En la colección Visor de poesía acaba de aparecer el último libro de Justo Jorge Padrón -una de las voces más personales y fecundas de la generación del setenta-, El rostro de la llama, enriquecido con un iluminador prólogo de Federico Mayor Zaragoza, libro que marca un momento de plenitud definitiva de este creador grancanario. En sus páginas irradia la experiencia del amor, un amor apasionado y fulgurante, como iluminación que da sentido a la vida, junto a un poderoso y ardiente sentimiento metafísico de la Naturaleza, así como otras composiciones en torno a los maravillosos dones de la amistad, que en Padrón cobra categoría de auténtica religión. A todo lo cual se une como brillante coronación del poemario, su última sección, «El principio del fin», una potente y personalísima indagación en el inextricable abismo de la muerte, al que el autor se enfrenta con un valor esperanzado; poemas meditativos, estremecedores, en los umbrales de las postrimerías, y que conforman un ciclo de hondos cantos desde las cumbres de la senectud. Como advierte el prologuista, el poeta «vive y crea porque la realidad no es absurda. (...) La alegría de vivir y el valor de morir viene sólo de la esperanza en lo interminable, en el Dios personal donde se recobrará eternamente el esfuerzo humano».

Hacía tiempo que no leíamos poemas de una tan palpitante densidad y un conmocionante trémolo existencial como los titulados «Caín», «Oda a Lucifer» o «El alma de lo eterno», entre otros de muy elevada temperatura meditativa, en los que el pensamiento, pero un pensamiento que siente, como quería Unamuno, emocional, no estrictamente lógico, llega a honduras que nos estremecen e interpelan.

La vasta obra de J.J.P., un creador que hasta la fecha ha tenido un constante y mayor reconocimiento en la esfera internacional que en su propio país, abarca tanto a la lírica como a la épica, a lo largo de más de una treintena de volúmenes, y que en 2005 nos volvía a sorprender con una ambiciosa empresa épica como es su personalísima saga Hespérida. Canto universal de las Islas Canarias, en la que partiendo del centro inspirador de su archipiélago se enfrenta a una visión de nuestra general historia española, y de la que lleva publicados tres amplios volúmenes, de unos ocho mil versos cada uno el I, el II, La Gesta Colombina y el recientemente publicado, La primera circunnavegación del mundo, de histórica actualidad por su 500 aniversario, y del que pensamos ocuparnos próximamente.

En este abarcador e insólito proyecto histórico-poético, que llegará hasta nuestro presente, J. J. Padrón nos devuelve y moderniza un género que muchos creyeron agotado, el gran poema épico, que por su altura, empeño totalizador y protagonismo coral -las legendarias Hespérides y la pasión de todo un pueblo, el autóctono pueblo guanche en este caso- alcanza categoría de auténtica epopeya.

No es la primera vez que trato de la poesía de J. Jorge Padrón, que es de los pocos poetas contemporáneos que nos dejan una inolvidable sensación de plenitud emotiva y estética tras su lectura; a veces me he preguntado si mi personal valoración de su obra se hallara condicionada por el sentimiento de la amistad y por formar parte de una misma generación. Por eso me ha gratificado encontrar en el prólogo de Mayor Zaragoza, un rosario de juicios críticos, algunos de los cuales me permito trasladar aquí, sobre nuestro autor que confirman mi apasionada lectura. Por ejemplo, el de la catedrática de Literatura Hispánica de la St. John’s University, de Nueva York, Marie Lise Gazarian Gautier: «J. J. P. ha logrado alcanzar la cumbre tanto lírica como épica de su arte para convertirse en el cantor de las Islas Canarias y en el poeta más importante de la España de hoy, en una obra de grandiosa envergadura que ha sabido captar la belleza y magia de un pueblo, entrelazando historias y mitos, amores y muerte, alegría y dolor, como defensor de los vencidos, y también portavoz de una nueva raza, la mestiza, síntesis de dos razas y dos culturas... en suma un canto a la libertad. La considero una obra maestra». Nuestro poeta -de mantenida proyección internacional, en donde ha recibido los mayores reconocimientos, desde su inaugural Los círculos del infierno en la década de los setenta hasta la fecha, aunque no tanto en nuestra tierra- ha merecido, en cambio, la más patente consagración por parte de la más selectos académicos y creadores. Y así, el que fuera director de la Real Academia, el profesor Manuel Alvar, llegaría a sentenciar: «La poesía de Justo Jorge Padrón es el culto a la palabra. Es un caso singular: siente devoción de orfebre por el instrumento lingüístico. Lo elabora, lo bruñe, lo convierte en ornato de joyel, hasta entregárnoslo como una presea rutilante. Diríamos poesía barroca y no nos equivocaríamos. Pero, por otra parte, la palabra es para él esencia acrisolada, ser y no desvío. Logra la triunfal epifanía de alcanzar la luz». Incluso el que fue presidente del Consejo de Europa, José María de Areilza, llegaría a sentenciar: «J. J. P. es el mayor poeta vivo del Parnaso nacional, ofreciéndonos obras magistrales que afirman el contenido y el talante de su empresa literaria, de poeta total». Su primer traductor, el gran poeta sueco Artur Lundkvist, refiriéndose a su libro Los círculos del infierno (Premio Fastenrath de la Real Academia Española al mejor libro de poemas publicado entre 1972-1977, y traducido a más de cuarenta idiomas), lo calificó de «el más importante de la nueva poesía europea por su fuerza poética y por la originalidad visionaria que expresa». Y para el reconocido poeta Edmond Vandercammen, director de la Academia Belga de la Lengua, «J. J. P. es un grande y extraordinario poeta. Su sensibilidad inquieta, dolorosa, casi dantesca, pertenece a la raza de Goya o El Bosco y tiene la misma fuerza de sugestión». Para terminar afirmando que «es el poeta más digno de ocupar el relevo de Federico García Lorca».

Por otra parte, durante el recital que J. J. P. diera en Buenos Aires en noviembre de 1976, su audición le hizo exclamar a Jorge Luis Borges a plena voz: «Padrón es usted un gran poeta. Ha conseguido con estos poemas de Los círculos del infierno lo que no me ocurría en mucho tiempo, emocionarme profundamente y hacerme llorar». Octavio Paz con su penetración acostumbrada, definiría su poesía, radiante y tenebrosa, a un tiempo, oscilante entre eros y tánatos, asegurando que «la obra tanática de Padrón alcanza por su capacidad visionaria y metafórica la grandeza de la poesía apocalíptica, mientras que en su vertiente solar, se aposenta la gozosa sensualidad de una perspectiva cósmica que abarca su entera creación, donde se escucha la palpitación de lo que vive y canta con la intensa magnitud de la belleza. Es, en mi opinión, un poeta mayor de nuestra lengua».

Federico Mayor Zaragoza, en ese clarificador prólogo que abre el libro, termina afirmando de su autor: «El valor de su obra cobra especialísimo relieve en el contexto de América Latina. Justo Jorge Padrón (por sus servicios en pro de la poesía española ante la Academia Sueca) tuvo el honor de recibir en nombre de Vicente Aleixandre el Premio Nobel de Literatura. Quizá sería ahora llegado el momento, a la vista de la vastedad y mérito de su obra literaria, de recibirlo en nombre propio. Lo mismo pienso en relación a los máximos galardones literarios de nuestro país...».

‘El rostro de la llama’. Autor: Justo Jorge Padrón. Editorial: Visor. Madrid, 2019.