M artín Kohan (Buenos Aires, 1967) tiene ya una larga trayectoria tanto en el ensayo como la ficción, profesor de teoría literaria en varias universidades nos presenta su última novela con un impacto directo desde el título, Confesión , una práctica tan identificativa de lo social, del ser que debe abrir el lado privado en un encuentro. En la acción de confesionario siempre queda un antes y un después porque la palabra da luz a lo desconocido, ya sea el más irrelevante acto hasta aquel que puede hacer tambalear toda una sólida estructura cimentada sobre lo conocido, la normalidad del presente que obvia desde el desconocimiento lo revelado.

Martín Kohan plantea un relato dividido en tres partes. En el primero una joven recién entrada en la adolescencia descubre en el porte distinguido de un joven Videla, que sería el máximo exponente de una virulenta dictadura, sus primeros escarceos tanto hacia el conocimiento de su interioridad, como de su palabra externalizando lo sentido desconocido. El arranque puede servir para ofrecerlo como ejemplo de que un buen comienzo radica tanto en las palabras como en las sensaciones transmitidas. En apenas tres breves oraciones intercambiadas a modo de diálogo entre el confesor y la joven inocente se genera un panorama literaria elevado. Mientras tanto, una dictadura marca la vida de todo un país, ese lugar vive y sobrevive, como un ciclo natural entre los horrores silenciados. La confesión ejerce de puente entre lo silenciado y lo revelado. Un buen invento para que la sociedad, por un lado, suelte la espita freudiana y, por otro, quienes reciben la información sepan por dónde se mueven los aires; escuchar y juzgar. Para un bonaerense reflexionar sobre lo ocurrido es un ejercicio de necesidad, como lo es de manera sorpresiva la reflexión sobre las propias aguas del espacio cercano, las que rodean la vida.

El propio autor ha señalado cómo lo fantasmal del terrorismo de estado se entrevera con el miedo real y concreto, cómo es naturalizado también que quienes gobernaron los estados de terror en muchas ocasiones manejen el denominador común de la apariencia impoluta, como si el asco interior lúgubre necesitara de lo remilgado en lo externo. Kohan se plantea estas dudas: ¿Puede alguien ser un asesino y ser impoluto? Sí. ¿Puede alguien ser responsable de las mayores atrocidades de la historia argentina y ser perfectamente circunspecto; ser, él mismo, estrictamente moral? Sí.

En la segunda parte continúa una trama en teoría alejada, mostrando un fallido intento de atentado contra Videla del que salió ileso y quedó en una anécdota, sin casi mención en los medios, pese a lo que pudo suponer. Para muchas personas esa fue una ocasión central de sus vidas y sus muertes. Se debate la lectura entre lo que ocurre y lo que parece estar sucediendo o, incluso, con una vuelta de tuerca más, lo que sabemos que ocurrió. El horror es más horror cuando todo perdura y transcurre desde la sensación tan difícilmente digerible de que en apariencia no ocurre nada y somos conscientes sin lugar a dudas de que ocurre y de qué manera. Qué frágil frontera para que lo macabro se presente en lo que parece haber sido capaz de normalizar como técnica de avestruz, que el horror estaba tan cerca. El silencio es lo contrario de la confesión. Parece consustancial en las dictaduras la tríada de acciones recomendadas para una ciudadanía correcta: ver, oír, callar. Pero, advirtamos, Confesión no es una novela sobre Videla ni sobre la dictadura, ni sobre las abuelas y nietos que la sufrieron y desaparecieron en muchos acasos, sino sobre las variantes en que la monstruosidad de un ahí afuera convive con la normalidad, incluso a sabiendas de que lo no conocido puede emparentar con lo peor imaginado.

Cierra la tercera parte un curioso diálogo entre la pequeña niña de la primera parte, convertida ya en abuela del nieto, fruto de uno de los protagonistas de la segunda. Kohan elige unos recursos literarios distintos para cada parte, como si necesitara cada historia de un hábitat propio, incluso reconociéndose el narrador con cierto atisbo de sorpresa como uno de los enumerados parientes presentados. En ese momento la confesión no es ya doctrinal, social, sino que va más allá de lo catártico. Una revelación puede marcar la recomposición del puzzle que supone lo vivido y lo creído. Hay algo simbólico en esa partida de cartas que recorre un capítulo y en la que se deben mostrar para poder terminar.

En definitiva, una lectura muy recomendable para disfrutar de los mecanismos que llevan a la literatura a transitar por territorios atractivos, por la palabra y por los lugares de la condición humana debatiéndose en la gestión de algo tan complejo como los silencios o lo que es igual de tremendo, la confesión, todo lo contrario del mencionado ver, oír y callar.