‘Corazón sin sueño’. Autor: Salvador Compán. Edita: Fundación Huerta de San Antonio. Úbeda, 2020.

Corazón sin sueño es una autobiografía poética. Y, sobre todo, un reencuentro consigo mismo. Con el espejo, con lo que fuimos y lo que somos. Por esta razón tanto en el prólogo como en el contenido de los poemas existe siempre ese camino de ida y vuelta, la constatación de un tiempo vivido que quizá es el que estamos viviendo ahora. La historia siempre tiene la oportunidad de reconocernos y el pasado, la memoria, no son solo nuestro presente («Somos lo que fuimos») sino un encuentro con la identidad y con la razón de ser como individuos con una realidad personal-social. Desde el yo al nosotros, que diría nuestro Antonio Machado. «Corazón sin sueño -dice el autor- responde a razones más azarosas, pero que tienen que ver con la resonancia eufónica de esa frase, con sus connotaciones de búsqueda y de acicate y de un principio de no resignación».

Hay un principio ético que conduce el libro y también un principio emocional, reflexivo, en el que, como dice muy wittgestianamente es la «la lengua la que te escribe a ti». Salvador Compán, un gran narrador, nos trae una poesía que no es de ahora sino que ha conformado su vida. De hecho, siempre he dicho al hablar de su narrativa que es uno de los escritores actuales que con mayor exquisitez emplea el español y con mayor pulcritud estética y, es evidente, que al leer su poesía observamos que esa tendencia en una época tan díscola con el idioma se debe a la base estructural -como diría un buen economista- de su lírica. No es algo ocasional. La lírica es o no es. No existe un poeta ocasional, puede ser ocasional el ejercicio en estructuras poéticas definidas (lo que ha sido la invención aristotélica de los géneros), pero no olvidemos, como decía Shelley, que la poesía no es solo un género, es una forma de sentir el lenguaje y, por este motivo, decía el escritor inglés que citaba a Sófocles o Eurípides como grandes poetas. La poesía de Compán están en su lengua. Es esta quien lo escribe.

Las 130 páginas de este poemario son un largo recorrido vital en el que, siguiendo su tendencia a lo organizado, conforma cinco bloques temáticos en los que trata de ofrecer una antología de sí, una proyección de su persona, de sus «yoes», pero sobre todo, y también, de la relevancia que puede tener en muchos de ellos la ética para el poema: «Nulla ethica sine aesthetica». José María Valverde, José Luis Aranguren, García Calvo… y tantos otros lo sabían bien. También los que seguimos el movimiento Humanismo Solidario. Pero hay que tener prevenciones porque, como bien dice Compán en el prólogo, «la ideología no debería penetrar en un texto literario hasta parasitarlo, el compromiso en literatura es en primer lugar con su propia naturaleza, eminentemente lingüística». En ese recorrido por su «camino vital», Compán nos ofrece una visión del mundo, de su propia historia como persona comprometida con la humanidad pero también con el lenguaje y su capacidad de comunicar. Aquí radica a mi modo de ver uno de los elementos más significativos de su obra: su magnitud para buscar al máximo la expresividad lingüística a través de recursos metafóricos, oxímoros, sinécdoques, simbologías diversas, isotopías significativas y la voluntad fónica, tan importante cuando somos conscientes del instrumento que pulsamos. Compán lo es. Siempre lo fue en su prosa y obviamente qué diferencia una lengua de otra. No podemos olvidar que en el recorrido por sus poetas preferidos yo destacaría a Antonio Machado, siempre tan cerca de su Úbeda natal, que tan bien recogió en la simbiosis toponímica de su último libro: «Mundos sin pulso/atravesaba/el tren/y se alejaba el tren de mí/para hacerme viajero del azul». En un primer recorrido la memoria está muy presente, la adolescencia en Granada, el año 71, la memoria... y siempre su actitud ante lo vivido, su presencia, su identidad: «Que aquel tiempo estaba hecho/con sucedáneos de la ficción». Declaraciones sentimentales pero también construcción ética: «Con quien creí aprender/las cuatro reglas/que cimentan a los hombres». A veces unamuniano, como en «Invención de España», y siempre Machado: «... un gigantesco edificio en ruinas/al que era difícil llamar patria./Recordemos aquí a título de ejemplo/ la sombra de Caín de don Antonio». Sus deseos, su sincero y apasionado amor, el laberinto épico de los viajes y siempre la provisionalidad del todo, «era azul el color de la infancia». De nuevo don Antonio. Un recorrido vital por ciudades: Sevilla, Málaga, Córdoba, Granada, Jaén, Úbeda-Baeza, Almería, Cuenca, Segovia, Salamanca... Junto a otra escritura, la del cuerpo, la del amor apasionado y encendido con esa voz cercana de Neruda o Salinas: «Si tú, amor,/dejaras de vivir en mis desidias/yo tendría que de nuevo aprender/el parvulario de lo simple». El paso del tiempo es también objeto de sus particulares símiles que hablan de la lluvia de tiempo, los escombros de enero o las cimas de la primavera. Pero sobre todo una idea que siempre está presente en su obra: el «reconocerse en los otros,/de los que sin cesar buscan/compartimos con los otros/lo que nunca tendrán sin ellos». Una lírica para compartir espacios, sensaciones y un mundo que eleva a la palabra poética y se aleja de sendas transitadas, «con el fin de buscar lo nuevo en la maleza/y husmear las huellas del sentido/allí donde se cierra la hojarasca,/se abren en laberintos las pisadas/ y parecen recién hechas las palabras».