprescindible para explicar la conciencia trágica y la crisis del sujeto moderno que, desde el insuficiente romanticismo decimonónico, ningún creador había abordado con tan desgarradora intuición. Allen Josephs, profesor de la University of West Florida, introduce el poemario descubriéndonos claves y propuestas de la obra, la única que Lorca escribirá fuera de España, señalando que el granadino crea una obra profética, más allá de su angustia personal y la más radical diatriba contra los Estados Unidos escrito por un autor no americano; un feroz alegato en favor de los derechos humanos conculcados por la incomunicación, la violencia y la injusticia en cualquiera de sus manifestaciones; un enjuiciamiento de la civilización anglosajona que nos arrastra a un estremecedor grito contra toda clase de hostilidad, segregación o barbarie; una clamorosa denuncia ante la deshumanización que corrompe la inocencia, desvirtúa la bondad, empece la educación y encumbra el materialismo sobre toda aspiración humana. Será que «las cosas/cuando buscan su curso encuentran su vacío», advertía Lorca. Tal vez será que el vacío no permite dar curso a las cosas. Esta sensación de apocalíptico solipsismo que espira el poeta lo sume en una furia álgidamente ética, un descenso -como afirmaba Gustavo Correa- en el cavernoso abismo del subconsciente. Lorca secunda los pasos de su admirado Luis de Góngora. Su reflexión surrealista -nihilista, si se quiere- apunta con dolorosa lucidez al lenguaje imposible del cordobés de las Soledades , detractor de mitos, transido por la agonía de vivir sin vivir, buscando un no sé qué inconquistable que siempre queda balbuciendo.