Cuando pasen los años y se analice en profundidad esta época veremos que una de sus grandes miserias es haber formado a jóvenes atinadamente para llevarlos a un callejón sin salida, cercenando sus vidas y creando un evidente naufragio vital. Migrantes pasto de sueldos miserables, pérdida de identidad y futuro incierto. De ahí que se acaben convirtiendo en samuráis: «los samuráis no tenían hogar y viajaban para construirse», siempre desde un profundo sentido del honor y la justicia.

Julia Sabina se adentra en este mundo con enorme verosimilitud, destreza y habilidad, conocedora de primera mano en su condición de doctora en Ciencias de la Comunicación y Estudios Cinematográficos por la Universidad París 3 Sorbonne Nouvelle. Crea una novela generacional con la que quiere entrar en esta profunda herida a través de la historia de la joven Maribel, que llega desde Madrid a Lille (Francia) para comenzar a escribir una tesis doctoral: «Heurística de la paradoja del capitalismo artístico y la Torre Eiffel». Un título sobre el que va y viene, o abandona sin convicción para ir cambiándolo, como ella misma simbólicamente lo hace a lo largo de la novela.

Con las trazas del diario cuenta linealmente en el tiempo su aventura francesa durante un año y veintisiete capítulos enhebrando los acontecimientos cotidianos, las pequeñas miserias, las breves reflexiones, los amores y desamores, los encuentros y desencuentros, las amistades (Mme. Brutin, Alessio, Guillaume, Paula, Hubert, M. Lemaître, M. Lepoutre, Manolito del Fuego, Mme. Berlane, Felipe…), el cambio de vivienda (muy simbólico en relación con su falta de raíces) y el recorrido esporádico por diversos lugares del país francés: París, La Rochelle, Dunkerque, Marsella… A través de la primera persona, la novela bosqueja el sentido de su existencia, su razón de ser, configurando la construcción de una identidad: «No entendía muy bien cómo podía pasar del desgarro de mis emociones a una curiosa superficialidad (…) cómo vivir sin aquella culpabilidad que sentía siempre». Preguntas como quién soy, hacia dónde quiero ir, cuál es mi objetivo vital, a quién amo realmente… son constantes en esta obra que trata de configurar el destino de la heroína, su razón de ser, y analizar unas circunstancias concretas, la del migrante que se adentra en un país inédito sin referentes culturales, ajeno a ese mundo, con los peligros de un encuentro siempre tan difícil y complejo, a pesar de ser una mujer que vive en una cultura occidental muy similar.

Julia Sabina nos muestra un mundo muy bien construido que nos permite reflexionar en torno a él, al mismo tiempo que lo hacen sus protagonistas, seres que necesitan por todos los medios construirse una identidad: «Nunca había pensado en realidad en trabajar en mi tesis porque lo primero, mi verdadero propósito, era construirme un lugar en Francia». Son personajes en movimiento que, a medida que avanzan en la narración, van creciendo y completándose. Entre ellos Paula, la compañera inicial de residencia, obsesionada con alcanzar una plaza como profesora universitaria, y de la que descubrimos hacia el final que su vida hacia este objetivo ha sido tan intensa que todavía a esas alturas sigue siendo virgen. O la construcción de Alessio, un joven que comparte también esa visión de querer avanzar en el mundo pero con una óptica más optimista que le reportará algún triunfo en la música. Guillaume, del que se enamorará la protagonista, es también un personaje complejo a quien vamos conociendo progresivamente, como la propia narradora y cuya existencia siempre es intrincada, un joven intelectualizado, como la mayoría de los que aparecen, personas formadas intelectualmente pero cuyo destino siempre es incierto y esto les genera un enorme desasosiego. O Felipe, su antiguo amor, que representa su pasado, como una mirada hacia atrás.

Vidas samuráis es la primera novela de Julia Sabina, un gran descubrimiento, una escritora de la que seguiremos hablando en el futuro como una gran revelación.