‘Escaramujos’. Autor: Jesús Munárriz. Editorial: Pre-Textos. Valencia, 2019.

Para aquellos que amamos la naturaleza, la vida sencilla en el campo, al aire libre, las tardes de lluvia y las horas del crepúsculo, el silbo del mirlo y el gorjeo del ruiseñor, no es fácil hallar en la poesía que hoy se escribe, y se edita a diario, un libro diáfano, puro y natural, que nos emocione e incluso nos conmueva desde la raíz de su sencillez. Hoy la poesía que se edita por sistema, esa que triunfa y vende miles de ejemplares (poetas marwánicos, sesmáticos, deffredianos) habla de amores ñoños, adolescentes, o se centra en las brumas del asfalto y en los cielos vacíos de la megaurbe. No interesa la hierba, sino el hormigón. Sin embargo, de tarde en tarde, surgen libros tocados por un resplandor celeste y cálido que nos devuelven el placer de la lectura, el gozoso disfrute de versos sustanciosos, cimentados en la luz de la naturaleza, en la vida campestre abierta y natural. Es el caso de este poemario, «Escaramujos», de Jesús Munárriz, editado por Pre-Textos con un gusto exquisito, en el que se nos muestra versos como estos: «La blanca nieve/de las flores de pruno/sobre la hierba» (Pág. 24), o estos otros: «Cogiendo moras/recupera el verano/sabor de infancia» (Pag. 49). Versos como los anteriores, haikus perfectos, alfombran de delicadeza y de ternura todo este poemario hermoso, transparente, lleno de una belleza cristalina y una plasticidad nada común, pues su verdadera materia es la poesía envuelta en texturas de raíz telúrica y un tono bucólico, hondo, machadiano, de una sencillez difícil de lograr. El autor de este libro de versos, Jesús Múnarriz (1940), es un poeta versátil que ha tocado en su producción lírica los temas más variados: el amor, la muerte, el miedo de posguerra, la injusticia social, las muescas de la historia en el corazón de los derrotados, incluso el humor de raíz onírica. Y ha dado a la luz poemarios tan interesantes como, por ejemplo, Cuarentena (1977), Otros labios me sueñan (1992), Viajes y estancias (2005) o Los ritmos rojos del siglo en que nací (2017). Por otro lado, además de desarrollar una excelente labor editorial, ha traducido a escritores como Hölderlin, Rilke, Celan, Pessoa o Ezra Pound, entre otros muchos. Su obra poética ha aparecido recogida en múltiples antologías y también ha dado a la luz tres títulos de poesía infantil: Disparatario (2001), Con pies, pero sin cabeza (2004) y Dibujos animados (2011), publicados en la colección Ajonjolí, de Ediciones Hiperión. El eclecticismo y la solidez poética son dos cualidades de la obra de Munárriz: así, si en su anterior libro de versos, el titulado Los ritmos rojos del siglo en que nací (2017), nuestro autor se centraba en asuntos históricos y sociales, ahora toca de lleno el espacio de la naturaleza, lo que dice mucho de su capacidad creativa. Dotado de una poderosísima intuición y de una sensibilidad muy ecologista, Munárriz sabe captar en este conjunto de poemas luminosos la magia ancestral de la vida al aire libre en un universo sereno y campesino, consiguiendo anotar con exquisito tacto estampas delicadísimas y sugestivas, imágenes tiernas ceñidas al mundo agrario, al ritmo sagrado de la naturaleza, ofreciendo al lector una muestra sinestésica, una visión feliz, caleidoscópica, en la que se fusionan los cielos y los bosques, las aves y los árboles, las nubes y los cerros, las nieblas y los crepúsculos: «En la ribera/desbordada del río/chopos bañándose» (Pág. 25), «Ayer lloviendo./Hoy, este sol de otoño./Mañana, setas» (Pág. 58) o «Cuarto creciente/corneando las nubes/de atardecida» (Pág. 73). En la misma línea de los anteriores, hay decenas de espléndidos haikus, breves piezas poéticas de un tono iridiscente, hilando un poemario bello e intenso como pocos; no en balde, su autor sabe captar los colores, sabores y aromas que fecundan ese espacio rural ancestral, hondo y sencillo, que no todos los escritores saben ver y, aún mucho menos, esencializar como hace Munárriz en este Escaramujos, que consigue llevarnos a la edad pura y sutil donde las libélulas bañaban nuestra infancia rozando en los mediodías del verano el agua tranquila, apacible, verdinegra, de aquellas albercas rodeadas por las sombras de las dulces moreras y los melocotoneros donde se columpiaba el corazón del sol, la verticalidad ocre de una luz que uno encuentra de golpe, intacta, en los versos sedosos, limpios, de este libro verdaderamente ecológico, ancestral.