Tolstoi nos dice que comenzó a leer y a pensar mucho a una edad muy temprana. Lo dejó escrito en Confesión . Leer y pensar siempre han estado unidos, en estrecha armonía, ya que leer es la manifestación de las cosas invisibles.

Un lector nunca debe ponerse en el lugar del autor del libro que lee, ni ocupar su posición. Un lector debe interpretar las experiencias que le otorga la lectura y ponerlas a prueba, incluso hacerse partícipe de ellas. En la dualidad escritor/lector tan importante es lo uno como lo otro, ya que si no existiera el segundo el primero no tendría sentido alguno. Leer es un acto intelectual, un acto de libertad, la lucha contra la ignorancia. Pero para leer se precisa, además de gafas si fuera el caso, formación, formación lectora. Así podremos adentrarnos en esa manifestación de las cosas invisibles.

Nuestro mundo posee una doble dimensión, la visible y la invisible. Si nos limitamos a la primera nos convertiremos en ignorantes, en nostálgicos. La dimensión invisible es aquella que puede otorgarnos precisión, realidad y liberación, «ese invisible desenfreno de la mente» que escribiera Lewis. Leer nos acerca a la invisibilidad, y con ello nos adentramos en el mejor de los mundos posibles, el que contiene la sabiduría y la libertad.

Escribía Montaigne: «La lectura me sirve ante todo para despertar mi razonamiento con objetos distintos, para activar mi juicio, no mi memoria». Con la lectura, y como diría Novalis: «Estamos más cerca de lo invisible que unidos a lo visible».

Al leer con atención las obras de los escritores descubriremos hasta qué punto somos libres, nadie podrá confundir nuestro entendimiento, y esto, en estos tiempos, es muy importante y necesario. Debemos ser invisibles ante tanta mentira y mezquindad.