Un año ya de la muerte de ese poeta mayor que es Pablo García Baena. Un año en el que se le han dedicado muy diversas publicaciones porque su obra -según afirma Rafael Inglada en su reciente Cuadernillo de los Campos- lleva a pensar «que, desde el duque de Rivas, no había surgido una voz tan potente en la literatura cordobesa». Recientemente, coincidiendo con la publicación de la antología bilingüe Rumore occulto, se presentó en Córdoba (Delegación de Cultura, 10 de diciembre) el libro Al vuelo de una garza breve, en edición también de Rafael Inglada, que le rinde homenaje atendiendo -y reuniéndolos por ello- a los cuarenta y dos sonetos que Pablo escribió a lo largo de su fructífera trayectoria lírica. De ellos, los más lejanos proceden de su poemario de 1971 Almoneda. 12 viejos sonetos de ocasión, mientras que el resto, se publicaron a partir de 1979. Es José Infante, que prologa esta edición de Inglada, quien explica muchos detalles sobre aquellos primeros sonetos paulinos, recogiendo sus opiniones sobre la vigencia entonces dudosa de tal estructura métrica y la concreción del poeta sobre que «el más antiguo es de 1943 y el más moderno de 1962». Exactas y curiosas las precisiones que hace Infante, como la de que parte de este conjunto soneteril del autor cordobés pertenece a «los años cuarenta y cincuenta» o como el hecho llamativo, por ignorado, «de todos los sonetos que ahora vemos que fue escribiendo periódicamente a lo largo de los años».

Estas iniciales consideraciones de José Infante las completa y enriquece el editor Rafael Inglada en su «Nota en primera persona», ocho páginas en donde se hacen interesantes y novedosas puntualizaciones, entre ellas la de que, «con veinte o veintiún años», Pablo ya «intentaba penetrar forzadamente en la poesía a través de las difíciles estrofas clásicas». Se deduce, de las palabras y aportaciones de Inglada, que los sonetos de Pablo, desde un punto de vista cronológico, pueden responder a tres etapas: una primera que agruparía sus más antiguos sonetos, siete, escritos hasta 1941; otra segunda que determinarían los 13 incluidos en el poemario citado, Almoneda, fechados entre 1943 y 1964 y que, en confesión de García Baena, eran «sonetos circunstanciales hechos a lo largo de mi vida»; y la tercera etapa, desde 1979 a 2005. El conjunto da como resultado este libro, Al vuelo de una garza breve, 97 sustanciosas páginas en las cuales se contienen -anota Inglada- «cuarenta y dos sonetos en total, los trece de Almoneda más los veintinueve esparcidos en revistas y periódicos, principalmente cordobeses».

De acuerdo con la idea de Infante, pueden dividirse estos sonetos según su temática, separándose en tres modalidades que son la religiosa, cuyo fin es «glosar advocaciones religiosas» (consideramos como mucho 18 en esta línea), los dedicados a muchos de sus amigos, «poetas o no, con ocasión de algún homenaje» (parece que son 10 los publicados en este caso), y por fin «los que celebran ciudades o lugares, como la Mezquita, Santaella, Antequera...» (de ellos hemos contado 6). De todos, el primero que hallamos -por cierto con reminiscencias sociológicas- es «La Reverte», fechado en 1943 según Inglada y correspondiente al grupo de personalidades famosas, concretamente a la torera de ese nombre que en la primera década del 1900 alcanzó renombre porque, siendo un hombre, aparentaba ser mujer, razón por la cual se alaba su toreo cuando en el ruedo «y el toro abraza con sus cuernos fieles/la cintura de nardo o de palnera». Uno de los religiosos, grupo en el que Pablo ensalzó fundamentalmente a tantas vírgenes, es el titulado «El Terrible (Jesús Nazareno de Puente Genil)», plástico y doliente, descrito en el momento de salir de su ermita «y un látigo de gules en el viento/borda tu espalda en púrpuras secretas». Pero desde nuestro punto de vista, ocho de esos cuarenta y dos sonetos no debieran clasificarse en ninguna de esas tres modalidades, por lo que para ellos proponemos un cuarto grupo de «sonetos amorosos» -de muy clásica influencia-, dado que es este asunto el que los aglutinaría, con menciones como éstas: «Besad, que ya la aurora viene alada»; «Amor, el dulce Amor, de amor herido» o «El rojo corazón enamorado».

