El próximo 15 de junio se cumplirán cinco años del fallecimiento del poeta Manuel Álvarez Ortega, y me trae recuerdos de cuando le conocí personalmente en los primeros años setenta. Hoy releo algunas de sus cartas, más de una veintena, la mayoría de ellas manuscritas, de nuestros intercambios y comunicaciones, y Lilia culpa, el libro que publicó en la colección «Suplementos» de Antorcha de Paja en 1984.

Conocí al poeta Álvarez Ortega en 1974, en su casa de Madrid, y desde aquel día mantuve un estrecho contacto y amistad, en siguientes visitas en el Café Gijón, su segunda casa, como cuando venía a Córdoba en la antigua cafetería Ciro’s, junto con el poeta José Luis Amaro. Hablábamos de poesía y de nuestra ciudad natal, tan bella como esquiva, y de los poetas de Cántico, que él tenía su particular opinión, también oída en alguna ocasión a Pablo García Baena.

En las cartas que menciono se encuentran claves y «movidas» de la poesía española de los 70. Entonces todo estaba en sus comienzos, novísimos, posnovisimos y «los antorchas» de Córdoba. Manuel Álvarez parecía el padre de todos, junto a obras de Siles, Colinas, Azúa, Ullán, Villena, Cuenca y Carnero, con los que él me puso en contacto. La entonces joven poesía de los 70 conecta antes con este poeta que con Cántico, y años después los jóvenes poetas cordobeses de los 90 con Antorcha de Paja, y ambas vicisitudes eran lógicas.

Manuel Álvarez Ortega, la cordobesa revista de poesía Antorcha de Paja (1973-1983) y su epistolario -parcialmente publicado en el estudio crítico sobre esta publicación de Juan José Lanz, Devenir, en 2013- aún en su totalidad inédito, junto a Guillermo Carnero en la recuperación de Cántico, conforman las «conexiones de Córdoba» con la poesía española de los 70.