Leo el libro de Safranski ‘El mal o el drama de la libertad’ y en él aparece: «El proyecto de utilidad social, en su forma noble, exige al arte que asuma la idea de la justicia». Y claro ahora estamos sumidos en un limbo errático. La literatura, la cultura en general, ha entrado en ese estado de silencio donde predominan las estéticas personales y se abandona la ética, y con ello la justicia.

A decir verdad, tanto el limbo como el silencio son necesarios en la creación. Más que necesarios diría, pero asumidos como necesidad, como imperiosa reflexión para poder leer con calma, para poder destruir todo aquello que creamos y que no posee ningún valor. No todo vale, y desde luego, una estética sin ética no llega a ningún lado.

El limbo literario es eficaz, es como pasar de una etapa personal a otra, o, en su defecto, afianzar y alimentar la única epata de tu producción. Pero limbo no significa ingenuidad. Al final la razón siempre prevalece sobre esa ingenuidad y sobre la mentira. Por ejemplo, hace unos meses la editorial de turno y las distribuidoras del momento anunciaron el último libro de Blue Jeans, el que cierra la trilogía de ‘La chica invisible’.

Y ¿a quién importó realmente? A sus editores, distribuidores y acólitos. A la literatura poco o nada.

La verdadera literatura precisa de ese limbo, un tiempo de pausa y silencio, de alimentación. No todo va a ser publicar y publicar, y menos configurar una estética ajena a la ética. El limbo es como, por ejemplo, la etapa posterior al boom del ladrillo. Y en literatura no todo vale. El enriquecimiento personal en literatura solo se consigue con la lectura, y con la lectura de los clásicos. Todo lo contemporáneo ahora es como esa cultura del pelotazo. Y los pelotazos en cultura no existen. Existe el arte auténtico y verdadero. Nada más. Nada menos.