Las 22 letras del alfabeto hebreo articulan los poemas de La palabra muda. Antonio Enrique, recordando a La cabellera de la Shoá del llorado Félix Grande («¿Qué te creías, tú, contemporáneo,/qué te has creído que era el siglo XX?»), rememora ese «anecdotario del terror» que fue el genocidio nazi, versos vehementes, dolorosos: «El rabino dijo/que todo era castigo de Dios». Es la meditación de un poeta que inventa «la palabra sin palabras» para comunicar que todavía «hoy perduran en la soberbia y la codicia de un planeta cada día más devastada por obra exclusiva del ser humano». En el epílogo recuerda que «un ruiseñor y una flor es cuanto queda/de nuestro paso por el mundo:/el ruiseñor en polvo se convierte, como la flor». Pero Enrique (Granada 1953), que ya ha publicado decenas de libros de poesía, y es autor de obras en todos los géneros, siendo la novela histórica uno de los más apreciados por él mismo, vuelca todo el valor de su rabia y de esa resignación que, casi sin mencionar a los verdugos, nos permite comprender la ignominia humana en momentos de conflicto en los que, innecesariamente, aparecen los rasgos más tenebrosos de la especie. Cada letra va dejando trozos de vidas, de cuerpos lacerados, de heridas inconsolables. Con «Daleth», poema 4, es la «carne embelesada» la protagonista: «La carne que azotaban/bajo Sargón en su carroza./La carne que atravesaron,/sajaron y mutilaron/en el paso de las Termópilas». Y en «Heth», 4, «El rabino» leemos: «El rabino dijo/que todo era castigo de Dios». Al llegar a «Kafh», 11, («Partidos por la mitad») se recuerda: «Morir es a veces la salvación,/pues a morir es preferible/a veces estar ya muerto». En «Samej», 15, «El ornitólogo», el poeta exclama: «Podíamos saber que estaba allí,/por el brillo de sus monóculos/en la atalaya» y en «Cuf»,19, «Uno cualquiera», todo se resume en estar «Condenado a la pena capital/de nunca haber vivido». Es una poesía de la ignominia, la vileza que no sólo tuvo lugar a mediados del siglo XX. Sigue presente entre los llamados seres racionales: niños muriendo por falta de vacunas que la industria farmacéutica almacena, hombres y mujeres ateridos en campos de concentración carcomidos por el hambre, dictadores engrosando sus cuentas corrientes con la carestía de sus pueblos, asesinatos, violaciones, violencias, atropellos, el mundo imparable de la crueldad. De esto eso habla un escritor concienciado con el dolor, con todos los dolores. En el epílogo anota: «Dentro de la semilla habita el árbol./En el árbol, la flor y el ruiseñor».

‘La palabra muda’. Autor: Antonio Enrique. Editorial: Ediciones El Gallo de Oro. Bilbao, 2018.