Reseñar el más reciente libro de Francisco de Paula Sánchez Zamorano es recordar a la vez que antes ha firmado poemarios como Tiempo detenido y novelas como El crepúsculo de Virbio o Paraíso imposible, además de títulos de relato breve como Rueda de máscaras o Trece de diciembre. Todos han sido publicados por Ánfora Nova, editorial de su elección que igualmente le edita ahora este libro de poemas Luz furtiva, como todos los de este sello bellamente cuidado y con ilustraciones excelentes del artista Luis Manuel García Cruz. Presentado y prologado respectivamente por José Carlos Gómez Villamandos, rector de la Universidad de Córdoba, y por el director del Diario CÓRDOBA, Francisco Luis Córdoba, el primero destaca que sus versos conllevan «una evidente unidad temática, e irradian un marcado tinte existencial y a veces autobiográfico», mientras que el segundo pone de manifiesto que «no hay folio que fotocopie el alma, pero sí hay plumas que la vuelven transparente; la de Francisco de Paula Sánchez Zamorano».

Con un conglomerado de diversos asuntos líricos, expresados frecuentemente por la mezcla de versos heptasílabos y endecasílabos sin rima, ya el poema de apertura «Diosa mortal» descansa «sobre el inhabitable territorio que tú y yo recorrimos», señalando así que la principal vía de escape emotivo va a ser la amorosa, precisamente la que da lugar a su primer apartado «Anatomía del deseo», que al descomponerse en seis poemas ratifica esa línea emocional «cuando moría la noche en suspiros/y mi boca surcaba/la suya y el mar de su cuerpo desnudo». De este modo, el amor va tiñendo muy distintos espacios: lo hace primero, con referencias mitológicas, por el entorno del Puente Romano, al afirmar que «Córdoba es un remanso de belleza:/la luna, ella, los ojos del puente, su desnudez y el río»»; luego en «A ti me consagro»; después en el sueño que desea recobrar la presencia de Al-Zahra, cuya ausencia reclama lo «que en mis labios dejaron tantas noches/de insomnio imaginando sus caricias»; y finalmente, aludiendo una vez más a distintas ambientaciones, los poemas «Dánae» e «Historia intemporal» reviven los mitos respectivos de Zeus convertido en lluvia de oro para poseer a la ninfa, y de una pareja anónima que goza de su pasión «para quienes han sido señalados/por el dedo inflexible del amor».

El libro, de léxico minucioso y de alta capacidad descriptiva, se adentra en una segunda sección titulada «Exilio», con otras seis composiciones que exhiben a veces un tono dolorido «de proyectos truncados/por el sino de seres defectibles/de la tierra que habitan», con menciones de vivencias agradables (véase «Intimidad») o con otras historias de «dulzor y amargura» como la que recrea el amor entre Wallada y Ibn Zaydun («Desliz»). Así, con un vaivén de recuerdos y de reflexiones el poeta sabe dorar con bellas expresiones e imágenes el transcurrir lírico, reconociendo que «regresa a mis adentros lo que fui/cuando la última rosa se marchita/en su propio suspiro/al sol abrasador de los temores». Y es esa sutil y bella expresividad la que alaba Gómez Villamandos al afirmar que los poemas (son veinticinco, en total) «contienen un amplio repertorio de metáforas muy atractivas».

LO MÍTICO Y LO PERSONAL

Con esa alternancia entre lo mítico y lo personal, embadurnado todo de la vislumbre amorosa, avanza el poemario para llegar precisamente al siguiente apartado «Desde los mitos», que se abre con uno de los mejores poemas del libro, «Amor, ¿mito?», con versos tan espléndidos como estos: «Allí donde no existe la razón/y el río viene envuelto de zozobras/me detuve una tarde/para escuchar su voz». A esto siguen otros reflexivos («Amor platónico») y otros en que lo mítico confluye con vibraciones individuales, como en «Venus indecisa» o en «Andrómeda», que impulsa a escribir: «Sé que no soy Perseo.../Me sumerjo en las dudas/del mundo y sus prejuicios/y luego en la utopía». Así, entre sueño y realidad, entre símbolo y vivencia, la contención lírica sitúa al lector ante los seis poemas de «Enigmas», más remansados, pero igualmente equilibrado en los dos citados polos y con una emoción sometida siempre «bajo el yugo de su blanca mirada», que es la del amor, aferrado al paisaje real de Córdoba y su entorno (porque aparece la Luna «con su redondez blanca/reinando sobre la noche del mundo/entre la quietud de Sierra Morena»), aunque también a los recuerdos y al pasado -a veces diluido en errores- de vívidas presencias: «Luego me subyugaron los reflejos/de sus formas y su frente de luz/mientras mis labios se embrujaban de ella/para aliviar el fuego abrasador». Y así, en perfecta sintonía con todo el amor latente en los poemas anteriores surge el bellísimo y sentido epílogo cuyos tres versos últimos son la corona de los precedentes, al reconocer: «Fue una gélida tarde de diciembre/cuando sentí que mis venas ardían/mientras yo te miraba». Aquí el mito y la realidad confluyen armoniosamente para concluir el mejor poemario de Sánchez Zamorano.

‘Luz furtiva’. Autor: Francisco de Paula Sánchez Zamorano. Edita: Ánfora Nova. Rute, 2019.