Diego Prado nace en Mahón en 1970 y durante años ha ejercido el columnismo y la crítica literaria. En el terreno de la ficción ha publicado los libros de relatos Las espigas de la imprudencia (2003), nueve historias ligadas entre sí por la sensación de la imprudencia del vivir cotidiano que, en el reverso de un aparente orden, nos lleva a situaciones tan absurdas como inesperadas, y Domingos buscando el mar, Premio Café Món de Narrativa (2007). En ambos casos se trata de una metáfora de la vida rutinaria, aunque Prado habla del deseo insatisfecho, de metas inalcanzables y de la renuncia conformista que la asume el personaje narrador. Recientemente ha publicado las novelas En algún lugar te espero y Hospital Cínico (2013) y Sopa de fauno (2017).

-¿Nuestra vida hoy está por encima de lo ordinario?

-Es recomendable que lo esté, de lo contrario me temo que nos enfrentamos a una existencia más bien plana y sin grandes alicientes.

-Quizá por eso, ¿un relato, si está bien estructurado, nos permite intuir más allá de lo que leemos?

-En cualquier buen texto que se precie siempre hay varios niveles de lectura, así que, por supuesto, siempre hay puertas entreabiertas esperando para ser indagadas a oscuras.

-¿Lo fantástico como complemento de la realidad que nos envuelve, o tal vez la realidad como una absoluta fantasía?

-Me inclino más por lo primero. Pessoa decía aquello de que «la vida no basta» y, de algún modo, tenía razón, puesto que el ser humano necesitó pronto inventar, fabular, creer en lo mágico como explicación del mundo. Lo fantástico está insertado en la realidad, una realidad, no obstante, llena de inesperados agujeros negros.

-¿La verdad que no se quiere descubrir puede provocarnos cierto desasosiego?

-Hay verdades que vale más no conocer. En el fondo, todos preferimos que nos mientan. Esto explicaría, a otro nivel, que nuestro país esté como está.

-‘Las espigas de la imprudencia’ (2003) y ‘Domingos buscando el mar’ (2007) ya perfilaban su visión de una realidad paralela, ¿estamos obligados a vivir así?

-No sé si la palabra sería obligados, pero Borges ya hablaba «del otro lado de las cosas». A mí, en la vida y en la literatura, me interesa ese otro lado, el oculto, el menos evidente.

-¿Dónde se siente más cómodo, en la distancia corta de un relato o en la maratón de la novela?

-Me siento cómodo escribiendo, aunque es cierto que siento cierta querencia por el género del cuento.

-¿Por qué sus personajes se nos antojan unos seres grises y sin perspectiva alguna en la vida?

-Quizá porque los triunfadores no me interesan. Desde el punto de vista psicológico y literario, los presuntos perdedores son mucho más interesantes y contienen muchas más dobleces. Pero también podría ser porque uno mismo no escapa de esa grisura del día a día.

-Una vez leída esta nueva colección, ‘Sopa de fauno’, ¿parece que acentúa aún más su visión irónica de una realidad o trata usted de ser jocoso en estos tiempos de cólera?

-No concibo la literatura sin humor, un humor agridulce, a veces negro. La ironía es el arma de los que temen la realidad, la cancioncilla tonta que cualquiera canturrea de noche andando solo por un bosque para espantar el miedo.

-¿Detrás del humor y de la ironía de sus cuentos, en general, debemos intuir como lectores su devoción a grandes maestros del género?

-Siempre he sido un lector anárquico y he pasado por etapas muy diversas. Conozco bien casi toda la cuentística social realista española de los 50-60, de donde surgió una generación de grandes -y muchos olvidados- autores de cuento. El realismo, como género, no me interesa, lo dejo para el XIX, pero sí aprendí de todos ellos el ritmo interno del cuento. Para mí el gran referente español de la literatura de fantasía sigue siendo Cunqueiro, un autor más citado que leído, me temo. También hay elementos fantásticos muy evidentes en no pocas obras de Mercé Rodoreda. Y, por supuesto, el gran Pere Calders, un maestro del humor blanco y del absurdo. Curiosamente, en el país del Quijote, el gran libro de fantasía de nuestra literatura, lo fantástico arraigó poco hasta los años 80 del pasado siglo, y antes se dio más en autores «periféricos». Calvino, Buzzati, Chéjov, Quiroga, Rulfo... Todos ellos están entre mis referentes.

-¿Es posible que como uno de sus personajes nos encontremos con una lamia? ¿Qué debe intuir el lector detrás de esta propuesta?

-Ya lo decía Torrente Ballester: yo no creo en brujas; ahora bien, haberlas haylas.

-¿La realidad es obsesiva y nosotros somos quienes construimos nuestro mundo? ¿Vivimos de conformar momentos inesperados?

-La realidad por sí sola no es nada si no es interpretada, y cada uno la ve a su modo. Basta leer los periódicos: de uno a otro parece que una misma noticia es distinta. Don Quijote veía gigantes donde el resto sólo observaba molinos. En cambio, su mundo interior, su realidad, era mucho más rica que la de la gente que lo rodeaba y le trataba de loco.

-¿Los humanos seguimos estando en la más absoluta soledad?

-Sí, incluso acompañados.

-Una vez leídas las historias de ‘Sopa de fauno’, ¿qué lección debemos extraer de sus propuestas?

-No hay lección alguna. Yo no escribo para predicar nada. Si logro la sorpresa, la sonrisa y la reflexión ya me doy por pagado.

-¿La vida se concreta en una sucesión de anécdotas? ¿Por eso las pone en un papel y las traslada usted a las historias de sus obras?

-La vida es lo que nos va pasando y es tan corta que no da más que para sucesiones de anécdotas más o menos extensas.

-¿La vida real no les basta a sus personajes en ‘Sopa de fauno’ y se desenvuelven en situaciones extremadamente irreales o fantásticas?

-Ya he citado lo que decía Pessoa al respecto. Desde el primer cazador neandertal, que llegó a la cueva exagerando la caza de ese día, el ser humano ha necesitado siempre adornar la vida, hacerla más brillante, darle una pátina de excelencia. Vivimos intentando huir de la mediocridad, esa sombra que a todos nos acecha y de la que pocos escapan. Fíjese que la realidad siempre va acompañada de adjetivos negativos: la cruda realidad, la triste realidad... La realidad es un espejo que no gusta a nadie. Preferimos el sueño, lo irreal, lo maravilloso. Por eso nacieron las leyendas, los mitos, los cuentos, la literatura, en definitiva.

-¿Recomendaría usted su literatura para liberarnos de las pesadillas cotidianas?

-En absoluto. Mi literatura parte de esas pesadillas u obsesiones y no creo que pueda liberar a nadie. Ahora bien, siempre le alegra a uno saber que no está solo en el mundo, imaginando cosas raras. Jajaja.

-Y una pregunta final, alterna usted relato y novela, después de ‘Sopa de fauno’, ¿en qué anda metido o con qué nos sorprenderá?

-Llevo casi dos años trabajando en una nueva novela. Se trata de una vieja idea a la que ha costado darle un armazón narrativo y que, imprevisiblemente, se ha ido desbordando y creciendo. Veremos cómo acaba.