Hay tres clases de hombres:aquellos que se dedican a mirarse el ombligo sin importarles nada ni nadie excepto su ego omnipresente; los que dejan que la existencia los traspase sin discernir lo que debe ser o no motivo de superación y sacrificio; y aquellos otros que se toman en serio el hecho de existir y su compromiso con el mundo que los rodea, nuestro mundo, con el que nos obligamos cuando nacemos a procurar que sea cada día más justo. Rafael López Cansinos pertenecía a esta tercera clase de hombres porque siempre fue leal a sus convicciones, litigó por ellas y supo dejar una huella inmarcesible en el corazón de todos los que llegamos a compartir con él la vida y la palabra. Llevaba el periodismo en la sangre pero no olvidó nunca que era un medio para alcanzar el alma de los otros. Su dicción calaba en el ánimo porque surtía plena de inteligencia y emoción. Hasta el final de sus días respiró Córdoba con envidiable porte y agudeza.