Maitena puede incluirse entre esos humoristas sociólogos que contribuyen a construir la imagen de la sociedad en la que viven. No en vano los grandes diarios mantienen la tradición de la viñeta gráfica que comenta la actualidad al igual que cualquier editorial e incluso en ocasiones con mejor tino. La capacidad de observación y de síntesis de los ilustradores les otorga una mirada generalmente perspicaz y sutil sobre los hechos que reflejan en sus dibujos, ya sean políticos o sociales. Muchos de estos medios de comunicación, reconocidos internacionalmente como referentes de sus países de origen, tienen a sus dibujantes como un signo de identidad más. Maitena posee el mérito de haber sido publicada a la vez en países diferentes por algunas de estas importantes cabeceras como El País Semanal o La Nación en Argentina. Atenta ojeadora de la cotidianidad, fina analista del comportamiento de la galería de personajes femeninos que pueblan nuestras ciudades, su trabajo compone un gran fresco social de la época postmoderna. La preocupación por la imagen, la búsqueda quimérica de la felicidad o el individualismo narcisista se reflejan a menudo en sus historietas siempre con la distancia que permite la ironía, como un sano antídoto a la pedantería de algunos sociólogos. Lo mejor de Maitena es una selección que abarca un importante periodo de su trabajo, una vuelta a la vida para muchas de sus viñetas. Como dice la autora en la contraportada "es como un sueño: poder elegir lo mejor y hacer con eso un libro nuevo. Si la vida nos diera esa oportunidad, la felicidad estaría asegurada". Parece que con este libro cierra una etapa, nosotros quedamos a la espera de la siguiente. Lo mejor de Maitena se lee con permanente sonrisa y se comparte con cualquiera que esté cerca. No lo duden.

No es la primera vez que un autor se ocupa del "suicidio" en la literatura, o del suicida literario, y es de suponer que tampoco será la última. Se me ocurren varios escritores que los últimos años se han acercado a tan melancólico y premonitorio autohomicidio, como lo define Toni Montesinos en su último libro, que la nomina sería extensa. Pero este ensayo, Melancolía y suicidios literarios , ahonda más en el porqué que en quienes, al revés que habían hecho anteriormente sus coetáneos. Desde Hemingway a Virginia Woolf, desde Silvia Plath, Yukio Mishima, Jack London, Horacio Quiroga, Pedro Casariego, Alejandra Pizarnik o Mariano José de Larra, da la sensación de que los grandes nombres de la literatura universal están irremediablemente unidos a la muerte: su voluntad literaria, sea esta violenta o no, siempre tendrá un plus de melancolía que se confunde en ocasiones con la depresión o con una intolerancia con sus semejantes. Nacer para escribir, apagarse para vivir, podría ser el epitafio que muchos de ellos con gusto hubieran puesto en sus lápidas si les hubieran dejados. Dioses antes que hombres. Siempre.