¿Cuánto es el tiempo de duración de un poema? Muchos se apagan a la primera lectura, y si en esta época de máscaras poéticas algunos se sostienen, acaso sea porque van acompañados del movimiento y el ritmo que le pone quien lo escriba. Posiblemente la moda de acompañar los textos con el cuerpo sea la razón de su inmediata durabilidad y sin embargo, sostenidos en la página, no resistirían más de dos lecturas por obvios, elementales y, en el fondo, convencionales. Solo desde ciertas tramas con el lenguaje podemos renunciar a las previsibles cantinelas alrededor de los temas de siempre. Por eso, cuando terminas de leer este poemario de Rosa Lentini, Hermosa nada, poco a poco acabas pensando si los límites del poema están donde comienza la desesperanza. No hay ritmo posible en escenario alguno porque el poema, su duración, está realizándose dentro, no afuera.

En el primer poema, una situación: un banco donde esperar el autobús, y en ese espacio de tiempo, de duración, la mente se abre a imágenes enroscadas formando alegorías imposibles y tenebrosas. «Dos ramas los brazos de la criatura que fui», escribe. La voz poética se va enroscando en escenas familiares donde el sentido, como dice Antonio Méndez Rubio en el epílogo a este poemario, emerge como una cuestión radical, pendiente desde el principio hasta el final. «Dejar constancia de que su interior se ha vaciado», una hermosa nada campea entre las imágenes, los logros más contundentes de esta poesía, que se despliegan dibujando escenas oníricas cuya simbología salta a otra realidad: «Algo de lo que queda atrás se desliza y encrespa cuando abro la caja de galletas/y del pasado salen retales de telas/ conchas traídas desde la playa/ con una mariposa turquesa atravesada con alfiler a un corcho».

A ritmo de salmodia, el movimiento trepidante de las caídas se estrella en finales abiertos, donde no es posible el cierre de los mismos.

El punto de vista que emplea para vertebrar su obra se esparce en varias direcciones haciendo saltar lo real a la realidad y viceversa, como en una sesión de psicoanálisis, las asociaciones liberan nudos y los nudos abren significados en el territorio de la letra para encarar poéticamente el pasado imaginado: «La veo, con rulos como enormes sortijas/que tironean su pelo sentada ante las nubes del televisor/mi madre mira ausente por la ventana la delgada línea de cielo gris entre edificios su mórbida necesidad imagina/una muerte para mí».

La serie de poemas sobre «Gigantes» inquieta: «Cuando una gruesa trenza rubia se descuelga» de la ventana de un campanario. Los poemas necesitan ser interpretados visualmente sin conceptualizar, como en una pintura de Francis Bacon, cuando en una entrevista que le hizo Marguerite Durás dijo: «No dibujo. Empiezo haciendo todo tipo de manchas. Espero lo que llamo ‘el accidente’: la mancha desde la cual saldrá el cuadro. No se puede comprender el accidente». Así es, no se puede comprender el dolor, no hay medidas, simplemente supura, y en esta escritura supurar es asumir la pérdida. El poeta argentino Antonio Porchia en una de sus Voces escribió: «Estás atado a ellos y no comprendes cómo, porque ellos no están atados a ti». El tiempo de la duración del poema es el mismo que nos hace sentir que el accidente posiblemente sea haber nacido.

‘Hermosa nada’. Autora: Rosa Lentini. Editorial: Bartleby Editores. Madrid, 2019.