‘La inquilina descalza’. Autora: Isabella Leardini. Traducción: J. C. Reche y P. Patrizi. Editorial: La Isla de Siltolá. Sevilla, 2017

Como si andara descalza esta inquilina se cuela en nuestro espacio, propone entrar en ese juego de ida y vuelta del deseo que parece alcanzarse pero nunca del todo, ese no fructificar del mismo, y cuya incierta resolución mantiene en vilo al lector, atento a todos esos detalles que encauzan un tono íntimo, de confidencia.

Cierto que se han escrito ya algunas obras desde solo un lado de la pasión, pero la autora mantiene en la voz una especie de suspense, de anhelo permanente no tanto por lo que sucede en realidad, sino por la posibilidad. Ese tramo es el que cubre desde una intimidad envolvente, bajo el influjo de cierto misterio, hacia el que nos aproxima en un ejercicio de resistencia íntima: «Todo mi relato es besarte en la frente...». Lo corporal trasciende, llega más allá, no se contenta con esa meta de la carne como algo simple, aislado: «Necesito tocarte para estar aquí, / con el tono crudo de mi voz / y la dulzura que saja mis vértebras».

El paso del tiempo, el día y la noche, las estaciones, también guardan su vitalidad dentro del conjunto del relato, de este transcurrir en el que forman parte de esa dualidad que el sujeto va dejando caer lentamente, gota a gota. Una parte más dulce e inquieta, próxima, vital, y otra más recogida, incisiva, consciente de cierta carencia e inseguridad. Y entre ambos polos hay lucha -ya vaticinada desde la misma cita de Amajtova al comienzo del libro- y explícita luego en la atmósfera así como en la propuesta de los versos, y que acaban por configurar -en equilibrio- la base del aliento poético de este libro.

La alternancia del clima y sus elementos no solo decora: «Y es así que vuelvo a estrenar los días...». Día nuevo, vivencia nueva, posibilidad. La fuerza de lo femenino, en ocasiones, se contrapone a esa fragilidad o duda aparente, generando ese punto de misterio, de no claridad pero con actitud firme: «Como hacen las mujeres / yo paso entre las cosas, las complico / y me voy...».

Es la ausencia la que marca el ritmo, la que predispone hacia ese estado de latencia ensoñadora desde el que resulta doloroso ser -pero quizás menos al poderlo revelar- la parte no correspondida del todo; la inaccesibilidad se convierte en un recurso más, un camino necesario de este espacio en el que lo ilusorio y la fantasía del deseo nunca cuajan, pero que sin embargo va inoculando ese sentimiento de frustración permanente a lo largo y ancho de este trayecto: «tu voz vuelve / y enseguida me destempla por dentro. /... quizás ya es tarde / para los columpios de palabras del verano».

Una emoción que se contiene justo en el borde del precipicio, que a veces salta, que no pierde la compostura a pesar de la turbulencia, que sabe girar sobre el sentimiento en un paseo nocturno solitario, en busca de ese reflejo que devuelva algo de calma, mientras estos versos caen desde ese cielo nocturno y nos atrapan.