‘Mi bello Fauvel’. Autor: Gonzalo Campos Suárez. Editorial: Adeshoras. Madrid, 2018.

«Cuando una mañana, Gregorio despertó de un agradable sueño, observó cómo su cuerpo se había transformado». Con ecos de Franz Kafka, Gonzalo Campos Suárez (Palma de Mallorca, 1976, residente en Málaga y de ilustre apellido literario) tiene su bautizo en la narrativa breve, al abrigo del siempre interesante sello Adeshoras, dirigido por Susana Noeda. Con esta brillante ópera prima refuerza, además, su conocido bagaje en el mundo de la dramaturgia (anotamos que su obra El baile de los incoherentes se encuentra de gira.

Mi bello Fauvel expone en sus dieciocho piezas (distribuidas en tres secciones: «Escenas de París», «Sobre hombres» y «Sobre bestias») un caleidoscopio de lo que -entendemos- resultan los mayores intereses de su autor como creador. En él, las referencias literarias y artísticas no solo muestran una erudición al servicio del relato, donde la realidad social y la ficción se hermanan, sino que coadyuvan a la plenitud estética del texto («Soy un vulgar litografista, alumno de la escuela de Johann Aloys Senefelder»). De ahí que sea de agradecer, a veces, el previo proceso de documentación en distintos relatos (véase a título ilustrativo Boulangerie Dumont o Génesis 19), y otras, las que más, el simple despliegue imaginativo.

EL MAYOR ACIERTO

Probablemente, el mayor acierto de la obra sea la originalidad del conjunto, por el que el autor consigue hacer transitar con parejo interés para el lector un jeque dadaísta y un minotauro. Así, el escritor se sirve de distintos estilos, alternando la tradicional estructura aristotélica (introducción, nudo y desenlace) con las fórmulas modernas del poscuento (de final a menudo abierto), para dar forma a su ingenio a través de las tramas más absurdas y surrealistas. En un desfile fantasioso entre el hombre y lo divino, la vanidad, la envidia o la soledad se configuran como vehículos que, lejos de constituir el espejo de los personajes, funcionan como motores de redención de los mismos. Y a dicha empresa sirven tanto el uso del soliloquio y la crónica periodística, como el esquema de la estrategia epistolar.

Indudablemente, la experiencia sobre el hecho teatral se percibe en el libro. Si bien en la primera parte hallamos un relato con tintes dramáticos desde el mismísimo título, «Café en tres actos», y en la segunda nos topamos con «La puerta» (evidente homenaje a Jean-Paul Sartre y su A puerta cerrada), ya como remate destaca una pieza en la que un peculiar celoso se bate en duelo interpretativo con un inspector de policía en el marco de un interrogatorio por un extraño homicidio, cuyas claves se encuentran irresolutas; recurso que, por cierto, se repite en «Un malentendido, un duelo, un ciego», donde el drama evoluciona mediante las sucesivas declaraciones ante las autoridades de los testigos de un suceso.

Saludamos, pues, a Gonzalo Campos Suárez, un escritor versátil y solvente al que debemos tener a partir de ahora muy en cuenta, tan hábil con el barroquismo poético como con las simples entradas esquizoides en un diario. Seguro que próximas obras confirmarán lo que esta apunta con bríos.