Intacto el espíritu de Martín Portales para escribir libros que vayan poniendo en el camino piedras sólidas. Uno no sabe bien hacia dónde se dirige, pero no se detiene, avanza y en ese proceso de avance creativo no cesan los descubrimientos, bajo el imperio irracional de la intuición. Sin embargo, no significa que esa irracionalidad no tenga un propósito, una intención comunicativa, solo es una postura frente a lo demasiado racional, lo que nos viene impuesto como único y verdadero. La conciencia -concepto clave en la trayectoria última de Portales- vuelve a proponer otro discurso que no proviene de lo irracional, surge la apuesta por cambiar de discurso, con el deseo esclarecedor de mostrar esa nueva perspectiva sobre las cosas. Este es el caso de este autor, con cuyo libro alcanzó otro premio literario -y la lista es ya considerable- como viene siendo costumbre con sus últimas entregas. El poema que abre -y de qué manera- este libro, traza un compendio intenso sobre el trayecto del texto, y vienen las preguntas tan necesarias como aparentemente retóricas, pero cuya revelación producen asombro: «entonces, ¿qué significa haber escrito versos?/nada/haber llegado aquí/poder entrar en el olvido...». Ya se plantea la tesitura de la conciencia, generando siempre sus preguntas, pero también apuntando claramente hacia otras direcciones. Surge el sentimiento de soledad, una soledad demoledora frente al sujeto: «Toda palabra/es un silencio en llamas». Todo es preámbulo, pero ya trazando unas líneas claras de lo venidero. La infancia -no como recurso ocasional- aparece ya en el tercer poema, como el objetivo básico sobre el que va construirse la columna vertebral de este libro. La posible identificación de la infancia como territorio puro, donde se puede concebir la felicidad de la alegría, traza un cierto paralelismo entre la infancia del sujeto poético y la de los niños refugiados. Alegría que parece solo puede surgir de la pobreza, de ese estado en que lo material no es prioritario, y en el que son otros los objetivos, las motivaciones: «Vinieron a jugar desde la infancia/eran zagales sucios bajo la lluvia/yo estaba ya en la edad, tras la ventana/reconocí sus voces en la calle...». El sujeto poético conecta con el pasado, hace que el recuerdo adquiera un presente, una calidez casi inmediata, el desconocimiento como otro modo de lucidez posible, apuntando hacia otro tipo de conciencia que se rebela contra el saber. Todo ello desde la inocencia, como salvoconducto imprescindible para volver a los orígenes, y desde allí retomar el presente con esa mirada. «Estar sin ser/es algo hermoso/Tránsito/porque no soy...» versos que rebelan no solo nuestra provisionalidad, sino la toma de conciencia de ese hecho, algo que nos hará más felices, partícipes activos de un sentimiento de calidez de lo inmediato, y de degustar cada segundo en toda su intensidad: Siempre que nace un verso es el último día. «Alambres en la blancura» y «Clamor abierto» son dos partes un tanto especiales, el centro neurálgico del libro. Dos poemas largos en los que el sujeto asume la experiencia vital en toda su dimensión, con lo alegre y también con lo doloroso, pero con plenitud esclarecedora sobre su papel y su camino: «Sé que estoy condenado a mi propia memoria/he comprendido que la identidad es un bucle entre otros... Pero sobre todo la lucidez que no evita seguir sintiendo el instante como único e irrepetible, con todo lo que ello conlleva: «No es posible habitar un pedazo de tiempo/... envejecer sentado en el umbral mientras cruzan los pájaros.../volveré a sentir la lluvia sobre la inexistencia».

¿Qué queda, pues de la memoria? Ese sentido de búsqueda y resalte de la inocencia, de lo puro, pese a todo lo de nocivo que hallamos en el camino, el sentimiento de felicidad que sale indemne de todas las adversidades y por el que el sujeto hace una apuesta decidida. Y seguir trazando, buscando el saber como una manera de no diluirse en la propia memoria, y de avanzar, con el bagaje del pasado, hacia el futuro, sin sombras. Queda pues ese alboroto que sucede entre la vida y la muerte, la soledad abierta en canal, y la certeza de que la genuina alegría viene de ahí, de ese estado de la infancia en que creemos que lo mágico del mundo, después de todo, aún puede sorprendernos.

‘Intacta la alegría’. Autor: José Manuel Martín Portales.Editorial: Eolas Ediciones. León, 2019.