Cabría plantearse, una vez leídos los sonetos cuya «historia y procedencia» es sintetizada por el editor entre las páginas 73 a 92, cuestiones estilísticas o léxicas que resulten primordiales para su comprensión. Los vocablos cultos con que Pablo signa sus versos llaman en primer lugar la atención, con el uso de palabras -principalmente sustantivos y adjetivos- como alquicel, célica, agonal, curul o altor. El cuidado clasicismo es lumbre que arde en el poeta cuando ilumina sus endecasílabos con metáforas originales y bellas, uno de cuyos ejemplos lo tenemos en el preciosismo que convierte a la luna en «Rosa dormida en luz, de donde llueve/frescura de silencio y melodía», y es ese mismo clasicismo remanente de la tradición lírica de Garcilaso, del Barroco o de Lope (del que reutiliza versos como comienzo de sus poemas) el que da lugar a pasajes como el citado «Besad, que ya la aurora viene alada,/antes que Febo salte de su cuna/y que el olvido vierta su veneno», como «Si piso, torpe peregrino, el suelo», o «¡Y cuántas veces en la noche oscura/vencido le gritaba a las estrellas,/sin verte a ti, que brillas más que ellas!». Igualmente es sello particular de García Baena acudir a la imaginería religiosa para dejar florecer, ante sus ojos transidos de devoción, no solo adornos florales hechos de gladiolos, de lirios o de azucenas o lilas («Las lilas de su mano amoratada/ungen los pliegues de la noche fría»), sino también los contrastes y paradojas que nacen en su alma ante la contemplación de una Virgen o de un Cristo sufrientes: «¿Cómo, desnudo, en el relente frío/arde en lumbre la brasa del costado» ..., «¿Por qué, si muerto vais, estáis tan vivo?».

LA SENCILLEZ Y LO POPULAR

En los sonetos del gran Pablo se respira también la sencillez y el atractivo de los pueblos, de su campiña y de sus frutos ansiados, llegando, en el caso del soneto «Montilla», a alabar «La copa alzada y el cristal sonoro/en brindis por Montilla y la alegría», o en el transcurso del titulado «Camino del santuario» a exaltar el cante popular al decir que «La guitarra dibuja sus cantares,/herido corazón de la armonía,/y vierte el llanto de las soleares». Téngase en cuenta además que en ellos Córdoba estará presente de muchos modos, ya en la atrayente ambientación del día embriagado de azahar («sobre la cal de Córdoba callada/y que el sonido de la voz sagrada/abra la blanca flor del limonero») ya en la calificación del sentir de la ciudad aunado al de otras de Andalucía: «Cádiz de sal, Triana de la luna,/Málaga del jazmín, Córdoba amante,/le dan el vino denso del olvido». No todos los sonetos, evidentemente, tendrán la misma calidad, el mismo temblor lírico ni igual perfección métrica, compositiva o sintáctica. En este sentido el buen lector sacará sus consecuencias.

Pero es de admirar el laborioso y detenido trabajo de Rafael Inglada, por cuanto en Al vuelo de una garza breve (título por cierto procedente de un verso del poema «Tiraba rosas el amor un día») ha llevado a cabo la que él mismo reconoce como la «ardua empresa de recoger y desvelar ahora todos los sonetos que, hasta la fecha, conocemos de uno de los más grandes poetas españoles del siglo XX».

‘Al vuelo de una garza breve.

Sonetos completos’. Autor: Pablo García Baena. Edita: Renacimiento.