En un primer libro Mohamed Abrighach hace un recorrido por la narrativa en lengua española que tiene por escenario entre el Rif y Melilla, dentro de esa geografía fronteriza, híbrida, de restos coloniales, deteniéndose en un estudio profundo de la obra magebrí de Antonio Abad, como cumbre de esa «aljamía literaria de nuevo cuño en que se vuelve sobre la dialéctica de moros y cristianos, ahora, de marroquíes y españoles que se reencuentra esta vez no en territorio ibérico, sino en el paraje marroquí, en situación de conflicto, ora de encuentro, o de las dos a la vez». Aún dentro de esta dialéctica, en su reciente entrega, Del Rif a Madrid, el autor rifeño nos habla más de sí mismo, de su periplo vital e intelectual, que le lleva, de un aduar a 12 kilómetros de Melilla, a doctorarse en Madrid en la lengua de Cervantes y dedicarse a enseñarla como segunda lengua en su propio país.

El Rif es el alma del idioma español en Marruecos. En Tizza, donde nace Abrighach, a poca distancia del Zoco el-Had y desde donde se avistan las montañas de Málaga (idurar Málaga) y la sirena del ferry que entra y sale de Melilla marca las horas, escucha ese idioma, familiar al tiempo que extranjero por razones políticas, en boca de sus vecinos y familiares. Aún siendo niño, su abuelo le lleva a Melilla, a donde iba a vender al zoco la uva valenciana, y desde las alturas del Laari, divisa por primera vez «las intensas y relampagueantes luces de la polis cristiana», y le pregunta de un modo conmovedor: «¿Qué es eso, abuelo? ¿El mar?». Desde Nador, ya adolescente, entra y sale de Melilla, va al cine o de compras o a ojear las librerías y acaba acostumbrándose a aquel mundo diferente del suyo y adaptándose a él hasta «hacer de lo otro algo mío, sin complejos ni desasosiego». De aquí, con «una inequívoca empatía», convierte el español en su principal lengua vehicular y profesional de la escritura, la investigación y la docencia. Y, de aquí también, sus críticas al sistema educativo de Marruecos, por los fenómenos de masificación y la insuficiencia de las infraestructuras como por los «muchos problemas que tienen que ver justamente con el factor humano, esto es con la gobernanza administrativa y pedagógica que empieza en los departamentos» y llega hasta su gremio, lo que, según Abrighach, «amenaza el futuro del español a corto y largo plazo, un revés sin precedentes para la hispanofonía en nuestro país, el único en África que comparte íntimamente con España la geografía y la historia, amén de unas relaciones geoestratégicas difíciles de ignorar».

Este punto político es central en andamiaje del libro. Basta con leer el aquilatado argumento con el que el autor expone la utilidad que concede al idioma español y a su capital simbólico en la relación política y económica de Marruecos con los países latinoamericanos para comprender la visión pragmática que mueve a este hispanista. Si la lengua y la cultura son una fuente de identidad y, si las obras salidas de ellas, han sido (y son) de inmensa importancia en la formación de experiencias imperiales, lo que «nos» hace diferentes de «ellos», como señala crítico Edward Said, también pueden usarse para que individuos y pueblos se unan en espacios de paz, convivencia y comercio. Porque los idiomas pueden abrir las fronteras, engrandecer los países. Mohamed Abrighach busca un espacio en la que desarrollar su país, su personalidad y profesión que define en palabras de el-Kadaoui, escritor catalán de origen rifeño: «Una forma sutil de modernidad que consiste... en estar en ningún lugar, en un tercer espacio intersticial, tan plural como universal, una asunción de una identidad laica vivida en libertad y desde la igualdad sin tomar partido de naturaleza esencialista o étnica-religiosa». No sé cómo negárselo.

‘Del Rif a Madrid. Crónica sarracina de un hispanista’. Autor: Mohamed Abrighach. Editorial: Diwan. Madrid, 2019.