K enzaburo Oé, el Nobel de Literatura japonés, a través de su alter ego Kogito, se refiere a dos escritores japoneses como los invencibles. Uno, el poeta Nakano; otro, el escritor Naoya Shiga, el autor de Seibéē y las calabazas , que reúne en un volumen, junto al cuento que da título a la obra, otros diez relatos del maestro del cuento japonés, incluyendo algunos de los mejores de su amplia producción como «Una mañana», «La navaja» o «El dios del aprendiz». ¿Qué es aquello que lleva a Oé a referirse a Naoya Shiga como el invencible? ¿Cuáles fueron los méritos del autor de Seibē y las calabazas para ostentar tal título?

Naoya Shiga (Ishinomaki, Japón,1883-Atami,1971) es el autor de relatos cortos más conocido y venerado de Japón. Nacido en una etapa en la que la literatura gesaku parecía agotada, «un periodo gris para la narrativa en su conjunto» según Keene, es a partir de la segunda mitad del siglo XIX cuando la adopción de modelos occidentales parecen revivirla. Se suele mencionar el modelo naturalista como el principal influjo bajo el que se encuadraría la narrativa de Shiga y, sin embargo, hay en su obra algo más, una íntima conexión con la estética japonesa y sus características, que lo unió y lo une a los nuevos lectores hasta hacerse con el tiempo invencible. La razón de su éxito es que la narrativa de Shiga se identifica en esencia con las características estéticas del Japón tradicional que sobrevivió en la era Meiji y ha llegado hasta nuestros días. Sin esa conexión profunda que se observa en sus relatos, nunca hubiera alcanzado la admiración tanto de la crítica como del público.

Cuatro son los elementos principales de la estética nipona según Donald Keene: sugestión, irregularidad, sencillez y carácter perecedero. Sugestión es fijar la mirada no solo en lo obvio, sino también en el pequeño detalle, en la vida cotidiana, en la belleza escondida descubierta en cada una de las pequeñas cosas de la vida a través de la evocación. Por eso Shiga construye sus relatos a partir de cualquier vivencia: el capricho del niño por guardar una calabaza, en «Seibē y las calabazas»; una gorra de marinero que le recuerda el mar, en «Manazuru»; el recuerdo del amor, en «La hermana menor de Hayao». El segundo elemento es la irregularidad. En la estética japonesa la uniformidad es un defecto. De ahí que los relatos tanto en su forma como en su contenido sean irregulares, diferentes, aparentemente incompletos. Distinta extensión, lenguaje y tono. Para un occidental, un libro de relatos sin una unidad obvia resulta chocante. Para un japonés, es todo lo contrario: si en la naturaleza reina la irregularidad, ¿por qué no en una obra? Shiga hace que convivan cuentos tan opuestos como «Reencarnación», escrito a base de pequeños retazos, presentando un hecho sobrenatural en el que marido y mujer se reencarnan en animales totalmente opuestos, como el zorro y un pato mandarín, junto a otros como «El crimen de Han», un relato filosófico sin una sola pausa en el que se impone el diálogo sobre la narración. Shiga rechaza la simetría, la uniformidad.

La sencillez es el tercer pilar que Shiga adopta. Sus relatos están escritos con elegante sencillez, utilizando los recursos mínimos. Lo admirable de su estilo es su exactitud, la evitación de cualquier exceso en la utilización del lenguaje, el empleo del término preciso. Todo lo que hay en sus relatos es útil para la historia, y nada sobra. Es como una buena comida japonesa: no se usan casi nunca las especias, lo importante son los sabores y aromas sutiles.

Y, por último, el valor de lo efímero. En Occidente predominan los grandes monumentos de piedra y mármol. En Japón existe la conciencia de que, con el tiempo, hasta la piedra se vuelve arena y el mármol polvo. Esa conciencia impregna los relatos de Shiga, como en «La navaja», un relato que nos habla de la labor trivial de afilar una navaja y de cómo se puede torcer en un instante el destino. La reflexión sobre la incertidumbre y de cómo esta acecha en lo más trivial, pues nada es permanente. La estética japonesa se construye en la impermanencia y ello explica el tatami que se renueva, los marcos shoji de ventanas y puertas de papel, las sandalias de paja, los propios relatos de Naoya Shiga donde se busca a conciencia la incertidumbre e impermanencia. En conjunto, Seibē y las calabazas es una obra perfecta para adentrarse no solo en el mundo de este gran escritor japonés sino en la propia esencia de la literatura japonesa desde Kenkō a Murakami.