‘Madeleine nunca llegó’. Autor: Luis García. Edita: Ediciones Camelot. Oviedo, 2019.

Hay poetas que hablan de la muerte desde esta orilla y, en menor número, poetas que se enfrentan a ella en la neblina de la derrota, la pérdida, el sinsentido y el horror. Es el caso de Luis García en Madeleine nunca llegó. La canción de Jacques Brel, de la que toma el título, habla de la espera de un enamorado: «Hasta que se marchitaban las flores./Hasta que se cansaba./Hasta que dejaba de llover», como recogen los versos que nos sitúan ante las emociones que va a dominar esta propuesta.

Madeleine nunca llegó arranca con las suicidas Silvya Plath, Alejandra Pizarnik y Virginia Woolf como si las quisiera invocar para exorcizar otra tragedia: la de 55 sentenciados a muerte que aparecen en una lista. Una historia que, verso a verso, nos va dosificando sus detalles para remitirnos a las grandes injusticias de la historia narradas por el cine en Senderos de gloria o La lista de Schindler: «El viejo general firma 55 sentencias de muerte y 55 cadáveres son escogidos al azar», escribe. Un castillo, un viejo general sin escrúpulos, traiciones, chivos expiatorios, un puente que cruzan los amigos que comparten el infortunio de ser los elegidos para el sacrificio... («Cuando la puerta se cerró tras nosotros/el cielo se oscureció,/los pájaros dejaron de cantar,/las aves se escondieron en los meandros de los ríos/y los vecinos se ocultaron en sus casas»).

Llegados a este punto, es interesante revelar que Luis García habla en primera persona del plural porque esta historia, que en el libro no aparece recogida en nota alguna, contraportada o solapas, sirve para expiar la dura experiencia del propio despido de la fábrica en la que trabajaba junto a otros 54 compañeros. El conocimiento de este dato, como suele suceder con las biografías de los autores, añade una capa de profundidad para la interpretación de versos como estos: «Y se detuvo el reloj a las diez en punto de aquel viernes maldito» o «Nos dejaron sin ropa/sin alma/sin alcayata donde colgar la ficha de trabajo», aunque, como ocurre con las propuestas sólidas, también se puede prescindir de esta información, pues Madeleine nunca llegó habla de emociones universales: la soledad, el miedo, la traición, la amistad, el fracaso o la desesperación, ya sean los protagonistas unos soldados elegidos aleatoriamente para ser fusilados, judíos en el Holocausto o trabajadores que, tras décadas de dedicación, un día son arrojados sin miramientos a una «nueva realidad perversa». Un drama con el que, desgraciadamente, convivimos con demasiada frecuencia en la actualidad. Maneras de morir que se quedan en sus poemas, ya que: «Cuando veas la miseria enjuta,/los desaliñados, los parias,/los desheredados caminando por las calles, aún no escritos en tu corazón,/...volverás a vivir».