Leticia Sánchez Ruiz (Oviedo, 1980) es una escritora, periodista y profesora de narrativa. Ha ganado el Premio Tétrada Literaria de Novela Corta 2004 por El precio del tiempo; el IX Premio Internacional de Novela Emilio Alarcos por Los libros luciérnaga y el XVI Premio Ateneo Joven de Sevilla por El gran juego. Su novela más reciente, Cuando es invierno en el mar del Norte (Pez de Plata, 2019), es un auténtico thriller donde «el cadáver de Antonio Trigo aparece en una playa cercana a la tormentosa e inaccesible Isla de Or, en cuya cima se levantaba un antiguo manicomio».

-Usted ha escrito que es incapaz de seguir las reglas del cualquier género, ¿por eso ‘Cuando es invierno en el mar del Norte’ es una propuesta diferente?

-No sé si ser incapaz de seguir las reglas de un género es una virtud o un defecto, pero no puedo evitarlo. Por ejemplo, en una larga e interesantísima entrevista a los componentes de la sección de Análisis y Comportamiento Delictivo, en la que contaban cosas verdaderamente alucinantes, lo que más me interesó fue que cada noche quitaban las fotos sangrientas del corcho porque iban los del servicio de limpieza y les obligaba la ley. Mi imaginación se disparó en el acto. Me gustan estos choques de mundos, estos choques de género. Y escribo sobre ellos.

-Permítame una curiosa pregunta, ¿concibe usted sus historias siempre dentro de otras historias?

-Siempre. Mis historias son como muñecas rusas o como juegos de cajas chinas: unas contienen otras. Aunque haya una trama principal, se van cruzando pequeñas tramas, personajes secundarios, relatos paralelos... Una historia, para mí, siempre es la suma de muchas historias.

-Es obvio que esta nueva novela no persigue un único fin del tipo policíaco o thriller, ¿quizá porque su literatura quiere ser diferente?

-Decía Muñoz Molina que no siempre se escribe lo que se quiere, sino lo que se puede, en el sentido de que somos esclavos de nuestras historias. No es que quiera ser diferente, es que no me sale escribir otra cosa. Siempre escribo sobre mi mundo interior, y en éste es mucho más habitual una investigadora tan peculiar como Dora que alguien como el comisario Montalbano.

-¿Qué novedad ofrece la perspectiva de dos narradores?

-En la vida real casi nunca podemos ser testigos de las diferentes partes de una historia, ya que estamos en uno u otro lado. Pero en la literatura sí. Y esto es lo que pretendía transmitir. Por una parte, tratar de entender quién era la víctima y qué circunstancias le llevaron a la muerte, y, por otra, quién es el asesino y por qué llegó a matar a Antonio Trigo. Y no sólo eso: también quería mostrar cómo este crimen afecta a Dora, alguien totalmente ajena a él que se ve accidentalmente involucrada con el caso, y a Guillermo, que está metido de lleno porque tanto él como su familia son sospechosos. Una misma chispa que puede provocar varios incendios.

-¿El inspector y la familia Larfeuil forman parte de un relato canonizado como policíaco o detectivesco?

-Sí y no. Por una parte es un relato detectivesco canónico, una especie de Cluedo: once personajes encerrados en una isla y uno de ellos es el asesino. Averigua quién, cómo y por qué. Pero también es cierto que, en este caso, y a diferencia de lo que es normal en el género, el inspector es el que menos pinta y lo que más importa es cómo se puede sentir una persona al saber que en su familia se ha cometido un asesinato. Las sospechas, la incertidumbre, la incredulidad y los verdaderos afectos acaban pesando más que la trama en sí.

-¿Qué aporta Dora desde su visión periodística al relato?

-Dora es periodista, sí, pero periodista cultural. Yo también lo soy, y un día, que estaba sola en la redacción, me mandaron cubrir un homicidio. Aquello me espantó, porque no tenía la más remota idea de qué hacer, ni siquiera por dónde empezar. Por fortuna, llegó otro compañero, que sí cubría Sucesos, y le mandaron a él. Pero aquel pavor siguió en mí. Desde entonces no dejé de preguntarme cómo investigaría un asesinato. La respuesta es que como cualquier otra persona sin ningún conocimiento ni formación en homicidios: siguiendo las noticias de los periódicos, tratando de hallar pistas en ellos, acudiendo al bar donde paraba la víctima… Y eso es lo que hace Dora. Aunque, finalmente, su trabajo de periodista, aunque sea cultural, sí acaba ayudándola.

-Una vez más, y tras, ‘Los libros luciérnaga’ (2009) y ‘El gran juego’ (2011), ¿sus personajes son muy importantes?

-Una vez una lectora me dijo que cuando terminaba mis libros se acordaba de vez en cuando de mis personajes como si fuera personas que había conocido y se preguntaba qué sería de ellos. Bailé de alegría, claro. Literariamente, no hay nada que valore más que a los personajes.

-¿Quizá por eso la trama misma son, en realidad, esos personajes?

-Claro. La trama es en realidad saber qué ocurre en los corazones agujereados de Dora y de Antonio Trigo, cuáles son las verdaderas relaciones entre los miembros de la familia Larfeuil y cuál es la historia de cada uno. La verdadera trama es cada uno de estos personajes preguntándose hasta qué punto conocen a las personas que les rodean.

-El hecho que Dora será una periodista cultural en paro, ¿es un guiño a la situación laboral actual?

-La prensa ha sido azotada por una triple crisis: la económica, la social y la tecnológica. Hasta hace nada estábamos muy perdidos: lo que sabíamos ya no servía, pero tampoco sabíamos qué podía servir. Lo viejo no acaba de morir ni lo nuevo de llegar. Es muy duro verse en esa situación, sin saber a dónde tirar. Y en esa situación se encuentra Dora. Encima, que se dedique a Cultura, ni ayuda ahora ni ha ayudado nunca.

-Cuando el lector cierre su libro, una vez leído, ¿pensará en Agatha Christie o ha ido usted un poco más allá?

-Es, sin duda, un homenaje a las novelas de mi querida Agatha Christie, pero también es una novela mía, y hay mucha introspección y mucha reflexión acerca de circunstancias que, de una forma u otra, a todos nos ha tocado vivir. Al final de la novela mis personajes responden a una pregunta que flota durante todo el libro. Mi intención no es que esa respuesta sea la definitiva, sino poner el dedo en la llaga, que los lectores también se hagan esa pregunta y lleguen a sus propias conclusiones.

-¿Un verso puede inspirar toda una novela?

-En mi caso lo fue. Tenía muchas piezas sueltas sobre las que quería escribir (la vida de alguien que cambia al encontrar un cadáver, una familia entera sospechosa de asesinato, un hombre que desaparece sin dejar rastro y sin que sus allegados entiendan nada, todos los sospechosos de un crimen juntos en la misma habitación...) y no sabía cómo encajarla. Entonces llegó a mí el primer verso del poema «Canción de invierno y de verano», de Ángel González: Cuando es invierno en el mar del Norte, es verano en Valparaíso. Entonces supe de qué quería escribir; de los dos lados.

-¿Nuestra vida sigue estando marcada por las miserias humanas, los celos, la melancolía y el miedo en un marcado encierro, tanto interior como exterior?

-Es así desde los griegos, y probablemente desde antes, aunque no está registrado. Y lo sigue siendo, sí. En el fondo, y por mucho que tratemos de adornarlo, todo aislamiento voluntario es una huida.