‘Brujas al mediodía.

Anotaciones a la poesía de Claudio Rodríguez’. Autor: José Luis Rey. Edita: Berenice. Córdoba, 2019.

Quienes admiren a José Luis Rey lo admirarán seguramente en su totalidad, porque no es frecuente que de una fecunda vena poética (recuérdese sus libros La luz y la palabra, Barroco o La Epifanía) surja a la vez, y complementándose, una arteria tan vital y henchida de conocimiento como la del ensayo. Esto último se puso de manifiesto en su estudio Caligrafía del fuego: la poesía de Pere Gimferrer (1962-2001) y ha permanecido pujante con otros títulos como el reciente En el blanco infinito. Juan Ramón Jiménez. Sin duda, estos días empieza a ser ya actualidad Brujas al mediodía. Anotaciones a la poesía de Claudio Rodríguez, libro en el que, como sucediera con el citado sobre Juan Ramón, José Luis Rey interpreta la poesía de Claudio Rodríguez a la luz y en comparación con su propia poética, pero atendiendo enseguida a la primera calificación que de aquel se hace apenas iniciado el prólogo: la de que Claudio Rodríguez es el poeta «mejor de la segunda mitad del siglo XX, junto a otros como Blas de Otero o Pere Gim Ferrer», advirtiendo al mismo tiempo -porque en Rey la sinceridad crítica lleva de la mano a la fidelidad- que «este libro no pretende ser más que una lectura personal y agradecida de un poeta de otra generación, ya del siglo XXI».

Pero será una lectura personal con toda la profundidad, amistad y tributo que se pueden rendir a un hombre admirado y leído en detalle, como revela este consejo: «Todos los que hablamos español deberíamos leerlo, pues él nunca se olvidó de cantar con y para los demás. Creo que no ha habido un mejor ni mayor poeta social que Claudio, el visionario y el místico».

Con su estilo de prosa reducida a breves textos, de prosa ejemplo de minimalismo lírico, de contención que deriva de una expansión previa del sentimiento, José Luis Rey bebe a pequeños sorbos la poesía de Rodríguez y, casi sin decirlo pero sugiriéndolo, se emparenta con él al achacarle este pensamiento: «Venid, venid, participad del milagro de la palabra hecha luz, de una palabra que no muere, la de Claudio Rodríguez». Y con esa rapidez que es intuición reconvertida en seguridad literaria, que es comentario recreado poema tras poema, que es relectura gozosa desde el propio convencimiento crítico, el poeta cordobés conjunta 112 reflexiones que acaban siendo una magna y concatenada exposición de ese incontinente pintor de almas que fue Claudio Rodríguez.

Como ya hizo en su precioso ensayo sobre Juan Ramón, Rey va eligiendo significativos poemas de Rodríguez implicando su voz y sus creencias en ellos, lastrándolos pues con sus personales ideas líricas: «Y lo cierto es que el bebedor puede morir o dejar de beber, pero la bebida nunca acabará. La bebida, la poesía, el Ser: eso es lo inmortal».

DOS POETAS, FRENTE A FRENTE

Leyendo a Claudio leemos a dos poetas, él y José Luis Rey, pero también a otros muchos, porque el ensayista revisa, repiensa, reestructura la materia poética del zamorano («Conjuros se titula el segundo libro de Claudio. Pero así deberían titularse todos los libros de poesía, máxime de poesía órfica como la suya») y de paso va haciendo conexiones con otros poetas (John Donne, Rilke, Colinas, Dickinson, Eliott) e insistiendo y compartiendo que la aspiración del poeta debe ser la salvación por la poesía: «Salvación por la poesía y para todos es dejarnos sumergir en ella; dejar que el mundo, la belleza, abril nos lleve en su riada».

Del poeta que firmó El vuelo de la celebración (1976) y Aventura (2005) asegura José Luis Rey: «En absoluto es una poesía solo de palabra (¿pero cuál que sea verdadera lo es?) la de Claudio. Hay siempre una gran idea, un gran argumento, una cosa muy importante que decir». Y es interesante ver cómo va José Luis Rey, capítulo a capítulo, delineando el pensamiento del poeta de la celebración y de la ebriedad, cómo lo comprende y reinterpreta, cómo lo deja ante nuestro intelecto temblando en su lirismo «en la víspera de la revelación» y en su palabra «siempre resplandeciente de blancura».

Es admirable, por ejemplo, el abanico de posibilidades de lectura que se le abren al ensayista cuando comenta el poema «Las golondrinas», que le llevan a Huidobro, a Rilque, a Unamuno y Valente, y la sutil crítica y admirable sabiduría del comentarista los emparenta precisamente en la diferencia, destacando que en Claudio son mensajeras de paraíso y entroncan, pues, con el pensamiento de Rey, que también vive en la «esperanza de subir algún día» y en quien igualmente «lo elegíaco se torna en celebratorio».

Poemas como «Perro de poeta», «Cantata del miedo» o «La ventana del juego» -por no poder citar tantos otros de la obra claudiana que comprime José Luis Rey en libro tan detallado como este-, reflejan a un poeta que revisó con su verso innumerables estados emocionales del ser humano para reencontrarse en ellos con lo sentido por otros y llegar, en una palpitación ecuánime y dilatada, hasta la propia vivencia lírica que exalta José Luis Rey y que en tantos pasajes de los comentarios vibra porque lo que de siempre ha sido admiración por Claudio ahora se instaura como una prolongada coincidencia de escritura vivencial y de comprensión suprema de sus versos, tan sencillos unas veces y tan simbólicos otras, pero siempre tan profundos y vibrantes. Y esas vibraciones nos llegan por la lectura y la exégesis crítica tan acertada de las 250 páginas tan suculentas, argumentadas y lúcidas de este ensayo que se lee con absoluta fluidez.

Si para José Luis Rey «Claudio fue un poeta mago, entregado a la magia de la poesía, un poeta visionario y poderoso, poderosísimo·, los análisis críticos que le dedica confirman que desde el principio de su obra hasta las postrimerías de ella Claudio Rodríguez es siempre el poeta salvado por la poesía, el poeta cuyos versos «alcanzan lo mítico desde lo humilde, desde la mortal, pero también maravillosa, condición humana».