E l deseo de llegar al límite y de cruzar la frontera entre lo conocido y lo ignoto para explorar lo inaccesible es consustancial al ser humano y a la escritura. Vivir es llegar a la cima del Everest. Escribir es llegar a su cima y regresar para dar testimonio de su naturaleza majestuosa e imponente -aunque hoy los montañistas que sueñan con una fotografía para compartir en las redes sociales lo hayan convertido en un circo-.

La desaparición de George Mallory y Andrew Irvine en junio de 1924 durante su intento de alcanzar el ficticio techo del mundo es uno de los grandes enigmas de las conquistas humanas y se ha convertido en todo un símbolo. Fueron vistos por última vez a más de 8.500 metros de altitud, en la arista noreste. Ahora bien, ¿lograron llegar a la cima veintinueve años antes que Hillary y Tensing?

El sorprendente hallazgo en 1999 del cuerpo momificado del montañero conocido como «el poeta de las montañas» por sus tentativas con la poesía reavivó la polémica y multiplicó el misterio. Entre los objetos encontrados junto al cuerpo, convertido en parte de una roca, se hallaba un reloj sin manecillas, metáfora de la eternidad y de la plenitud del instante. Sobre esta sugerente imagen, David Hernández Sevillano (Segovia, 1977) construye El reloj de Mallory , que le ha valido el XVIII Premio Emilio Alarcos.

El conjunto se articula en dos partes: «El poeta de las montañas», compuesta por quince poemas; y «Mapas antiguos», por diecinueve. En la primera, la imagen del reloj hallado junto al cadáver momificado es el hilo conductor de unos poemas entre los que sobresalen «El poeta», «Currículum vitae», «Quienes no», «Nuestros antepasados», «Lluvia de estrellas», «El poeta de las montañas» o el que da título al libro.

En «Mapas antiguos», por su parte, a partir de la imagen de los monstruos que se dibujaban en los límites del mundo conocido, aborda el amor como instrumento de autoconocimiento. Así, en el poema que titula la sección afirma: «Como aquellos cartógrafos antiguos,/ también dibujé monstruos en las zonas/ de ti y de mí que aún me dan pavor».

Junto a él, destacamos «Instrucciones para hacerte reír» o el que cierra el volumen, «Campamento base», donde afirma: «Y sabré que la vida o el dolor/ son iguales que este fuego/ que sacude y arrasa,/ que trasforma y asciende».

Hernández Sevillano, pues, consigue sin alardes efectistas una poesía clara, de altura e intensidad, que nace de lo cotidiano y que hace del amor, de la felicidad, de la plenitud y de la celebración del instante materia literaria.