Q uien siguió en redes sociales a Ana Santos Payán, tristemente desparecida editora de El Gaviero, tuvo oportunidad de leer alguna de las entradas en las que reivindicaba el término femenino de esa profesión marinera. El reconocimiento a lo que significaba ese femenino, todos los matices, relieves y, sobre todo, ejercicio de justicia que lleva implícita, llega con Gavieras , último libro de poemas de su amiga Aurora Luque, con el que ha conseguido el codiciado Premio Loewe de Poesía. No es la primera vez que Luque hace público este agradecimiento; ya lo expresó en su anterior trabajo, Personal & político , con el que Gavieras guarda una estrecha relación de continuidad y profundización formal y temática. Si ahí el título se tomaba del conocido lema feminista, esta vez mantiene la misma ubicación para avanzar a través de todas las capas de significados y matices que es capaz de transmitir su voz poética. Luque trabaja el lenguaje para crear un puente que comunique sus orillas: el mundo clásico --además de poeta es traductora y profesora de griego-- y la mirada inquieta y sensible, «andariega», de una mujer conocedora de los desafíos de su tiempo. «Por mis antepasadas, no aceptaré más límites, cancelas en umbrales ni candados», dice en «Decálogo de la flâneuse». El resultado son unos poemas que fluyen con naturalidad y consistencia en este trabajo.

Gavieras se divide en dos partes, «Deambulares» y «De la agenda del duelo». La primera, como se desprende de su título, transita y explora territorios que en libros anteriores ya se avistaban, pero que aquí irrumpen en primer plano sumándose a otras militancias: el ecologismo o el caminar como práctica ética y filosófica. Las manifestaciones de su sensibilidad ambiental impregnan sus versos, como estos que aparecen en el poema «Lenguajes vegetales de mi país vaciado» (en referencia a la problemática de la despoblación de las zonas rurales que se ha venido en llamar «la España vacía»): «Traducir los lenguajes vegetales/ de un mundo que se seca», donde sentencia: «Hablemos, hablemos con los árboles». Su pasión por caminar y sus implicaciones más allá de lo físico le llevan a reivindicar el término flâneuse --femenino del más conocido flâneur--, concepto que popularizó Lauren Elkin en un ensayo sobre las dificultades de pasear libremente siendo mujer. No se le pasa por alto a la autora el hecho llamativo de que, pese a que el volumen de títulos dedicados al caminar conformen un subgénero, pocas veces se aborda desde la conciencia feminista. Por ello, en su «Decálogo de la flâneuse», enumera las connotaciones de esta palabra en magníficos hallazgos: «Deambularás. Harás las calles», transformando y dignificando el significado peyorativo de la expresión, o: «Descubrir el placer de no comprar», en una invitación a buscar relaciones más respetuosas con el entorno que el consumismo. «Si acaricio lo roto entre mis manos/volverá a germinar», afirma en el poema «Espigar», en alusión a la película Los espigadores y la espigadora , de la cineasta Agnès Varda.

Pero no se detiene en estas cuestiones al abordar su tiempo, también la encontramos denunciando las amenazas de un bombardeo a Irán por parte de Trump o «tuneando» la letra de la canción «La del pirata cojo» de Sabina, para que quepa en ella su universo de gaviera.

La segunda parte, «De la agenda al duelo», está conformada por poemas en los que la autora añade un nuevo árbol genealógico a su bosque femenino, pues no solo rinde homenaje a las de su «linaje». Siguiendo el hilo de la primera parte --Anfitrite, Poimenia o Isabel Oyarzábal--, también tamiza con luz de mujer algunos referentes en «Machadiana», «Mallarmiana» o «Mimnermiana», en el que revela un descenso al territorio íntimo: «La vida avanza a broncos/momentos corrosivos/de guerra entre el amor y entre la muerte». Este viraje al interior adquiere tintes elegíacos, como cuando afirma: «Me miro para adentro/y las honduras/ son tan resbaladizas y tan negras/que el grito ni siquiera pisa el fondo». El paso del tiempo y sus consecuencias, la memoria escurridiza, la pérdida y el duelo conducen a un «Epílogo a Carpe Noctem», donde el título del viejo libro le sirve para cerrar una propuesta llena de inquietudes y aciertos, de itinerarios que invitan a aventurarse de la mano del lenguaje por las aguas de un mar embravecido.