En los años 70, pocas eran las mujeres que se atrevían a levantar la voz contra sus maridos, y me atrevo a decir que ninguna o casi ninguna (el absoluto no existe) acudían a «la autoridad, fuese esta policial, judicial o eclesiástica» para denunciar un caso de malos tratos en el matrimonio. No habían llegado aún los principios fundacionales del movimiento feminista, que ya arraigara en Europa y EEUU, a nuestro país, y estaba lejano el movimiento #metoo. Pero nosotros teníamos el consultorio radiofónico de... Elena Francis. Sí, por aquel entonces, un programa de radio que se emitía todas las tardes, lo recuerdo porque yo mismo lo escuchaba junto a mi madre, actuaba de terapia silenciosa sobre la población femenina española. Un programa, al que las mujeres escribían preguntando ungüentos caseros para combatir los sabañones, recetas de cocina... o dudas sobre sexo, el tema tabú por excelencia del franquismo. Pero lo que las mujeres de entonces y ahora, mi madre, sus madres y abuelas, no sabían es que Elena Francis nunca existió. No había una Elena Francis escuchando y leyendo las cartas al otro lado de las ondas, sino que era un personaje de ficción creado para satisfacer los deseos y dudas de la España (femenina) del momento. Ahora, salen a la luz sus cartas, Las cartas de Elena Francis, y uno no puede evitar el preguntarse, ¿no estaremos asistiendo a una revisión del mito de la caverna de Platón?

Pues ya tenemos una Antología de relatos de literatura negro-criminal francesa: Crímenes a la francesa. En ella, junto a autores de sobra conocidos como Honoré de Balzac, Guy de Maupassant (uno de los preferidos de Borges, por cierto), León Bloy o Apollinaire, tenemos otros no tanto, caso de Jules Lermina, Octave Mirbeau o Jean Richepin. Cerca de cien años de tramas criminales que invitan a dejar de lado el estereotipo de que solo la literatura negra viene de los Estados Unidos ya que «los bajos fondos y los juzgados han sido fuentes de inspiración para multitud de escritores que practicaron durante años el género folletinesco». Hace años que rebusco libros en las librerías de viejo y en los rastros, hace años que todos los domingos me acerco al de mi ciudad, el rastro de Oviedo, con la esperanza de encontrar ese ejemplar único, ese diario de la guerra civil... esa fotografía que nos muestra la desolación y la tristeza de nuestros ancestros. A veces se encuentran, aunque si he de ser sincero, cada domingo resulta más complicado.

Pero no por ello dejo de ir al rastro, a las librerías de viejo, a la Cuesta de Moyano cada vez que me acerco a Madrid. Últimamente, los libreros de viejo se han unido en internet. Ya no es lo mismo, ya no puedes revolver en sus anaqueles, aunque aún perduran algunos incondicionales que se resisten a la nueva vida digital.

Pero no por ello, dejaremos de ir a los rastros, seguro. Y eso, es lo que nos muestra en su libro, El Rastro, Andrés Trapiello. A amarlo, disfrutarlo, repensarlo, conquistarlo, cortejarlo, venerarlo, cuidarlo...